Santa María de Gómez y Román

El año de 1917, en la revista titulada Tierra Castellana, el Académico don Mariano Guerras, hacía esta descripción de LA IGLESIA DE LA LUGAREJA: Como adelantado vigía de nuestra ciudad, al Sur y a dos kilómetros de la misma, sobre una colina a cuya falda murmura el Arevalillo, alzase coquetona y majestuosa una iglesia, resto de un antiguo monasterio, pregonero de un glorioso pasado y muy respetables y santas tradiciones.
Es en Arévalo general creencia que esta iglesia, es del estilo Mudéjar, del que a primera vista parece tener reminiscencias; pero, por otra parte, es tan típica, tan "sui generis", tiene tantos puntos de contacto con otras similares de la comarca, que la autoridad indiscutible del ilustrado arquitecto y docto académico don Vicente Lampérez la coloca en el grupo de las construcciones de estilo regional castellano, que hay que separar del Mudéjar, considerándolo —son sus palabras— por modo franco y resuelto como una transcripción esencialmente española de los estilos románico y gótico.
Desde luego, la disposición y la silueta general son las de una iglesia románico-bizantina de transición, con los tres ábsides semicirculares, crucero, cúpula y linterna.
Esta iglesia debió ser una gran basílica, cuyos pies fueron destruidos acaso en el siglo XVI, cuando la revuelta de las comunidades. El arranque de muros que se ven clara y distintamente en su imafronte y los restos de cimentación que en línea con aquellos se descubren a unos veintidós metros de la fachada, abonan esta fundada suposición.
La cabeza, que es lo que hoy contemplamos, y pudo ser salvada de la injuria de los tiempos, se compone de un compartimento central cuadrado (el crucero), con un ábside semicircular, y de dos naves laterales, compuestas cada una de un cuerpo cuadrado, otro rectangular y un ábside semicircular también.
Los tres ábsides se cubren con bóvedas de horno apuntadas y al exterior; lo mismo que la fachada lateral presentan altas arquerías ciegas. Todos los arcos constructivos (torales, de apoyo y bóvedas) son apuntados, de medio punto los secundarios (arquerías y ventanas).
La obra es totalmente de ladrillo, con grandes tendeles, y el aparejo, notabilísimo por lo perfecto.

D. Fernando Chueca Goitia dice por su parte respecto al monumento más excepcional del mudéjar abulense: “Tal iglesia, que hubiera sido majestuosa, no se terminó, quedando solo la cabecera, compuesta por los tres ábsides, y la cubica torre central que esconde una magnifica cúpula semiesférica de ladrillo. Esta fuerte volumetría, unida a la organización de los lienzos, curvos o planos, por medio de arquerías ciegas de ladrillo, dan a esta iglesia su formidable apariencia que conduce nuestra imaginación hacia construcciones de la vieja Babilonia. Empujado por el lenguaje metafórico me atreví a decir que La Lugareja era un extraño meteorito llegado del planeta babilónico”.

Marolo Perotas en sus “Cosas de mi Pueblo” nos dio, en el año 1955, esta particular visión de la ermita: A dos kilómetros aproximadamente del casco de la población, y sobre una dilatada y arenosa colina, se alza aún, orgullosa y soberbia, la iglesia del antiguo arrabal de Gómez y Román, reedificada, al decir de algunos eruditos, sobre las ruinas de un convento que poseían los Templarios allá por el siglo VII y que floreció esplendoroso en la época de los godos. Se cuenta en las narraciones históricas que, en lo antiguo, los pueblos castellanos se iban desarrollando al impulso de las victorias guerreras, dándose a erigir los héroes nuevos altares al Dios de los cristianos y, como quiera que los hermanos Gómez y Román Narón, ilustres hijos de Arévalo, aunque de procedencia francesa, sentían gran entusiasmo y fervor religioso, fundaron en la primera década del siglo XIII el Arrabal que conserva el nombre y apellido de tan distinguidos arevalenses. Gómez fue Abad del Monasterio de Nuestra Señora de la Asunción. Román fue capitán de los Tercios Castellanos, y se asegura que luchó heroica y denodadamente en las Navas de Tolosa el 1212. Huelga decir que los hermanos Narón reconstruyeron el convento, estableciendo en él monjas Bernardas o Cistercienses, le rodearon de casuchas, molinos y huertas, hasta formar un lugar, del que nació el remoquete de Lugarejo y su Virgen Lugareja.

María Isabel López Fernández en La Arquitectura Mudéjar en Ávila nos dice que: La Lugareja es la parte visible y conservada de un monasterio cisterciense cuya primera referencia documental es una Bula de 1179 en la que aparece citado como "Monasterium Sancta Marie de Gómez Román".
El monasterio, del que solo se han conservado su magnífica cabecera y el crucero, debió levantarse hacia 1200 y frente a lo que se había mantenido hasta ahora sí debió hacerse el cuerpo de la iglesia, o al menos plantearse su cimentación, pues en las ultimas excavaciones arqueológicas efectuadas en su entorno se han descubierto los arranques de lo que debió ser un edificio de mayores dimensiones, sin que haya podido precisarse cuando o por que desapareció esta parte de la fabrica.
La falta de documentación y la ausencia de restos arquitectónicos no nos permiten ni siquiera aventurar como fue el cuerpo de la iglesia ni tampoco el resto del monasterio.
Sí sabemos, gracias a las excavaciones arqueológicas realizadas de urgencia en 1989, que la iglesia se prolongaría al menos 23 metros más.
Tenemos constancia de que contó con un claustro que debió perderse en un incendio que afectó al monasterio en 1354. Este dato nos lo proporciona el testamento del obispo Sancho Dávila, fechado en 1355 en el que dispone: “Y a las de Gómez Román de Arévalo trescientos maravedís e mas quinientos maravedís para adobar la daustra que se les quemó ese otro año, e esto que los den a un hombre bueno que lo haga hacer.” Desconocemos si el claustro se rehízo o no, ni como era este. Lo más probable es que estuviera situado a mediodía, y que desde él se pudiese acceder al interior del templo. En el lado norte estaría situado el cementerio del monasterio, que debió mantenerse al menos hasta 1865, ya que así puede verse en las fotografías publicadas por Montalvo y en las láminas de Parcerisa.
Se han llevado a cabo varias restauraciones en el edificio que en general no han sido demasiado afortunadas.

José Luis Gutiérrez Robledo nos explica el monumento de esta forma: Sobre un zócalo de mampostería, la planta se estructura en tres ábsides, el central más grande que los laterales, y un crucero con tres naves, la central cuadrada y rectangular las laterales extrañamente «incomunicadas», hasta el extremo de parecer desmesurados tramos rectos. Los tres ábsides, cuyos torales son arcos ligeramente apuntados, se cubren con bóvedas de horno que descansan sobre impostas de esquinillas. 

Pero no. Permitidnos no seguir. Aún a pesar de que la descripción que hace Gutiérrez Robledo de la catedral cisterciense del mudéjar es magnífica, no puede compararse con la contemplación directa de la ermita.
Subid pues con paso tranquilo a esa dilatada y arenosa colina, haced caso omiso de las verjas y de los ladridos de los perros; allí estará ella esperándoos y allí podréis extasiaros con el perfecto juego de volumen de sus componentes, el elegante ritmo de sus arquerías, el buscado contraste cromático entre los ladrillos y las llagas de mortero molduradas en ángulo, que son el alto ejemplo que aquellos sabios artesanos de Arévalo del siglo XIII, aquellos humildes albañiles, dejaron a los constructores de hoy.

Lección de historia
Radio Adaja - 15 de diciembre de 2010
Fotografías: Chuchi Prieto, David Pascual y archivo.

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