EL CAJÓN DE CHEMA
Chema nos manda en esta ocasión un texto para leer despacito y con detenimiento. Si aprendemos, podremos escribir mejor o por lo menos que nos entienda mejor cualquier persona lo que escribimos. Gracias Chema, esperamos que no sea un mensaje subliminal a los que escribimos en “La Llanura”.
GUÍA ‘EXPRESS’ PARA ESCRIBIR MEJOR
GUÍA ‘EXPRESS’ PARA ESCRIBIR MEJOR
Hace muchos años, un profesor envió a este diario un texto sobre los cambios en la Ley del Impuesto de la Renta. Tras emplear ciertos trucos Express, le dimos al texto un aire más ameno y se publicó. Una semana después, el profesor nos dio las gracias: le habían llamado para ocupar una dirección general, para un puesto en un despacho, así como para dar charlas por toda España. ¡Qué poder tiene la prensa!, confesó. “Son los trucos para escribir bien”, le respondimos.
¿Cuáles son esos trucos? Ahí van algunos. Primero, quita las palabras que tengan cuatro sílabas o más. Así dirás más cosas en menos tiempo. La prueba es que, hasta esta línea, no he usado ninguna palabra de cuatro sílabas. ¿Cómo se hace eso? Es una cuestión óptica, no métrica. Cuando veo pequeñas salchichas de letras, me detengo por instinto y busco otras más cortas.
Segundo, evita los adverbios que acaban en mente. Por ejemplo, antes, podía haber escrito “me detengo instintivamente”, pero preferí decir “por instinto”. Son dos palabras en lugar de una, pero se leen mejor porque tienen menos letras: 11 contra 15. García Márquez sufre horror adverbialis; nunca usa adverbios que terminan en mente. Dice que alargan mucho las palabras: consecutivamente, paralelamente, consecuentemente, lógicamente, temporalmente… ¡Vaya salchichas! Lástima que sea el léxico usual de los informes de empresa; pero en la mayor parte de los casos no perdemos nada con quitarlos.
Tercero, suprime la mayor parte de los conectores. Los hay de muchas clases y algunos son necesarios, pero otros no. Por ejemplo (y acabo de poner un conector): por tanto, por consiguiente, de ahí que, en consecuencia, así pues, por lo tanto, por eso, por lo que sigue, por esta razón, entonces, entonces resulta que, de manera que, lógicamente, del mismo modo…
Cuarto, cuando acabes tu gran texto, coge un boli rojo y suprime los dos primeros párrafos. Ahora vuelve a leerlo y verás que el planeta no se ha perdido nada relevante porque, en realidad, estabas calentando los motores y pusiste un montón de ideas repetidas o sin fuerza.
Quinto, no uses dos adjetivos. Los epítetos no son la Guardia Civil. No tienen que ir de dos en dos. “Los resultados fueron abrumadores y exorbitantes”. Basta con “abrumadores”.
Sexto, no escribas oraciones largas. Resume. “La tarea y los desafíos que están empedrando y dificultando de forma crucial nuestro devenir como potencia mediana están más allá de cualquier decisión resolutiva, incluso, de las decisiones de las llamadas superpotencias, lo cual nos empuja de forma inexorable a la búsqueda de zonas de coexistencia para sumar los esfuerzos, los acuerdos, y poner en marcha medidas de gran calado”. En realidad eso quiere decir: “Ni las grandes potencias pueden resolver las dificultades del día a día, y por eso tienen que cooperar”.
Séptimo, sustituye los sustantivos por verbos. No digas “el Gobierno está a la espera de una solución”, sino “el Gobierno espera solucionar”. Los verbos son más poderosos que los sustantivos.
Octavo, no te pases de erudito porque no llegarás al pueblo. Es uno de los errores más comunes en España porque aquí lo importante es crear apariencias. Los catedráticos escriben para catedráticos, y los científicos para los científicos. Recuerden a Stephen Hawking, que no puso una sola fórmula matemática en su libro Breve historia del tiempo. (Bueno, sólo una, la única que conocemos todos: E=m.C2).
Noveno, para mí el más importante: cuenta una historia. Humaniza tu artículo, tu carta al accionista, tu informe, tu charla. Hazlo contando un cuento a los lectores. Los grandes directivos de EE UU son grandes comunicadores porque cuentan unos cuentos extraordinarios: Jobs (¿han visto su discurso de apertura del año académico de Stanford?), Buffet (¿han leído sus cartas al accionista?).
Hace poco me puse en contacto con Deirdre McCloskey, una economista norteamericana. Descubrí que publicó un simpático libro titulado Writing Economics (Escribir de economía), donde dice: “Los economistas, como los grandes pensadores, emplean los cuentos para expresar sus ideas”.
También le pregunté a McCloskey si le parecía que en los países europeos no anglosajones como España o Italia, existía un culto al lenguaje complicado pues así el profesor mantenía su estatus. “He dado clases en Inglaterra, Australia, Holanda, y en menor medida en Italia, Francia y en España, y pienso que tiene razón al decir que en el continente hay una tendencia a pensar que el habla sencilla no es suficientemente digna como para que una sea respetada como profesora”.
Cada vez que doy clases de comunicación, pregunto a la gente cuánto tiempo y dinero se ahorrarían las empresas si usaran un lenguaje claro, conciso y al grano. No sólo hablamos de cantidades de papel, sino de ordenadores donde se almacenan documentos digitales. Todo eso cuesta dinero. Y encima, contamina más. McCloskey cita a un economista francés del siglo XIX llamado Frédéric Bastiat que decía: “No ser claro tiene un enorme coste social”.
Con una profundidad que le deja a uno perplejo, McCloskey afirma que incluso esos economistas que escriben de forma oscura e impenetrable, están escribiendo un cuento. ¿Cómo es eso? Claro, dijo la profesora, porque el mensaje implícito es: “Eres ignorante. Entonces, lees mi documento. Ahora eres listo, como yo”. Eso es lo que quieren decir, pero, claro, no tiene nada que ver con la información del documento.
Pregunté a McCloskey cuál es el mejor consejo que podría dar a un economista que quisiera escribir bien. Y McCloskey respondió: “Que mire cuidadosamente si lo que está diciendo puede ser comprendido por su amante, que no sabe de economía”. Y añadía una frase de Hemingway, muy familiar en el mundo de la ficción. “Un escritor necesita sobre todo un detector interno antiporquería”.
¿Cuáles son esos trucos? Ahí van algunos. Primero, quita las palabras que tengan cuatro sílabas o más. Así dirás más cosas en menos tiempo. La prueba es que, hasta esta línea, no he usado ninguna palabra de cuatro sílabas. ¿Cómo se hace eso? Es una cuestión óptica, no métrica. Cuando veo pequeñas salchichas de letras, me detengo por instinto y busco otras más cortas.
Segundo, evita los adverbios que acaban en mente. Por ejemplo, antes, podía haber escrito “me detengo instintivamente”, pero preferí decir “por instinto”. Son dos palabras en lugar de una, pero se leen mejor porque tienen menos letras: 11 contra 15. García Márquez sufre horror adverbialis; nunca usa adverbios que terminan en mente. Dice que alargan mucho las palabras: consecutivamente, paralelamente, consecuentemente, lógicamente, temporalmente… ¡Vaya salchichas! Lástima que sea el léxico usual de los informes de empresa; pero en la mayor parte de los casos no perdemos nada con quitarlos.
Tercero, suprime la mayor parte de los conectores. Los hay de muchas clases y algunos son necesarios, pero otros no. Por ejemplo (y acabo de poner un conector): por tanto, por consiguiente, de ahí que, en consecuencia, así pues, por lo tanto, por eso, por lo que sigue, por esta razón, entonces, entonces resulta que, de manera que, lógicamente, del mismo modo…
Cuarto, cuando acabes tu gran texto, coge un boli rojo y suprime los dos primeros párrafos. Ahora vuelve a leerlo y verás que el planeta no se ha perdido nada relevante porque, en realidad, estabas calentando los motores y pusiste un montón de ideas repetidas o sin fuerza.
Quinto, no uses dos adjetivos. Los epítetos no son la Guardia Civil. No tienen que ir de dos en dos. “Los resultados fueron abrumadores y exorbitantes”. Basta con “abrumadores”.
Sexto, no escribas oraciones largas. Resume. “La tarea y los desafíos que están empedrando y dificultando de forma crucial nuestro devenir como potencia mediana están más allá de cualquier decisión resolutiva, incluso, de las decisiones de las llamadas superpotencias, lo cual nos empuja de forma inexorable a la búsqueda de zonas de coexistencia para sumar los esfuerzos, los acuerdos, y poner en marcha medidas de gran calado”. En realidad eso quiere decir: “Ni las grandes potencias pueden resolver las dificultades del día a día, y por eso tienen que cooperar”.
Séptimo, sustituye los sustantivos por verbos. No digas “el Gobierno está a la espera de una solución”, sino “el Gobierno espera solucionar”. Los verbos son más poderosos que los sustantivos.
Octavo, no te pases de erudito porque no llegarás al pueblo. Es uno de los errores más comunes en España porque aquí lo importante es crear apariencias. Los catedráticos escriben para catedráticos, y los científicos para los científicos. Recuerden a Stephen Hawking, que no puso una sola fórmula matemática en su libro Breve historia del tiempo. (Bueno, sólo una, la única que conocemos todos: E=m.C2).
Noveno, para mí el más importante: cuenta una historia. Humaniza tu artículo, tu carta al accionista, tu informe, tu charla. Hazlo contando un cuento a los lectores. Los grandes directivos de EE UU son grandes comunicadores porque cuentan unos cuentos extraordinarios: Jobs (¿han visto su discurso de apertura del año académico de Stanford?), Buffet (¿han leído sus cartas al accionista?).
Hace poco me puse en contacto con Deirdre McCloskey, una economista norteamericana. Descubrí que publicó un simpático libro titulado Writing Economics (Escribir de economía), donde dice: “Los economistas, como los grandes pensadores, emplean los cuentos para expresar sus ideas”.
También le pregunté a McCloskey si le parecía que en los países europeos no anglosajones como España o Italia, existía un culto al lenguaje complicado pues así el profesor mantenía su estatus. “He dado clases en Inglaterra, Australia, Holanda, y en menor medida en Italia, Francia y en España, y pienso que tiene razón al decir que en el continente hay una tendencia a pensar que el habla sencilla no es suficientemente digna como para que una sea respetada como profesora”.
Cada vez que doy clases de comunicación, pregunto a la gente cuánto tiempo y dinero se ahorrarían las empresas si usaran un lenguaje claro, conciso y al grano. No sólo hablamos de cantidades de papel, sino de ordenadores donde se almacenan documentos digitales. Todo eso cuesta dinero. Y encima, contamina más. McCloskey cita a un economista francés del siglo XIX llamado Frédéric Bastiat que decía: “No ser claro tiene un enorme coste social”.
Con una profundidad que le deja a uno perplejo, McCloskey afirma que incluso esos economistas que escriben de forma oscura e impenetrable, están escribiendo un cuento. ¿Cómo es eso? Claro, dijo la profesora, porque el mensaje implícito es: “Eres ignorante. Entonces, lees mi documento. Ahora eres listo, como yo”. Eso es lo que quieren decir, pero, claro, no tiene nada que ver con la información del documento.
Pregunté a McCloskey cuál es el mejor consejo que podría dar a un economista que quisiera escribir bien. Y McCloskey respondió: “Que mire cuidadosamente si lo que está diciendo puede ser comprendido por su amante, que no sabe de economía”. Y añadía una frase de Hemingway, muy familiar en el mundo de la ficción. “Un escritor necesita sobre todo un detector interno antiporquería”.
Carlos Salas
Comentarios