EL CAJÓN DE CHEMA

Es Chema Collado un gran amigo. Supongo que muchos de vosotros, los que seáis de Arévalo sobre todo, le conoceréis. Llevábamos bastante tiempo teniendo noticias escasas de él, pero de un tiempo a esta parte, desde que empezamos esta aventura extraordinaria que es la revista “La Llanura de Arévalo”, recibimos decenas de cartas de él.
Según sus propias palabras: “el primer objeto es animaros a continuar en la tarea.” Gracias Chema, sentimos un gran alivio y cierta emoción al ver cómo personas como tú, desde la distancia, seguís con interés la actualidad de la ciudad de Arévalo y su comarca. Más adelante señala:”… que seáis un agente dinamizador de la cultura. Como sabéis la cultura, que viene del latín, es ver crecer y eso exige lo que la columna de la izquierda preconiza: “todas las personas, poderes, ideologías y creencias que potencian el castigo son la carroña del humanismo. Para crecer y multiplicar en paz no se conoce mejor abono que el premio que parte del amor”, (transcripción que realizo para que se pueda saber lo que el recorte que acompaña dice).
Como podéis apreciar tiene mucha miga lo que Chema nos dice, pero no dudes Chema, ni nadie debe hacerlo, que por amor e ilusión en nuestro trabajo no queda. Saldrán las cosas mal, bien o regular, pero están realizadas desde el amor, la ilusión y el respeto a todos.
Chema además de sus animadoras y no siempre claras letras manuscritas, pues como él mismo confiesa: “¡lo del ordenador no va conmigo! ¡lo siento!”; suele llenar los sobres de recortes de periódicos, fotografías, carteles, relatos, poesías, caricaturas y un sinfín de cosas, casi podemos decir que todo lo que llama su atención lo incluye en el sobre y lo manda a la revista.
Nada tiene desperdicio. Seguidor inteligente de la actualidad sabe poner el dedo en la llaga sobre asuntos de interés para la mayoría de nosotros, los humanos de su especie que compartimos su tiempo. Nos acompaña artículos de prensa de sumo interés, de una diversidad de medios. No comprendo cómo le puede dar tiempo a seguir tantos periódicos y de tan diversa procedencia.
Pero nuestra revista, nuestra página web, no atienden determinados temas, no por falta de interés de los mismos, sino porque el objeto de La Alhóndiga es la cultura y la defensa del patrimonio, fuera de eso nada tocamos desde el punto de vista de asociación. Claro que tenemos personalmente cada uno nuestras ideas, creencias, anhelos, sueños, incluso cada uno tiene su fe, pero eso queda para el ámbito privado.
Por eso los temas que salen de la esfera de trabajo de la Alhóndiga se remiten a los miembros del grupo de trabajo de la revista que muestran interés en los mismos. Chema manda de todo y todo bueno.
Es mi intención seleccionar aquellos asuntos que sí tengan cabida en las actividades de la asociación y hacerlos llegar al público en general. Para que aquellos que nos siguen tengan conocimiento de algo de lo que puede aportarnos Chema o cualquier otro. Porque lo que Chema hace está abierto a todo el mundo. Cualquier persona puede mandar a la redacción, a su apartado de correos o a la dirección de correo electrónico lo que considere oportuno.
Por mi parte, aunque mi relación con el ordenador y las nuevas tecnologías es aceptable, seguiré carteándome con Chema. Escribiré a mano como él, y si puedo con pluma que es como más me gusta. Y os haré llegar todo lo que sea posible de lo mucho que nos manda. Gracias Chema, y esto es algo de lo que mandaste no hace mucho tiempo.
Fabio López
Nos manda Chema en esta ocasión este recorte de Diario de Ávila que reproducimos a continuación. A la ironía de nuestro buen amigo debe añadirse la del maestro Jiménez Lozano. Léanlo con tranquilidad y sosiego y disfruten vuestras mercedes. Gracias Chema.

Lengua y cabeza reducidas


Lo que se viene observando en bastantes de las nuevas traducciones de libros, pero también en el español directamente empleado, es una incapacidad para emplear - o para conservar en el caso de las traducciones - el lenguaje simbólico que trata de sustituirse por una formulación vulgar, con lo que la poesía, los equívocos e ironías, y las dulzuras o contundencias de la lengua desparecen.
Las gentes con algún barniz cultural hablan como los periódicos y los técnicos en el lenguaje de su disciplina, pero sin saber lo que dicen, utilizando conceptos como “traumas, complejos y represión”, que costaron años de pensares al doctor Freíd - decía Bertrand Russell -, pero ahora se han abaratado del todo, y no significan nada. Y, en el lenguaje de la escuela, se emplean, por lo visto, palabros como “psicomotricidad” en lugar de “gimnasia”, como si fueran sinónimas, y ojalá quedase la cosa en asunto tan divertido como expresión propia del “sector ocio” de las neopedagogías, pero es algo más serio.
Molière se reía de que a la imposibilidad de hablar se la llamase “afasia”, y también nos reímos nosotros leyendo esa escena en que la madre dice al médico que su hija no puede hablar y éste contesta que es que tiene “afasia”; pero nos reímos de la tautología y no de la palabra técnica “afasia”. Pero Molière, sin embargo, no podría jugar hoy con estas ironías, porque su ironía resultaría ininteligible.
Y el caso es que el lenguaje - como la mente – se va reduciendo a lenguaje instrumental o “ahí-a-la-mano”, como dice Heidegger, que es un lenguaje meramente comunicativo y por cierto muy menesteroso, porque en este proceso de reduccionismo se va haciendo equívoco y abstracto; liquidándose, verdaderamente. La cosa tiene mal remedio, o ninguno. La razón última de todo esto es muy simple; se inscribe en el proceso de desamor e indiferencia, cuando no de reniego y odio, hacia lo que llamamos España, su historia, su herencia artística y cultural; está muy avanzado, y ¿cómo iba a amarse la lengua española?
Pero quizás también, y sobre todo, ocurre todo eso con el español, porque por estos pagos nuestros nos ha fascinado casi siempre todo lo que es foráneo y nos suena a novedoso, y, por lo tanto a maravilloso; y sigue también ocurriéndonos lo que al portugués que fue a Francia, y admirado quedó de que todos los niños en Francia supieran hablar francés.
¿Y entonces? Entonces me parece que, en esta España nuestra, sólo las gentes, más bien iletradas, y las otras cuatro personas que se dedican a estudios lingüísticos o literarios, más seguramente quienes fueron educados en tiempos de tinieblas y ausencia de calidad de enseñanza, entienden y vibran, por ejemplo, con Cervantes, Azorín o Góngora.
Para los demás, textos son éstos llenos de palabras raras; y el universo que hay detrás de esas palabras es incomprensible, y entonces se decide que está periclitado, y que no tiene nada que decirnos a estas alturas de nuestras sabidurías.
JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO. PREMIO CERVANTES

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