Prefiero compartir a competir
Pocas
han sido las ocasiones en las que vuesa merced ha faltado a alguna de nuestras
frecuentes, y ya pronto tradicionales, correrías por las tierras de Arévalo y
la Moraña. Pero en esta ocasión su elevado concepto de la palabra dada, ejemplo
a seguir por todos nosotros, le impidió asistir a un viaje, otro más, no solo
en la distancia sino también en el tiempo. Una
expedición de vacceos a las tierras de los vetones. No me creerá vuesa
merced, pues es de esa naturaleza, pero tengo que decirle que sin duda ha sido
la expedición más nutrida de cuantas hemos realizado. A pesar de las ausencias
notables, de gente importantísima como vos, hubo que añadir la no presencia de
la mayor parte de los piltrafillas que se dedican a esto de la fotografía. Lo
que generó cierta inquietud en nuestro nunca suficientemente ponderado
Presidente, ¡Oh Capitán, mi Capitán!;
pero como por algo es que ocupa el cargo que ostenta y desempeña mejor que
nadie, tiró de cámara y junto con dos aficionados, no me atrevo a llamarles maletillas, un tal Pedro y otra que
llaman Pilar, aunque solo para trabajar, salimos del paso para traer a sus ojos
incrédulos y los de otros muchos de esa condición, la prueba testimonial de la
brava gente vaccea que se atrevió a viajar al territorio de los vetones.
Con
una mañana primaveral, que la organización había contratado previamente,
iniciamos nuestro camino hasta las tierras vetonas. Del viaje nada le contaré
pues extrañé su cabalgadura, no porque la que nos transportó fuera mala, que
era de más categoría que la vuestra, todo hay que decirlo; pero extrañé ese
sonido insistente que la suya tiene, suerte de pitido repetitivo y ese aroma a
tabaco quemado, que vuesa merced tiene por costumbre consumir. Ya ve que en mi
condición de exfumador no he olvidado ciertos aromas.
Cuando
llegamos a Villaviciosa y paramos junto a su castillo que según me pareció
observar hoy se dedica a menesteres del hospedaje, hice un rápido balance de
las fuerzas que habíamos congregado, no llegábamos al centenar como es
costumbre, por lo que se aconsejaba una actitud
de prudencia, evitando cualquier beligerancia de grupo tan reducido en
tierras extrañas que no hostiles, pues fuimos recibidos con hospitalidad,
aunque nos cobraran por un café de aldea más que uno en la capital del reino de
las Españas. Todo dicho sin ánimo de ofender.
Pronto
se inició la ascensión a todo un territorio desconocido para mí pero que
nuestro guía, El Arqueólogo, conoce
como la palma de su mano. Debe saber vuesa merced que hay gente que a todo se
dedica, éste busca en los sustratos terrestres restos de otras épocas,
pretéritas en demasía, y lo que encuentran lo limpian, lo guardan y luego ya
tranquilamente, lo interpretan y escriben libros sobre ello. Llegan a saber lo
que comieron esos antiguos hombres, y mujeres, lo que hacían y cómo lo hacían,
pues aparecen objetos, sus restos más bien, y quedan huellas de sus modos de
vida, de sus edificaciones, de sus ritos, de sus usos y costumbres. Y de
aquello que no saben con certeza o les genera alguna duda, pues anteceden la
expresión “se cree que” y todo
solucionado. Al fin y al cabo supongo que se refieren a ellos mismos, pues los
demás nos creemos todo lo que nos dicen pues nada sabemos de muchas cosas.
La
extensión del castro es enorme, según El
Arqueólogo pudieron llegar a vivir unas cinco mil personas en algunos
momentos de su historia, relatada en etapas, conforme avanzábamos en el
recorrido, se detenía y explicaba con enorme capacidad pedagógica la vida de
aquellas gentes y lo que con ellas ocurrió al llegar a la meseta los romanos.
Para El querubín que sabe Latín las
dudas se acumulaban y aunque no decía nada le notaba inquieto. Ya durante la
hora del almuerzo, pues debe saber vuesa merced que en esas tierras también es
costumbre almorzar, y degustando el vino verdejo de la cercana Orbita, nos
explicó sus dudas sobre ciertos detalles. Como sabéis, no tengo conocimientos
para aclararos estos menesteres, así que será cuestión de tiempo y de lecturas
el intentar encontrar la luz al respecto. En cualquier caso, es todo un
privilegio recorrer el yacimiento arqueológico con las explicaciones expertas
de tan buen anfitrión. Los aromas por otra parte, además de la compañía de
vacas y caballos que pastaban en los alrededores, aportaban unas notas
bucólicas muy de agradecer, pues debe saber vuesa merced que de sombras andan
escasos en esos pagos, tanto es así que nuestro nunca suficientemente ponderado
Presidente, ¡Oh Capitán, mi Capitán!
se quemó la tez, tropezó varias veces y llegué a temer por su integridad
física, lo cual comprometería nuestro sueño, puesto que no tenemos todavía
relevo dispuesto; así que le recomendé precaución y paciencia, al tiempo que le
aplicábamos una conveniente crema solar protectora, que no nos viene bien que
se queme en exceso.
Destacable
es un magnífico altar de sacrificios que allí pervive. Tentados estuvimos a
realizar un sacrificio, que en ausencia de corderos adecuados elegimos un señor
que pasaba por allí, pero no parecía estar muy de acuerdo con nuestra
propuesta, por lo que como no nos gusta forzar a nadie en contra de su voluntad
dejamos que continuara su paseo. Fijé mi mirada en el Señor del Hierro pero me devolvió una mirada enternecedora. Durante
un breve lapso de tiempo realicé cálculos de la progresión que experimentaría
el valor económico de su obra, los inconvenientes que presentaba la situación
para que pareciera un accidente, pues el sacrifico en nuestra sociedad está mal
visto por las leyes aunque nos piden a diario que realicemos sacrificios; lo
que duraría el dolor de la viuda y demás parentela, y otros mil asuntos que
conviene tener en cuenta antes de realizar este tipo de actos… Volvió a mirarme
y me dieron ganas de abrazarle, por lo que desistí en mis intenciones de
realizar el ritual, además de encontrarnos fuera de nuestros territorios y no
sabría cómo interpretarían nuestros actos. He decidido dejar el asunto de
momento, pero es muy de tener en cuenta el incremento del valor económico que
sus obras experimentarían en caso de su lamentable pérdida.
Pájaros
pocos y todos más bien negros como suele ser su gusto. Una media docena de
buitres que sobrevolaban la zona, ávidos ante la hilera de tiernos y no tan
tiernos humanos que se desgranaba en la cuesta conforme ascendíamos. Llegaron a
pensar algunos que algo les quedaría para llevarse al pico. Pero me adelanté a
sus naturales intenciones haciéndoles saber que éramos el grupo de los de La
Alhóndiga y de inmediato remontaron el vuelo y se olvidaron de nosotros. Como
puede comprobar vuesa merced, nuestra fama ha llegado hasta tan apartados
territorios.
Muchas,
muchísimas cosas fueron las que aprendimos a lo largo de la mañana, pero
comprenderá que no pueda relatar aquí todas ellas, solo las que considero más
importantes. Parece ser, según nos aclaró El
Arqueólogo, que la Diputación no existía en aquellos tiempos, cosa que
cuesta de creer pero que facilitaría mucho la vida de aquellas gentes, que por
otra parte pasaban la mayor parte de su vida subidas en caballo, sobre todo los
hombres, y que la austeridad era su modo de vida. Gente curtida y acostumbrada
a una vida dura por lo que los romanos cuando tuvieron el gusto de conocerles
inmediatamente recelaron de ellos y les trasladaron a vivir a lo que hoy es la
capital de la provincia, y les sometieron hasta nuestros días.
Habrá
ocasión de que nos acompañe vuesa merced en una próxima visita pues quedamos
con El diablillo Guarda Forestal que
habríamos de volver en el futuro a pasar más tiempo en lugar tan mágico, para
pasear, comer y sestear como si fuéramos terneros o potrillos. Aunque nada será
igual, allí permanecerá la huella de los Vetones para que las generaciones
futuras sepan de unas gentes que, aunque no bajaban del caballo, vivían libres
en espacios abiertos y sus mentes imaginaban infinitos prados donde llevar su
ganado a pastar. Hasta que llegaron los romanos y todo cambió.
Fabio López
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Ángel Ramón