La muralla de Arévalo

Podría ser que la primera muralla en Arévalo, hubiera sido una empalizada de troncos, barro y piedras que protegiera el posible poblado vacceo, que pudo haber ocupado un lugar indeterminado en el altozano existente en los barrios actuales de San Miguel, Santa María y plaza de San Pedro. Restos de sus zoomorfos han llegado hasta nuestros días.
Podría ser que más tarde, entre el 151 a.c. y la invasión de los pueblos germánicos, un campamento de soldados romanos estuviera localizado cerca de este poblado u ocupara el poblado mismo. Restos de los posibles enterramientos de estos soldados o de miembros de sus familias están embutidos en algunos rincones de estos antiguos barrios. La cerca o muralla podría haber sido parecida: de troncos de árbol entrelazados, barro y piedras.
Han llegado hasta nosotros noticias de que en la cuesta derecha del Castillo, hacia el río Adaja, aparecieron, hace tiempo, vestigios del que pudo ser cementerio visigodo. En general las civilizaciones posteriores aprovechan los restos de las anteriores y reutilizan los materiales duros para sus nuevas construcciones. La muralla visigoda pudo haber sido un poco más amplia que la vaccea, y puede que ya no fuera de troncos, que fuera de tapias de barro, mezclada en algunos tramos con empalizadas y muretes de lajas calizas traídas desde las tierras pedregosas del altozano de Cantazorras o desde la vega cercana de Martin Muñoz de la Dehesa.
Siguiendo el devenir de los tiempos en la época de la dominación árabe, sea historia o sea leyenda, nos relata Montalvo, en su libro De la Historia de Arévalo, el cerco de la antigua villa y explica como ya entonces estaba amurallada. Podemos leer que “En su muralla sur, defendida por ancho foso, tres puertas se divisan, semejando ojos de gigante que alerta los movimientos de sus enemigos. La del centro o del Alcocer, bajo el alcázar de Ben-Kadet, daba paso al zoco y las laterales, llamadas de Abyla y del Templo, correspondían y prestaban servicio a los barrios cristiano y musulmán. Todas con fuerte guardia, permanecían abiertas con sus puentes descolgados.”
Con la reconquista y posterior repoblación la villa va abandonando la leyenda y entra poco a poco en la historia.
Aún en este trance queda margen para la hipótesis. El arquitecto Luis Cervera, en su libro Arévalo, desarrollo urbano y monumental hasta mediados del siglo XVI, propone la posibilidad de una posible y pretendida muralla que cerraría por el sur desde la Iglesia de San Martín, pasando por la Iglesia de Santa María, cuyo arco bajo la torre habría sido puerta de paso a la villa y terminando en la iglesia de San Miguel. El pequeño tapial que se conserva en la fachada norte de esta iglesia sería un resto de aquella hipotética y pretendida muralla.

La muralla medieval, que es de la que hoy nos quedan algunos y fragmentados restos, se construye entre los años 1157 y 1195. Esta muralla protege totalmente el núcleo urbano de la antigua villa, y enlaza el muro sur, formado por lienzos y cubos de ladrillo con cajones de mampuestos, con la antigua y existente mota (el castillo), a través de los nuevos muros levantados en las cortaduras de los ríos Adaja y Arevalillo, al Este y al Poniente. Los lienzos y cubos de estos nuevos muros se hicieron con sillares de piedra. La nueva muralla, según Cervera, ocupaba una superficie de ciento ochenta y ocho mil metros cuadrados, cerca de 19 hectáreas, y tiene forma de polígono irregular. El lienzo sur se refuerza con una barbacana, construida también de piedra, y delante de esta última se construye un profundo foso que se extiende a lo largo de toda ella.
Pasan los años. La amenaza mora se desvanece a medida de que la frontera se aleja hacia el sur de la peninsula. Los reinos se consolidan. Los matrimonios y los pactos aportan estabilidad a los territorios. El núcleo urbano de Arévalo se extiende fuera de la villa murada. Surgen los arrabales, los barrios moros y judío, aljamas extramuros que formarán el paradójico y posterior séptimo sexmo.
La muralla poco a poco va perdiendo importancia. En algunas zonas, los muros y lienzos que en otro tiempo sirvieron de defensa, pasan a ser simples muros de contención. Otros paños, construidos en zonas más inestables, empiezan a deteriorarse y poco a poco van cayendo sin que se tome en consideración siquiera la posibilidad de invertir mínimos recursos en sus reparos.

Llegamos al siglo XIX. Siglo del desarrollo, del amanecer de la época industrial, de los principios del economicismo. Las ideas de los nuevos burgueses que propugnan el desarrollo a toda costa cala hondo y crece el desprecio generalizado por todo lo que represente encorsetar este proceso. Una nueva y pujante clase media-alta recala en Arévalo adquiriendo inmuebles procedentes de la Desamortización para instalar sus almacenes y fábricas. Sus novedosas y modernas ideas no contemplan el mantenimiento de un patrimonio histórico-artístico en avanzado deterioro. Hacia 1865, pasa por aquí Francisco Javier Parcerisa y nos deja, entre otros, uno de sus bellos grabados en el que podemos ver el Castillo de Arévalo y algunos restos de muralla que aún quedaban en la explanada. Curiosamente en ese grabado se pueden ver construcciones, delante del propio Castillo, que conforman los cubos y murallas del ante-castillo artillero, aparecidas en las recientes excavaciones y que se han dejado al descubierto para que puedan ser contempladas por el visitante.
La muralla medieval es, pues, un estorbo y los ladrillos y piedras que entonces quedaban en pie van a servir para ser reutilizados en nuevas construcciones. Lienzos enteros de muralla se venden y así consta en multitud de actas del Archivo Histórico Municipal. Otros se derriban o rasgan para ampliar calles o comunicar unas con otras. Al final los restos de la muralla medieval que llegan a nuestros días, salvo la puerta del Alcocer, bajo el alcázar de Ben-Kadet, que daba paso al zoco, son meramente testimoniales y su estado de conservación deplorable.
Algunos trozos muy deteriorados en la calle de la Casa Blanca, cubos arruinados en el callejón del Diablo y las cuestas del Arevalillo, los muñones que afloran a ambos lados del Castillo, los tramos de la huerta de los jesuitas transformados en muretes de contención, los muros informes y embutidos en casas ruinosas en la actual calle de los Novillos y algún resto en la calle Entrecastillos.
La historia de los últimos cuarenta y dos años es una historia en que se alternan tiempos de abandono y tiempos de ansias de reconstrucción.
En 1968 se restaura el Arco del Alcocer. Se pican los muros quitando el enfoscado de cal y se le da un aire mudéjar algo subido.
En ese mismo año se acometen las obras de construcción del paño del río Arevalillo en la zona de San Miguel que se prolongan hasta 1969. Se reparan parte de los restos que quedan detrás de las casas en esa zona. Se arreglan tramos con piedra caliza y se construye un cubo semicircular nuevo. Las obras asentadas en el eterno y proverbial echadizo terminaron por arruinarse unos años después, arrastrando cuestas abajo las obras nuevas y algunas de las partes originales.
No se vuelve a hacer nada hasta el año 1987 en que se hicieron obras en la Casa del Concejo. En estas obras se repararon y adecentaron algunos trozos de muralla que conforman hoy los muros de cerramiento de esa dependencia municipal.

En el año 2001 se encarga por parte de la Dirección General de Patrimonio de la Consejería de Educación y Cultura de la Junta de Castilla y León la redacción del Plan Director de la Muralla de Arévalo. Este Plan Director propone la recreación, reconstrucción y reparación de diversos tramos de una muralla medieval de la que, como ya indicamos antes, hoy sólo quedan unos pocos y fragmentados restos.
En el año 2005 se comenzaron, en aplicación del citado Plan Director, obras de cien metros de muralla en la zona de San Miguel (cuestas del río Arevalillo). Se construyó, en dos fases sucesivas, un muro de hormigón armado que se forró en su cara vista con piedra, con el fin, según el arquitecto autor del proyecto, de que la recreación no chirriara. Antes de terminar la segunda fase, en enero de 2007, comenzaron a aparecer grietas y el muro empezó a deslizarse lentamente cuesta abajo. En la actualidad se han acometido nuevas obras que pretenden evitar el que el muro acabe por caerse de forma definitiva.
Otras obras de la muralla se han hecho en los últimos años. Unas chirrían otras no tanto. Inversiones grandes en reinventar algo que Arévalo perdió hace mucho tiempo ya: una muralla medieval que, como tal, ya no existe. Quizá sería mejor utilizar esos recursos económicos en conservar el patrimonio histórico que aún nos queda. Cierto que no nos queda mucho, pero, al menos algunos de nosotros, pensamos que es mejor conservar que reconstruir y por supuesto, es mucho mejor si, a la postre, lo reconstruido es recreación de algo que casi nunca era ni siquiera parecido a como lo concibe el recreador.
Lección de historia
Radio Adaja - 27 de octubre de 2010

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