La gran marcha
Decir que cuando a nuestras habituales excursiones nos faltan Fabio y Mister Chips nos falta casi todo, es decir poco. A esta marcha nos faltó, además, y bien que él lo sintió, nuestro
buen amigo Ángel Ramón. Faltaron otros habituales que no voy ahora a enumerar y fueron muchos de los que otras veces han faltado. Lo cierto es que esta marcha organizada por los ayuntamientos de Martín Muñoz de las Posadas y de Juarros del Voltoya y que nos citaba a pasear por las riberas de este río, fue un verdadero éxito, por la concurrencia, por la organización, por los asistentes, por todo.
Llegamos sobre las diez y
cuarto de la mañana al Navego, lugar de la cita y lugar en que está emplazada
la ermita. A esa hora ya se concentraban en el lugar un buen número de
participantes. Vemos gentes de los
pueblos que organizan pero también hay gentes de Arévalo, de Montuenga, de
Orbita, Espinosa y de otros pueblos de los alrededores. Decir que esta vez sí
llegamos al centenar y más aún.
Nos hicimos unas fotos de
grupo, como mandan las buenas costumbres y, tras unas breves directrices de
Juanjo, iniciamos nuestro recorrido por el camino que lleva hacia el Voltoya.
Unos minutos de marcha y nos encontramos con el impresionante conjunto que
forman ese puente mudéjar y el ruinoso molino que hay a su vera.
Seguimos por el camino que
parte río arriba y que discurre entre los verdes pinares y los, hoy, dorados
amarillos de la alameda.
Algunos de los caminantes se
acercan a los pinares con la esperanza de encontrar algún que otro níscalo.
Famosos son los de estos pagos.
Nos avisan de que hace un
momento se ha podido ver de forma fugaz a un joven corzo que, nosotros, en
nuestro afán de avistar el encuadre fotográfico más idóneo y el no parar de
hablar por los codos de cualquier cosa más insustancial que importante, nos
hemos perdido.
Después de las consiguientes
fotografías de las simétricas alamedas giramos, abandonando la ribera del
tributario del Eresma, que es a su vez tributario de nuestro Adaja.
Vemos, ahora sí, antes de salir
de entre los pinares, a dos buitres negros que sobrevuelan sobre nuestras
cabezas.
Se nos abre ahora el camino,
libre de pinares, hacia el lejano cerro. Juanjo nos señala los lejanos restos
de un despoblado.
Al llegar al cerro volvemos a
enfilar hacia el norte. Vamos ya de vuelta hacia la ermita.
Un buen rato de paseo y muchas
más fotos nos llevan a nuestro destino. Algunos llevan más de media hora
esperando cuando llegamos. Se lo han tomado en serio.
Al lado de la ermita se va
formando una larga cola. Ha llegado la hora del almuerzo.
Sopas de ajo calentitas, una
careta de cerdo exquisita, bocadillo de panceta o chorizo y vino o agua.
Mientras unos dedicamos este
rato a reponer energías otros se internan en los pinares. Van a buscar unos
níscalos.
Un rato después, y después de
los correspondientes despidos, vamos todos marchando a nuestros lugares de
origen.
La mañana estupenda. Volveremos,
no os quepa duda, amigos de Martín Muñoz y de Juarros, a acompañaros en vuestra
próxima marcha.
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