LAUDATIO FUNEBRIS IN MEMORIA POETAE ABULENSIS JACINTUS HERRERO ESTEBAN
IN MEMORIA POETAE ABULENSIS
JACINTUS HERRERO ESTEBAN
Ben vedi omai sí come a morte corre
ogni cosa creata, et cuanto all’alma
bisogna ir lieve al periglioso varco.
(Francesco Petrarca, Canzoniere.
Prima parte. Soneto CLI.
Altaya, 1995, pp. 368-369.)
Ya ves bien cómo corre hacia la muerte
toda cosa creada, y cómo el alma
necesita ir ligera en ese trance.
(Traduce: Jacobo Cortines.)
I
Llégate, Jacinto, a la azul orilla
que me envuelve, a este primoroso banco
accede, en él descanso mis penas. Trilla
la llanura marina el aire. Canto
llano acerca al sentido noble tono
del dolor atosigante que, manto
inmisericorde, gualdrapa de áfono
negro miserere coral, morado
incienso vespertino, sufre horrísono
castigo por tu ausencia. No mi estado
mires, ni adviertas tristeza extremada:
es mi amistad la que sufre, ni soñado
parece creíble el tránsito, amada
estela que se eleva por las cúpulas
de Ávila, la casa, a Langa nevada,
tierra buena para nacer, con
brújulas
sencillas para no ollar tantos túmulos
fúnebres hallados en las cuadrículas
de la tierra de los conejos. Cúmulos
esperanzadores traerán riqueza
cabe el árbol de vida, caros régulos,
plantado cuando tú naciste, pieza
sin igual para guardar toda muerte
inocente, más la tuya que empieza
ahora, vivida tu estancia, suerte
humana, en el solejar de las aves.
Pero déjame que te cuente el fuerte
impacto en el ámbito de las llaves
que abren y cierran del alcaraván
los gritos que sonarán mientras caves
tu propia tumba, en tanto esparaván
carroñero sobrevuela diciembre,
como el mirlo aquí, con negro gabán.
Apenas te iba el sol hasta septiembre
pues tú sufrías, en edad presbítero,
las empinadas cuestas de noviembre.
Pisa la orilla de Neptuno, pero
no bebas ni bendigas agua buena:
la siesta tórnala, Jacinto, en mero
vaivén acompasado. Vamos, suena
la edad del ángelus en la campana
del ámbito celeste, mientras truena
ruido de luz de poniente. Mañana
hará aire sosegado. Reconoce
lo perplejo de mi rostro. Ya mana
la sombra del jacinto, no solloce
la gavina que a su refugio retorna,
ni tampoco el rucio por la era retoce.
Solos en soledad, la luz se adorna
de silencio en el crepúsculo tosco
mientras irrumpe el ángel en el torna-
sol sabio de las pechinas. Mar fosco.
en la Cala. Suma dureza en Langa
campesina, aldea de verano, hosco
remanso de la oración. Mojiganga
de la muerte en la plazuela festiva,
eso es la vida, lo que no te enfanga,
lo que hablamos en Ávila, voz viva
que no esperabas. Ya estabas muy roto,
era tu piar herida recidiva
de Odiseo. Tanta fatiga coto
de daño ponía en nuestro paseo.
Eras sacado de un cuadro de Giotto,
un san Francisco con aves te creo,
pues sólo bondad era tu soneto,
mientras la golondrina en cabrio veo.
Me dejo ya el llanto alegre, prometo
ser discreto en tu presencia, ya ensayo
el silencio en la mirada, acometo
retiro claustral , ¡oh tarde de mayo!
II
Níveo poema especial –impoluto
en su rincón
guardado– recibía, siempre por
Navidad. Los
quise publicar todos –La navidades de Jacinto
Herrero Esteban, iban a tener por título–
cuando los diversos años pasados
ya habían
puesto en rimero una muestra de
ingenio
y de bondad, de pericia poética
y de gracia
interior para hacer tu austera tierra
de Castilla
almena de palabras,
recogimiento de esteta,
espléndida solemnidad de
sentimiento místico
urbano, no sólo el paisaje de
una égloga rural
habitaba en tu claustro. Pero
tú no quisiste:
llevabas en mente Grito de alcaraván. Y así fue.
Créete, clásico Jacinto, adarve
nuevo de Ávila,
que el poema sugerente me unía,
en paz, a ti,
(No lejos, la ciudad, aunque sumida
en su inercia de piedra milenaria,
se inquieta ante el regreso de bandadas
de estorninos. La nieve es su presagio.)
hasta el siguiente correo –un
año exacto– cuando
tu dirección –Paseo de San
Roque 19 o Zamora 13–
desataba mi infantil alegría tan
única, tan personal,
tan lírica, tan alabada, hasta
que, reunidos todos
los míos, leía tu poema con su
mensaje hogareño,
su anécdota prudente, su
virginal belleza arcana:
En este declinar de nuestro mundo
Vuelve la imagen de los días claros:
Arrogante a caballo o recostado
En la hacina del trigo, sin cansancio,
El centro fuiste de la tierra llana
Y las estrellas de la anochecida.
Hasta que enfermedad te pudo.
Frío hospital
y residencia inhóspita fue tu
habitáculo. Tres
años sin otra lectura navideña
que la misma
de anteriores diciembres. “No
os olvido”,
me escribió en dos mil diez. Renové mi alegría.
En tus achaques pensé, sobriamente
desconsolado,
y en los míos. Andaba yo reparando
la sangrienta
huella del bisturí “cruel",
como lo calificaste
al escribirme después, cuando supiste,
de modo
no menos cruel que “lo mío” -lo
tuyo– “ después
de tanto tiempo, se quedará en
algo que habré
de soportar de por vida”, vida que
sólo duró
un año más. Venía esta misiva
manuscrita
con un soneto “que no he
querido enviar en Navidad”.
En tarjetas imprimías tus
felicitaciones navideñas.
me faltará esta última que, sin
embargo, uniré
a las escasas cartas que de ti
poseo, como tesoro
a dejar a quien conmigo va.
Rememorabas en él
a Fray Luis en Madrigal, acércate, Jacinto, tolle
et lege, pues escribe que el
Maestro leía y estudiaba
en su retiro, en “estos días
finales de otoño. Conoce
el Santo, como tú, “que durará
más su obra que
muros que ahora le cobijan”.
Sí, parece anuncio
de tu muerte, o, como me
confiaste en confidencia
amistosa, “mi testamento
literario”, cuando,
en realidad, “es una manera de
enfrentarme
con el problema de la muerte:
sereno, sin temor”.
Y, en estos tan duros momentos
tuyos, tenías
palabras felices para mí: “que
sigas trabajando
y publicando tus escritos y
Dios me dé tiempo
para poder leerte”. No sé qué
contesté a tan
amable epístola. ¿Buscabas,
Jacinto, la misma
“eterna armonía” que agradaba a
Fray Luis,
“cuando dejó sus huesos en la
tierra?” Creo
que florecía en ti la armonía
día a día como
las alondras, las currucas y
los trigueros, allá
por el cielo de Langa,
armonizan el paisaje con su
caramillo, mientras picotean
brotes rojos entre
las jaras y los tojos. Tu
armonía era tu propia
mismidad, al menos eso creí
entender en todas
las visitas que te hice a la
Ávila eterna que gustabas
y que leía al repasar tus
libros que crecían
en el estante a ellos destinado
y que tú me
enviabas, lector feliz era de
versos que me hubiera
gustado escribir, pero no he
llegado a tener
la gracia que a ti te donó el
Cielo para ser creador
abismal y avisado:
Son hermosos los árboles desnudos
húmedos del relente en madrugada.
No te destruyó la soledad, ni
la falta
de pareja, situación antepuesta:
elegiste
vivir en la alegría de Dios, en
el salmo
alegre de la paz, en la soledad
difusa
del hogar que llenó tu madre
amada,
madre siempre madre, hasta el
último
día concedido por la bondad de
Dios:
Un gozo augura terrenal y puro
el vuelo azul del libre abejaruco.
Esa fue tu primera muerte. Por
eso no
te importaba la tuya, era lima
sorda
contra el hilo del tiempo que
ni vuelve
ni regresa, según la sabia
intuición
del admirado Quevedo. Ninguna
de las
Moiras intervino. Ni las
Parcas. Sólo Dios
fue quien manejó la llegada del
ángel
del licor oscuro que la condujo
a un lugar
que sólo abandonó, Jacinto,
para abrazar
tu llegada, comprobar si el
viaje había
sido placentero, si traías
necesidad
alguna o las cosas de la vida
habían
querido detener tu partida con el roce
del viento entre los álamos . ¿Cómo no
lamentar, amigo del alma, que
ya no
escribas más sentado en el oculto
rincón junto a la lumbre de tu casa?
Ya has llegado hasta la muerte,
Jacinto,
y aún vives la eternidad cabe
los cerros
de Villatoro y la Serreta,
hasta que la nieve
oculte los senderos y todo sea
olvido.
III
… nada que
dar a cambio
de este limpio gozo que
prometes.
Jacinto Herrero Esteban
La riqueza del alma acrecentada
refulgía por tu hábito inefable
de hombre señalado por amable
divina mano en todo concertada.
Subías al altar llama dorada.
Usabas la costumbre de Dios,
hable
el místico misterio inabarcable
de tu renuncia en santidad
trocada.
Cuanto esperabas, gozas. Si
soñabas
la vida celestial, en ella moras,
y tu refugio es los brazos del
Amado.
Tus versos quedan. Y Ávila, con
su hado,
y la casa en Langa. Pasarán las
horas,
los años llegarán. Por ti
rezabas
y en nosotros pensabas:
nos gustaban tus palabras y
eras vivo,
como hoy, en los libros del
estante divo.
Responsorio
Lavados los pies en vasija de
oro,
inició su camino con mesura.
A tus pies, Señor, cabe tu
figura,
reposa Jacinto ahora con
decoro.
Prémiale, oh Dios, su esfuerzo
solidario
por amarte, por habitar en tu
templo
tabernáculo, por cuanto
contemplo
escrito con dulzura en su
rimario.
Desiderios
Haz que viva, Padre Amor, en tu
eterna
Casa, la de Ávila sublime, linterna
pétrea de místico templo noble:
que espere la llamada bajo el
roble
alto de Langa. Sirva de
consuelo
su fe en tu promesa de ir al
cielo
quienes por Ti todo abandonaran,
y él lo hizo. Mil renuncias
señalaran
las heridas visibles en el
alma,
que son y, pronto, próvido Dios
calma;
trabajó por vivir en la Presencia,
porque era, seguro, la mejor
ciencia,
de tan clemente Dios, el que le
abraza
y le conduce a su lugar,
hogaza,
Jacinto, de pan recién hecho:
en mesa
abastada, puesta para que comas
del pan eterno. Salvaste tu
vida
como un pájaro ingenuo de la
trampa
del cazador porque Dios en ti
anida:
tu clásico verso en el cielo
acampa.
José Luis Molina Martínez
Calabardina, 14 de mayo de 2012
Comentarios