Labordeta
Nací en Zaragoza en el año 1935, en el seno de una familia pequeño-burguesa e ilustrada. En mi casa igual se leía a Virgilio que a Lautremont. Tuve una infancia secretuda y llena de escondites donde guardaba mis ansias de ser un hombre. No fui buen estudiante pero sí buen amigo de mis amigos. De mi hermano Miguel heredé el ansia de escribir y de mi hermano Manuel la de cantar. ¡Él sí que cantaba bien!
De mi padre heredé los silencios y de mi madre la desconfianza hacia el ser humano.
Escribí versos, me reí con mis amigos y el franquismo me puso la cara seria hasta tal punto que, durante unos años, olvidé el reírme. Tan tarde empecé que ahora mi risa es un rictus un tanto conejil.
Un día me puse a cantar, pero nunca me lo tomé muy en serio porque estaba convencido de que ése no era mi oficio.
Oficié en Andalán con unos colegas inconscientes y seguí convencido de que lo mío era pasear por las mañanas en la zaragozana gusanera.
A mis veintitrés años vi por primera vez el mar, desde lo alto del Campamento de Milicias Universitarias de Castillejos. Desde allí descubrí el cabo de Salou. Luego vi el Cantábrico y entendí a los poetas ingleses.
Ahora sólo me produce intranquilidad el fax. Lo demás, a mi edad, ya casi lo tengo todo controlado, menos la vida, naturalmente.
(José Antonio Labordeta, escritor, cantautor, político...
Zaragoza, 10 de marzo de 1935 - ibídem, 19 de septiembre de 2010)
Comentarios
(Escrito en la red por Fernando Rodríguez Aldudo)
Sin temblarle el pulso y harto de las gracietas de los populares- ahora Partido de los Trabajadores- soltó un "¡a la mierda!" seguido de "lo que les fastidia a ustedes, que han controlado el poder, es que vengamos aquí a hablar". Todo ello entre risas de diputados, algún ministro también, que algo de verguenza deberían sentir al verse en tal actitud.
No era Labordeta un político al uso, por eso sus palabras podrían dirigirse a un alto porcentaje de políticos de uno y otro color.
El primer recuerdo que tengo de él - de su música- es en Valladolid; las manos unidas con un numeroso grupo de personas entonando su "Canto a la libertad". Por entonces, Chile se había convertido en una dictadura y aquí aún no habíamos salido de la nuestra. Se erizaba el vello en "clandestinidad" gritando "Habrá un día en que todos al levantar la vista veremos una tierra que ponga libertad". Aprendimos sus versos al lado de los de Paco Ibáñez, Luis Pastor, Jacques Brel, Moustaki y Víctor Jara.
Y aprendimos también su ironía, su socarronería con "Meditaciones de Severino el sordo"; sin desperdicio.
Dentro de un señor que se paseaba por España con una mochila, había un alma de maestro, que lo era- catedrático-, auténtico, de verdad, enraizado en Aragón y patrimonio de todos.
No era político al uso, no era músico al uso; su personalidad se alzaba sobre modismos, sobre técnicas instrumentales y sobre formas;
Su sentido del humor brotaba espontáneo. Era capaz de crear la historia de las tazas de té con elementos pornográficos que tanto escandalizaron a su prima "monjil", que esta huyó de casa y aún no se conoce su paradero. O se solidarizaba con aquellos que pedían que se contratara informadores del tiempo que fueran zurdos, pues con el trasero ocultaban Murcia y en Cartagena nunca sabían qué tiempo tendrían. Así, en todo caso, la peor parte se la llevarían los portugueses.
José Antonio Labordeta, maestro de maestros, cantautor de verso hondo, político de verdades desnudas. La persona por encima del personaje, capaz de desentrañar las verguenzas de los encorbatados que, tras la poltrona, ríen con patetismo cuando alguien les canta un par de verdades.
Espejo que debiera ser de las nuevas generaciones: de los políticos, para que se miren menos el ombligo y de los maestros para que no perdamos el referente. ¡Que sabe Dios lo que les contarán y cantarán a los niños quienes la primera vez que han sabido algo de Labordeta ha sido, precisamente, hoy!