Cuando el bosque no nos deja ver el roble o de cómo estuvimos a punto de perder al señor presidente


A veces la noche nos confunde. Cuando me dijeron de visitar unas ruinas de la época de los romanos, me vino a la memoria que mi primera película, la que vi en un cine obviamente, fue una de romanos. “Brazo de hierro” se titulaba y como los más inteligentes lectores habrán deducido iba de romanos y legiones, lucha, mucha lucha. La he buscado durante muchos años, ahora que vivimos una explosión sin igual en lo de compartir recursos, pero no he encontrado esa película, serie B sin duda, con actores poco conocidos y mucho extra. No obstante si alguien la ha visto y la tiene o sabe dónde la puedo conseguir se agradecería cualquier información.
Así que perdido en todas estas divagaciones me presenté en la plaza del Arrabal un poco antes de la hora convenida. Fueron llegando los soñadores a la cita y cuando nos reunimos y organizamos, aunque no llegábamos al centenar nos pusimos en marcha hacia Revenga, municipio de la provincia de Segovia y que parece pertenece al ayuntamiento de la capital.
Este pueblo hoy de un tamaño considerable y lugar de residencia de muchas gentes que trabajan en la capital y bastantes segundas residencias era conocido en el lejano tiempo del siglo VIII y hasta el siglo XII como ARBANA. Así que para que nadie se pierda en la lectura de esta breve crónica de lo acontecido en un día de junio del año de nuestro señor de 2016, verá que puede aparecer una u otra denominación del mismo lugar.
Guiados por el Señor de los bichos nos encaminamos hasta nuestro primer destino de ese día. Llegamos después de atravesar una campiña, en la que los majuelos y los secanos se alternaban con alguna que otra mancha de colzas, encinas dispersas y como fondo la sierra de Guadarrama. Cuando la impresionante silueta de la Mujer muerta, aquí la imaginación de nuestros antepasados ha fructificado con éxito, en otros casos se les llama locos y se termina con las imaginaciones; cuando la silueta de ese tramo de sierra digo, queda a la vista es cuando alcanzamos nuestro punto de partida.
Comenzamos el ascenso ante el espectáculo del agua reflejando el monte que le rodea. Un efecto espejo maravilloso favorecido por la luz que a esa hora del día había. Lástima que los piltrafillas de fotógrafos que nos acompañaban no captaran el instante. No les queda más remedio que ir allí a verlo in situ que diría un romano. Es un paseo agradable, para el goce de todos los sentidos. El aroma del tomillo nos acompaña mientras subimos entre lo que los expertos que nos acompañan definieron como un bosque de transición, que según entendí es un bosque en el que se entremezclan especies del bosque mediterráneo como el pino, el tomillo, espino albar, rosales silvestres, la jara, etc. y el bosque de sierra o de montaña baja donde empiezan a verse robles, brezo, otras variedades de pino, etc.; porque luego resulta que hay otro bosque diferente a medida que vamos ascendiendo. 
Tomo notas de plantas que vemos, apunto sus nombres: sauce, dedalera,… Siento pájaros cantar y pregunto su nombre y anoto lo que los expertos me dicen: mirlo, curruca capirotada, carbonero, petirrojo, etc.
Un ruido de agua tumultuosa, viva, libre llega a nosotros desde el fondo del valle. Al ascender un poco más aparece ante nosotros lo que los que saben llamaron pradera primigenia, donde el jabalí hoza buscando tubérculos. Hierba fresca y allí al lado pinos silvestres de enormes dimensiones, el río corre sin ataduras y el frescor acerca tal cantidad de aromas hasta nuestras pituitarias que embriaga. Los cantos de los pájaros son tantos y tan variados y tan bellos que paso de preguntar y de apuntar. Me abandono y la imaginación me lleva a la poesía de Rosalía de Castro:

Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros,
Ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros,
Lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso,
De mí murmuran y exclaman:
Ahí va la loca soñando
Con la eterna primavera de la vida y de los campos,
Y ya bien pronto, bien pronto, tendrá los cabellos canos,
Y ve temblando, aterida, que cubre la escarcha el prado.

Hay canas en mi cabeza, hay en los prados escarcha,
Mas yo prosigo soñando, pobre, incurable sonámbula,
Con la eterna primavera de la vida que se apaga
Y la perenne frescura de los campos y las almas,
Aunque los unos se agostan y aunque las otras se abrasan.

Astros y fuentes y flores, no murmuréis de mis sueños,
Sin ellos, ¿cómo admiraros ni cómo vivir sin ellos?

o la más conocida, tal vez,
Adiós ríos, adiós fontes
Adiós ríos, adiós fontes
adiós, regatos pequenos;
adiós, vista dos meus ollos,
non sei cándo nos veremos.
Y con estas divagaciones llegamos al punto en el que la cacera se cruza en nuestro camino, ella camino de Segovia hasta su acueducto y nosotros camino del azud captación. Así durante una buena cantidad de kilómetros, siempre con la misma pendiente, la pendiente exacta, para que el agua no se estanque pero tampoco arrastre materiales. Caminar lento pero constante. Y a cada distancia exacta aliviaderos para prevenir los vaivenes de la climatología y que las torrenciales lluvias no entorpezcan la marcha del agua. Y llegamos al azud de captación. De la parte más alta del río desviaron hace siglos el agua más pura y cristalina. En un laberinto zigzagueante el agua desviada del curso del río se amansa y clarifica. Quedan depositadas en el fondo arenas y limos y nuevamente limpia y clara inicia su camino hasta la ciudad de Segovia donde servirá para calmar la sed de los habitantes de la villa romana de la que Tito Livio nombró como una mansio cerca de Cauca. Allí dos ríos, Eresma y Clamores, pero los romanos querían el mejor agua en todos los casos para su consumo y el de aquellos ríos, al pie del asentamiento, para otros usos.
Asombrados por la ingeniería que desarrollaron y pusieron en práctica, siempre seguían el mismo guión, en cuantas ocasiones tuvieron de fundar ciudades los romanos iniciamos el camino de regreso a Arbana. Si el aroma de tomillo acompañó la subida, ahora más entrada la mañana era el de la jara el que llenaba el ambiente. Y llegamos hasta la ermita de san Roque, algo más grande que la de nuestra Virgen de la Caminanta, la que por cierto este fin de semana se festeja, y allí al pie de la ermita un almez (Celtis australis) propio de los Picos de Europa y del que curiosamente también vimos más tarde en Segovia capital varios ejemplares más.
Al lado de la ermita y tras caminar por los restos de la calzada romana nos tropezamos con Domingo, un vaquero de 82 años. Testimonio vivo y lúcido de un tiempo pasado que se pierde y lo peor de todo se pierde con él todo lo que se sabe de aquella época. Anoto que sería interesante recoger antes de que sea tarde sus testimonios, los de estas personas, antes de que se vayan para siempre y perdamos nuestra más auténtica memoria. Domingo pastorea unas quince vacas de raza limousine y se acompaña de perros raros para esa tarea, un Cocker Spaniel y dos Bretones; a los que también lleva a cazar liebres pues la codorniz según nos dice ha desaparecido de la zona y la perdiz lleva unos años malos. Pese a su edad nos asegura que levanta él más liebres que sus perros de caza, le miro y no necesito nada más para creerle, es más, su sola palabra me valdría más que cualquier documento firmado si va acompañada de un apretón de manos. Así eran estas gentes de antaño.
Comida de hermandad, visita a los últimos decantadores antes de arrancar el acueducto y recorremos lentamente el mismo hasta llegar a la plaza del Azoguejo conde la magnificencia del acueducto alcanza su máxima expresión. Pero no nos olvidemos que los romanos lo único que querían era traer el agua limpia y clara de la sierra hasta las fuentes de su ciudad.
«Comparad si queréis las numerosas moles de las conducciones de agua, tan necesarias, con las ociosas pirámides o bien con las inútiles pero famosas obras de los griegos». (Frontino, senador romano).

Al caer la tarde visitamos la iglesia de la Vera Cruz, según subimos a Zamarramala, desde donde según el escritor Julio Llamazares, “se ve Segovia, con su traje de gala como una novia.” Paseo por la ribera del Clamores hasta los huertos familiares a los pies del antiguo matadero de Segovia hoy reconvertido en museo provincial de Arqueología y los restos de la muralla. El Alcázar, la catedral, tan limpita que parece de anteayer, el cementerio judío, la pradera de la Fuencisla,…Tiene tanto que habrá que volver varias veces más para que tengamos tiempo de disfrutar de todo.

De Revenga o Arbana, como así la llamaban, queda un recuerdo imborrable. De lo acontecido en el bosque, de los duendes con camiseta naranja que lo cruzan corriendo, de los mensajes que se intercambian en la montaña y de todo lo demás queda como un secreto más del bosque. Bosque de ribera, bosque mediterráneo y bosque de montaña, donde hoza el jabalí, el roble crece y el agua corre libre junto a la obra de unos locos romanos que dejaron huella de su paso por estas tierras.

Fabio López

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