Polvo de estrellas
Un par de horas antes de la cita recibí el mensaje de un amigo. En él me participaba que no podría asistir al encuentro programado, al tiempo que me deseaba que disfrutáramos de la velada y me recordaba que varios autores habían dejado dicho, ya hace mucho tiempo, que somos polvo de estrellas.
Con estos antecedentes nos presentamos en la plaza del Arrabal, lugar habitual de encuentro para el inicio de nuestras correrías. Allí tras unos minutos de intercambio de saludos comenzamos a organizar la comitiva. Hicimos el oportuno reparto entre los vehículos pero respetando las ancestrales costumbres, como la de que mister Chisp solo monta en su jumento.
Así,
cual rey Leónidas, partió el señor Presidente de la Alhóndiga al frente de
trescientos de los suyos, más o menos, al encuentro de las estrellas. La larga
comitiva avanzó por la carretera de Donhierro hasta alcanzar su objetivo:
Cantazorras. Estacionados los vehículos, apagadas las luces y recubiertas de
papel celofán de color rojo las linternas, comenzamos a desplegar los mapas, el
de la luna y el de la bóveda celeste; el telescopio del señor Presidente, que
es el más grande, y también el que más
grande le tiene; y sillas, mantas y demás parafernalia necesaria para pasar un
agradable rato contemplando el cielo infinito. Me acordé entonces de una
canción de hace mucho tiempo, del grupo Los Pekenikes, “Cerca de las
Estrellas”, en la que buscaban otro mundo, lejos del sol y de las estrellas. Y
empezamos a intentar identificar las constelaciones que más o menos conocíamos
o habíamos oído nombrar.
Cuando
volvía en mí, ante la petición del señor Presidente o de cualquier otro a la
voz de: “Alumbra aquí”; volvía a
fijarme con detenimiento en las estrellas, llegué incluso a ver el planeta Saturno
por el Telescopio Presidencial, con sus anillos y todo, y atendí a la
explicación de Aurora Boreal sobre
que lo que brillaba un poco más abajo de Saturno, hacia la línea del horizonte,
era Marte, algo rojizo nos dijo, al tiempo que su poderoso haz de roja luz
señalaba en el firmamento. Y me vino de “la
Tierra de los Recuerdos” la canción de Georges Brassens que cantaba Paco
Ibáñez, sí esa titulada “Saturno”. Y el sonido del violoncello y la ronca voz
del maestro, que en mi recuerdo sonaban, me llevaron a imaginar cómo quedarían
en ese momento, en esos momentos de contemplación estelar unas trovas o versos
bien entonados. Se lo comenté al Juglar
de Muñosancho por si picaba el barbo. Espero que el cebo sea atractivo y
pique el anzuelo, y así un día nos subamos a Cantazorras, abrigados y con
chocolate calentito, o café, a escuchar
versos, o alguna coplilla de las que se sabe y tanto me entretienen.
Así,
soñando y buscando en la claridad de la noche la masa del pinar de Orán,
Saturno nos envió a un hijo suyo, Saturnino.
Conocí esa noche a este señor, cuya pedagógica forma de explicar las cosas me recordó a un amigo que ocupa ahora el lugar que le corresponde junto a las estrellas. Con claridad y sencillez explicó que las constelaciones giran 15 grados cada hora que pasa, por eso nos parecía que se habían movido, (claro que se mueven y nosotros con la Tierra, ¿verdad Pilar?) y cómo mediante nuestro puño podemos calcular su giro, siempre con el centro de giro en la Estrella Polar. Mientras todo esto y más nos explicaba, no dejaba de resonar en mi cabeza el estribillo de esa canción de Brassens: “…El tiempo no perdona nada.
Y en tu pelo una cana más…”. Inevitable pensar en el tiempo, su paso y su huella, al contemplar las estrellas y recordar a los nuestros, los que ya no están, familiares y amigos; al menos a mí así me pasa.
Conocí esa noche a este señor, cuya pedagógica forma de explicar las cosas me recordó a un amigo que ocupa ahora el lugar que le corresponde junto a las estrellas. Con claridad y sencillez explicó que las constelaciones giran 15 grados cada hora que pasa, por eso nos parecía que se habían movido, (claro que se mueven y nosotros con la Tierra, ¿verdad Pilar?) y cómo mediante nuestro puño podemos calcular su giro, siempre con el centro de giro en la Estrella Polar. Mientras todo esto y más nos explicaba, no dejaba de resonar en mi cabeza el estribillo de esa canción de Brassens: “…El tiempo no perdona nada.
Y en tu pelo una cana más…”. Inevitable pensar en el tiempo, su paso y su huella, al contemplar las estrellas y recordar a los nuestros, los que ya no están, familiares y amigos; al menos a mí así me pasa.
Contó
una bella historia Saturnino, sobre
Marte y sus satélites: Fobos(Miedo) y Deimos (Terror).
Intentaré que nos la relate por escrito para poder compartirla con todos
vosotros con sus propias palabras, pero entre tanto os puedo resumir su relato,
inquietante por otra parte. Jonathan Swift en “Los viajes de Gulliver”,
publicada en 1726, contó 150 años antes de que se descubrieran, que Marte tenía
dos satélites; y ya en la antigüedad la Mitología daba a Marte la patria
potestad de dos hijos habidos de su relación con Venus, llamados Fobos y Deimos, cosas de los dioses, de griegos y romanos; por lo que
cuando en 1877 el astrónomo estadounidense Asaph Hall descubrió y vio por vez
primera los dos satélites así les bautizó. Contó Saturnino, y ahí lo más
inquietante, que Jonathan Swift pertenecía a un logia masónica y que tal vez de
allí le viniera el conocimiento. Como ocurriera también con Kepler, quien a
principios del siglo XVII ya dijera que Marte debía tener dos satélites, en
función de un razonamiento subordinado a la "armonía
numérica". Cosas de los sabios, de los masones y magníficamente
contadas por buenos maestros. Así que, quién sabe si los títulos de canciones
de Mecano: “Barco a Venus”, o “Hijo de la Luna” no resulten ciertas así que
pasen unos centenares de años.
Y
con estos pensamientos y ensoñaciones aparte de otros muchos, allí estuvimos un
buen rato, extasiados, al igual que nuestros antepasados que habitaron esos
cerros hace cientos de años, contemplando la bóveda celeste. Asombrados,
asaltados por las dudas, la incertidumbre, la curiosidad y el ansia por saber.
Planteando ciento y una pregunta a nuestros maestros la Aurora Boreal y al hijo
de Saturno. Tomando clara conciencia
de nuestra insignificancia en un universo tan inmenso. Aprovechando el momento,
porque dentro de 5.000 millones de años
el Sol se expandirá y todo habrá terminado.
Para otros, estuvimos “haciendo el bobo y
pasando frío”, pero ya saben vuesas
mercedes que "La Alhóndiga" hace cosas diferentes para gente diferente.
Fabio López
(Fotografías de Alberto Gil,
David Pascual y Julio Pascual)
(Fotografías de Alberto Gil,
David Pascual y Julio Pascual)
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