Manuales para mozas de cántaro

Las mozas del cántaro de Francisco de Goya
«Traían los manuales las niñas de cántaro debajo del brazo, las fruteras y las verduleras los leían cuando vendían y pesaban la mercancía», dice un texto, que, a pocas luces y entrenamiento que se tengan de la hermenéutica literaria, se ve enseguida que no es de este tiempo; Y no tanto por lo de «las niñas de cántaro», que las hay —aunque en el ámbito de lo que «los más listos» llaman «la España profunda» con cierta altanería, pero en lo que a lo mejor no se equivocan nada— como por lo de leer, incluso si hay tanta gente que, afortunadamente lee en el metro o en el tranvía, suponiendo que sea un libro lo que leen, que tampoco es cosa de presumir de antemano. El desconcierto nos llega, cuando nos percatamos, a seguido, de que ese texto de Gonzalo de Arriaga, se refiere a lo que ocurría de la segunda a la cuarta decena del siglo xvi, y los manuales en cuestión trataban de asuntos de oración.
El hecho que Arriaga cuenta exige, desde luego, un pausado comentario en sus diversos aspectos, pero, si ponemos los ojos en lo que es más obvio, nos resulta inevitablemente algo muy melancólico, ciertamente. Esos manualitos siguen existiendo. Con frecuencia, o más bien casi siempre, están escritos por hombres y mujeres de mucho saber, y con un arte en el decir y el escribir, que es pura maravilla. Algunos de ellos son quizás la escritura más limpia en nuestra lengua, que jamás se ha hecho —pongamos por caso el Tratado de la oración de Luis de Granada—, y otros, como Las Moradas de Teresa de Ávila, un puro castillo de cristal levantado en el aire, con noticias de un amor secreto y no perecedero; y nombraremos todavía El carro de las donas para aludir a otro librito, que es delicia y hondura, frescor y removimiento en los adentros. Pero había miles de estos pequeños, grandísimos libros.
Y así era aquella España. Todo eso se leía en el mercado, y lo leían las lindas mozas de cántaro, cuando iban a la fuente; no solo las damas, o las monjas, o los muy graves caballeros. El recuerdo de ello es, como poco, un test cultural para nosotros. Inevitable.

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