La casa de las milicias concejiles
Sobre las milicias concejiles, populares o municipales de nuestra Edad Media, hay estudios de bastante enjundia, los de Carmela Pescador, María Dolores Cabañas, Antonio Sacristán y Martínez o James F. Powers, además de otros varios autores y autoras que se ocupan del asunto de manera secundaria pero que, aún así, aportan datos y reflexiones a veces de bastante entidad.
La historiografía oficial, la que se enseña en la escuela “pública” y en la universidad “pública”, se niega a admitir la verdad sobre esta parte de nuestra historia, en la que el pueblo, armado y autoorganizado para defender las libertades del municipio, que eran la parte sustancial de las libertades políticas, económicas y civiles de esa época, resultaba ser el protagonista.
Incluso la expresión “milicias concejiles” es tan desconocida que cuando se pronuncia, también ante personas de amplia cultura, es escuchada con sorpresa e incredulidad: tal es el asombroso grado de falseamiento del pasado a que se entrega el Ministerio de Educación y sus paniaguados.
Así las cosas, en la villa de Arévalo existe todavía un monumento denominado incluso en las guías turísticas “casa de las Milicias Concejiles”. No quedan muchos restos materiales más. En Zamora, en la salida de la muralla conocida como Puerta de Olivares, hay una inscripción de 1230, medio borrada por la erosión, que se refiere a la épica actuación de las milicias (concejiles) de Zamora en la liberación de Mérida del imperialismo islámico el antedicho año. No hay otras referencias arquitectónicas, que yo sepa, salvo en la documentación de la época, donde sí son citadas con profusión, para desesperación de la historiografía mendaz, monetizada y trapacera de nuestros días.
La conocida como “casa de las Milicias Concejiles” de Arévalo es, en realidad, un edificio de confusa adscripción. Lo que se observa hoy es, con casi total seguridad, del siglo XVI, cuando las milicias concejiles dejaron de estar activas a finales del siglo XIII, salvo algunas excepciones. En todo ello hay un notable grado de confusión, que la investigación realizada para escribir este comentario no ha podido aclarar. Es posible que en el lugar existiese un espacio edificado para la concentración de las milicias, o con más probabilidad para la celebración de sus asambleas, lo que es congruente con su ubicación extramuros del Arévalo medieval. Tal vez ese edificio fuese remodelado sucesivamente, hasta perder casi del todo su fisonomía primera aunque conservando su nombre original.
Las milicias concejiles eran la organización armada de los varones de la villa, esto es, de todo los vecinos. Estaba a las órdenes del concejo abierto, o trama de asambleas soberanas en la que se agrupaban hombres y mujeres. El concejo mandaba sobre las milicias concejiles, que eran su brazo armado. Cada año el concejo, o sea, la asamblea de las vecinas y los vecinos, designaba al jefe militar que debía mandar aquéllas. Era el adalid.
Las funciones de las milicias concejiles, populares o municipales, eran defender la libertad y soberanía del municipio con las armas en la mano. Ello exigía un adiestramiento constante, que se hacía en el palenque, y una exhibición de su preparación para el combate defensivo y ofensivo, que tomaba el nombre de alardes, en los que el adalid revisaba el estado de armas y caballos, y comprobaba la preparación para la lid de los milicianos.
Los caballos y las acémilas provenían de las yeguadas comunales, que pastaban en los prados propiedad del concejo, esto es, de la totalidad de las vecinas y los vecinos. Para organizarse, las milicias se reunían en asamblea, aprobaban Reglamentos, decidían quienes se ocupaban de hacerlos cumplir cuando la asamblea no estaba reunida y establecían qué bienes y socorros debían otorgarse a las familias de quienes murieran en la batalla, así como a los que resultaran heridos o mutilados en ella. La eficacia militar de esta formación armada de soldados no profesionales, puesto que todos eran vecinos (un varón por cada casa habitada) es legendaria.
Sus integrantes eran valerosos combatientes por la libertad municipal, la defensa del comunal, la soberanía del concejo abierto, el derecho consuetudinario y luego foral, la convivencia entre las diversas religiones y la libertad de las mujeres.
En Arévalo existe al menos otro edificio más que nos lleva a ese mundo asambleario, miliciano y concejil, esto es, rotundamente popular. Es la Casa de los Sexmos, de los siglos XIV-XV según los entendidos. Sexmos eras las seis partes en que la Tierra de Arévalo se dividía para su organización y autogobierno. En cada uno de ellos se agrupaban las aldeas próximas entre sí. Todas éstas reunían su asamblea concejil, donde se debatían los problemas incluidos en el orden del día, tomando decisiones por mayoría simple. Si éstas afectaban a la totalidad de la Villa y Tierra de Arévalo, cada aldea designaba a dos portavoces (no representantes) que obligados por el mandato imperativo, acudían a las reuniones de los voceros de todas las demás aldeas del Sexmo. En tales encuentros se designaba a un equipo de portavoces que llevaban las decisiones de cada uno de los Sexmos a los encuentros que en Arévalo tenían lugar regularmente entre los enviados por cada uno de los Sexmos y los de la villa. Las reuniones se realizaban en la Casa de los Sexmos, que aún está en píe, en un lugar más céntrico del casco medieval, la Plaza de la Villa, un espacio magnífico, en el cual la imaginación puede recrear el mundo popular medieval sin mucho esfuerzo.
Félix Rodrigo Mora
(fragmentos)
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