El altar de los druidas

Desde el amanecer de los tiempos el hombre ha mirado al cielo buscando respuestas a las grandes preguntas que le atemorizaban. La incertidumbre sobre lo que se encuentra al otro lado de la muerte, tiene en nuestro tiempo diferentes formas de afrontarse. Sin embargo, hoy no estamos más cerca de la respuesta definitiva que los hombres que poblaron Ulaca, y desde luego hace mucho que ya no miramos el cielo. Este castro de la edad de Hierro se encuentra en un enclave privilegiado, una meseta a 1500 metros de altura colgada del valle de Amblés. Desde esta posición los vetones se defendían de los ataques de otras tribus y de la posterior amenaza romana. Pero la verdadera naturaleza de este enclave, iba más allá de una necesidad defensiva; los druidas de este pueblo consultaron las señales celestes y advirtieron que el dios Lug se había encarnado en la montaña sagrada.
Hoy conocemos a esa montaña como el Pico Zapatero, y con sus más de 2100 metros de altura es una de las cumbres de la sierra de la Paramera. El altar de sacrificios de este castro celta fue levantado para honrar a esta manifestación sagrada, hace más de 2300 años. Sus escalones construidos en la roca madre, sus cazuelas y canales para realizar libaciones y su aspecto arcaico y solemne siguen causándonos una profunda impresión.

Pocos lugares como este nos enseñan que la espiritualidad del hombre tiene orígenes antiquísimos y que aún son muchas las preguntas que nos plantean los antiguos: ¿Qué clase de rituales se celebraban en Ulaca? ¿Cómo era la divinidad a la que ofrecían estos cruentos tributos? ¿Llegaron a realizarse sacrificios humanos? 

A poca distancia del altar de sacrificios, otra enigmática construcción nos sorprende: Una sauna celtíberica, probablemente con finalidad iniciática, y tallada en un bloque monolítico de contundentes proporciones. Probablemente aquí tenían lugar sus ritos de paso la clase guerrera, una parte tan importante de la sociedad vetona que eran honrados incluso después de la muerte para que su memoria perdurase. Tampoco muy lejos, siguiendo los paneles explicativos, se encuentran las viviendas del resto de la población, la imponente muralla e incluso las huellas por donde accedían los carros por las ciclópeas puertas. En cualquier caso, es el espléndido paisaje que se descubre desde Ulaca el verdadero protagonista; desde una explanada dominada por gigantes moles de piedra, los druidas celtas señalaban las fechas sagradas del calendario (Beltane, Lugnasadh, Samhain y Brigid), aprendían el movimiento de los astros y miraban al cielo para no olvidar sus orígenes.


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