La calle Eulogio Florentino Sanz
Esta calle de ciento ocho metros de larga, tres cuarenta de ancha y habitada por ochenta y siete personas, tiene su entrada por la plaza del Arrabal y desemboca en la plazoleta de las Tercias Reales, así llamada, porque en el siglo XVII, el Duque de Osuna, recibió de sus colonos la renta en especie y en tres partes, dos de trigo y una de cebada que cuidadosamente guardaba en el panerón de su propiedad, del que sólo se conserva el chaflán de la barroca portada que da acceso a los corrales de la posada de la Ciega.
Algunas de las construcciones de esta calle datan del segundo tercio del siglo XVI, y para luces y aislamiento de las casas medianeras, los propietarios, dejaron dos callejones mezquinos y estrechísimos que los vecinos denominaban abanciques porque por ellos, se avanzaba, y tenían razón, para ir desde la plazuela del Salvador al barrio de la judería, de cuyos abanciques le viene el primitivo nombre a tan florida y pasajera calle. Respetemos la ortografía de aquella dilatada época.
Todavía podemos apreciar uno de los abanciques en el hastial izquierdo de la casa que en 1925, mandara levantar don Gerardo Palomo. El otro salía frente a la iglesia del Salvador, pegado a la cantina del Maragato; los dos, eran tan sórdidos y quebrados que los enemigos de la moral y de la higiene los convirtieron en vertederos de inmundicias, y los pilluelos y raterillos, en escondite de sus maliciosas y punibles fechorías.
Para impedir aquellos vergonzosos focos de infección y por iniciativa ―según tenemos entendido― de don Eusebio Sanz, abogado y padre de Eulogio, el año de 1840 fueron cerrados a la vía pública por medio de puertas de madera, quedando sin salida el pasadizo que da a la silente y encuestada plazuela de Don Justo.
Poco después de condenar los originales abanciques, don Eusebio, viudo, desconsolado y taciturno, marchó a Madrid, y su hijo Eulogio a Salamanca a cursar en la Universidad las leyes, bajo la protección de su tío, el excelentísimo señor Sánchez Notario, a la sazón, ilustre canónigo de la catedral charra, ocupando la deshabitada casa, la reputada y por extremo sencilla familia de los señores Bernal, en cuya histórica mansión, inscrita con el número once en nuestro nomenclator callejero, abrió los ojos a la luz del día, don Román Martín Bernal, hombre cariñoso y bonachón, quien por afabilidad y honradez, más que por sus méritos político-sociales, llegó a ser presidente de la Diputación de Ávila, Gobernador de Valladolid, jefe superior de Administración Civil y director general de Política y Beneficencia. Militó en el partido conservador, atendió metódico y reflexivo las quejas de nuestro pueblo y murió modestamente en Madrid una tarde otoñal oscura y paupérrima del 1910.
El año de gracia de 1846, en el local donde se halla la tasca de Pantalones, catorce varones, curiales en su mayoría, fundaron la “Sociedad de Amigos”, más tarde titulada “Casino de Arévalo” que viejo, descolorido y mustio se acurruca en un rincón del caserón de los Cárdenas en la plaza del Salvador.
Setenta y dos años después y en el mismo local bebestible, se celebró con un animadillo baile hortera-modisteril la unificación de la Sociedad Obrera de Oficios Varios con la Asociación de Dependientes de Comercio e Industria, desaparecidas fulminante y arrolladoramente por la generación del 36.
En el número 16 de la artesana calle, nació del 30 de marzo de 1924, Félix de la Vega.
No está en nuestro ánimo hacer de la vida taurina de este popular paisano el más ligero e intencionado comentario, aunque no dejamos de reconocer que es el único torero arevalense que, hasta hoy, ha vestido el traje de luces, alternando con novilleros punteros en plazas de alguna categoría y recibiendo en sus actuaciones las broncas y las ovaciones propias de esta clase de espectáculos.
El Ayuntamiento de 1910, para honrar la memoria de nuestro romántico e inspirado poeta, puso a esta vía el nombre de Eulogio Florentino Sanz, colocándose con tal motivo las chapas de rigor en las fachadas de los edificios extremos.
Dos lustros después las fachadas fueron revocadas y, como nadie se preocupó de volver a fijar las consabidas chapas, las clases menos ilustradas, prontas a olvidar lo bueno, siguen conociendo la arteria por el nombre antiguo, y los forasteros, aún más desconocedores de la selecta intelectualidad de nuestro destacado vate, la denominaron de las Funerarias, sin duda porque en las primeras décadas del siglo en curso había dos establecidas, la de don Pablo Pérez, que pasó a la reserva y la de la señora viuda de Lino Tovar que todavía presta sus tétricos y escalofriantes servicios; en cambio para los que gustamos de evocar prestigiosas figuras y hechos notables, aunque la calle carezca de chapas, el nombre de Eulogio perdurará en el espíritu de todo arevalense medianamente instruido.
La biografía de Eulogio es harto conocida pero un deber de admiración y respeto nos obliga a recordarle aunque sea a grandes rasgos.
Eulogio Florentino Sanz no nació en la calle a él dedicada sino en la plaza del Real, el día 11 de marzo de 1822.
Este ilustre arevalense de fama universal, esta lumbrera de las letras españolas a cuya muerte lloraron las musas como hecho irreparable, falleció en Madrid en el número 25 de la calle de Luisa Fernanda, el 29 de abril de 1881.
Cosas de mi pueblo.
Marolo Perotas. Año1952
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