Epistolario
Querido y buen amigo Juan Jesús:
Permíteme la licencia de
esta misiva para contarte lo que podrás saber si acaso esto leyeras. Ya
habrás conocido que el domingo 2 de diciembre del año del señor de dos mil y doce, primero de Adviento por más señas, acudimos,
algunos de los habituales y otros nuevos que se han animado a venir con
nosotros, a la excursión que nos había de mostrar algunos de los humedales de
esta tierra que ocupamos y que nos contiene y que damos en llamar Tierra de
Arévalo y Moraña; excursión que, como otras veces, propone y organiza nuestro
común amigo y guía Luis José.
Quedamos, como te habrás enterado, en la plaza del Arrabal una hora antes de la hora tercia y salimos
hacia nuestro primer destino y que era en esta ocasión Albornos.
Íbamos en el coche de míster Chips, él mismo, Ángel Ramón, Juanan y yo, buen amigo. Al pasar por Narros de Saldueña, míster
Chips decidió enseñarnos el castillo-palacio del duque de Montellano, que como ya sabes fue construido
a finales del siglo XV por la familia Valderrábano.
Seguimos camino sin parar
hasta Albornos y, al llegar, Luisjo nos pregunta si queremos volver y ver
detenidamente el castillo. Asentimos todos y volvemos de nuevo a Narros.
Una vez llegados no puedo dejar de contarte la enorme sorpresa que nos llevamos Juanan y yo mismo. En la fachada principal, en su flanco izquierdo,
según miras de frente a la curiosa reja que adorna la puerta de acceso a la
fortaleza, aparece la famosa rana que, con insistencia y sin suerte, buscamos
concienzudamente en la fachada de la Casa de las Conchas, todos nosotros, el día aquel que estuvimos en Salamanca.
Ahora comprendo el que la
gente nos mirara con cierta cara de asombro y se sonriera por lo bajo como preguntándose: ¿que harán estos pobres orates?
Ahora lo entiendo todo.
Nosotros, pobres ignorantes, buscando la famosa rana y resulta que la rana
estaba aquí, en Narros de Saldueña, en la fachada de su castillo.
Te adjunto una fotografía
del curioso batracio, anfibio del orden de los anuros, y te dejo tranquilo que ya está anocheciendo y, como ya sabes, de noche todos
los gatos son pardos.
Tu buen amigo del alma J. C. de las Calzas Verdes
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