LOS VERDES PRADOS
Se recomienda la audición del concierto para violín en re mayor Opus 35
de Piotr Ilich Tchaikovski;
antes, durante y después de la lectura de esta sencilla crónica de una correría
por las tierras de Aldeaseca.
“Que por mayo era, por mayo,
cuando hace la calor,
cuando los trigos encañan
y están los campos en flor…”
La
propuesta para el mes de mayo de Luisjo, Eldelosbichos,
era una visita multidisciplinar, que viene siendo una suerte de visita
enciclopédica. Como en aquellas enciclopedias, que nuestros hermanos mayores
utilizaron en la escuela, que recogían un poco de todas las materias y a todas
se les prestaba atención. Pues esa era la propuesta, visitar un lugar de
anidamiento de cigüeñas blancas (Ciconia
ciconia), la posterior visita a un prado convertido, gracias al tesón de
unos pocos, en un campo de golf sostenible y perfectamente integrado en el
medio y para finalizar una frugal merienda campestre.
El
tiempo agradable y los módicos precios permitieron que la sugerente propuesta
tuviera gran eco. Ya no llama la atención la gran cantidad de personas que,
ávidas de aventuras, se dan cita en nuestras correrías. Son más llamativas, por
sentidas, las ausencias. Para mí hubo dos por encima de otras, la de Mario, elOjoquetodolove, que se encontraba de
celebración familiar, pues la pequeña Paula recibía su Primera Comunión; y la
de Ángel Ramón, el Querubín que sabe
latín.
El
punto de vista del primero, siempre sorprendente, nos aporta imágenes que
durante la visita nos han pasado desapercibidas, permitiéndonos recorrer
nuevamente y de forma única y diferente el mismo camino con lo que su ojo ha
captado. Consigue sorprender y emocionar, al menos a mí, con sus imágenes,
tomadas por los mismos senderos y veredas que juntos hemos recorrido y sin
embargo no había ni reparado en esos detalles.
En
cuanto al segundo, el Querubín que sabe
latín, necesito de sus explicaciones. Desde el origen del nombre de la
cigüeña blanca (Ciconia ciconia) a
cualquiera de la más insignificante de las inquietudes que atormentan mi
conocimiento. Con él la Vida resulta más comprensible, se nota su gran
capacidad pedagógica, me permite aprender sin esfuerzo, conocer el porqué de
las cosas y de sus nombres, resolver dudas y recibir su serenidad de ánimo.
¡Señor, qué buen maestro!
Llegada
pues la hora, la comitiva se puso en marcha. Parecíamos una boda, dijo alguien,
o tal vez dijera una boa, por la larga fila de vehículos. Ya no llamamos ni la
atención. Cuando nos vieron por la C-605 dirección Madrigal, el de las Altas Torres, a tan numeroso
acompañamiento en la larga recta que anuncia la llegada a Aldeaseca, tan solo
acertaban a decir: “¡Ande irán!”.
La
primera parada, quiso Eldelosbichos,
que fuera en El Lavajuelo. Precisamente junto a una parcela que ha sido
propiedad de mi familia desde los tiempos de mi abuelo Fabio. Allí, casi una
treintena de milanos negros (Milvus
migrans) picoteaban insectos del suelo. Nunca lo había visto. Les observamos con
detenimiento y respeto. Me vino entonces a la memoria todo lo que mi padre me
ha enseñado sobre los parajes del término de Aldeaseca. Allí en El Lavajuelo,
en tiempos, se formaba una enorme laguna, de ahí el nombre de lavajo, donde
llegaban las aguas de lluvia que los caces traían desde el prado de Sanahuebras
o el prado de El Regajal. Me contaba que no se secaba durante todo el año, y
todo el bajo que aparecía ante nosotros no se podía labrar.
Con
el tiempo y las perforaciones, el consumo de agua para el riego agrícola hizo
descender la capa freática y con ello desaparecieron esos lavajos, que
proporcionaban un lugar para vivir a un gran número de especies animales y
vegetales. Como consecuencia el paisaje cambió. El labrantío ganó terreno y aun
cuando la mayor parte de los cultivos en esta zona eran de secano, resultaba
impresionante contemplar toda la llanura salpicada de aspersores, que aquí y
allá semejaban interpretar un ballet de agua y luz. Aún recuerdo cómo le
gustaba ir, al atardecer, a un amigo mío gallego, a ver el espectáculo de las “lluvias”
regando en un llano que a él, acostumbrado a su tierra, le parecía infinito.
Cuando
nos pusimos en marcha, tres avutardas (Otis tarda) levantaron el vuelo, espectáculo que no deberíamos perdernos ninguno
de nosotros. Dejábamos a nuestra izquierda la ladera de Horneros, donde todos
mis tíos y mi padre tenían fincas. Me aprendí de memoria la ubicación de cada
una de ellas, tarde ya, pues hasta bien entrado en la treintena, mi contacto
con el campo de labrar se había limitado a esporádicas visitas.
Dejamos
el camino de El Lavajuelo para coger a nuestra derecha el Sendero de la Piedra
–no dejará de sorprenderme la sencillez con la que se ponía nombre a las cosas
antaño- o también llamado Camino de las Monjas. Próximo a éste hay un camino
que le llamaron el Camino Perdido, tal vez porque moría en el pinar de Rogero,
junto a la Fuente de los Lobos. Y también un paraje, donde la peor calidad del
terreno es evidente, que le llaman el Rincón del Diablo. Por no hablar del que
llaman Deshonrrayugueros, El Fiel Amigo, el Alto de las Gallegas, La
Portuguesa, La Laguna del Lavajo del Obispo, Aguasal, Pinar de los Tomillos y
tantos otros.
Todas
estas enseñanzas de mi padre venían a mi recuerdo mientras nos desplazábamos
por la llanura. Mister Chisp, como mi señor don Quijote, se niega a
abandonar su cabalgadura, por lo que solemos compartirla y el rocín en
cuestión, obedece al punto las órdenes de su señor; y éste a su vez las
maniobras del vehículo que nos precede, de tal modo, que cuando Luisjo, Eldelosbichos,
se detiene, porque acaba de ver una pareja de cernícalo común (Falco
tinnunculus) que debe tener su nido en el brocal de un pozo que hemos
dejado a nuestra derecha, mister Chisp, también, y con ello toda la
comitiva. A veces no sabiendo muy bien la razón. Si se desciende de su montura
Luisjo, todos le imitamos y, prismáticos en ristre, empezamos a escrutar el
paisaje en la misma dirección que él, esperando encontrar algo que
desconocemos. Como debe ser que siente pena por nosotros, nos aclara lo que
debemos buscar, dónde fijarnos y nos ofrece una explicación completa de los
usos y costumbres del bicho observado. Con gran capacidad pedagógica por su
parte, los alumnos, todos nosotros, nos empapamos de sus enseñanzas. Bueno,
todos no, mister Chisp, sigue viendo solo pájaros negros; que yo creo
que ya es más cuestión del oftalmólogo que otra cosa.
Paramos
cerca de los pinares de El Nigal, donde más de veinte nidos de cigüeña se nos
muestran. Es la cigüeña (Ciconia ciconia), un ave de largo pico con el
que crotora sacudiendo rápidamente la parte superior sobre la inferior. Ave de
paso que anida en las torres de las iglesias y palacios y árboles elevados, y
dicen que se alimenta de sabandijas. ¡Cuántas cigüeñas necesitamos!
Su
cuerpo blanco con las puntas de sus alas negras, sobre unas patas largas y
rojas, rosadas dicen algunos. No resulta difícil diferenciar el cigüeño de la
cigüeña, el primero es blanco y negro, y la segunda es blanca y negra. Los
cigoñinos en los nidos son fáciles de reconocer, pues sus picos de color negro
se diferencian del color rojo del de sus progenitores.
Fieles
a su nido durante años, vuelven a él al regresar de su migración. En otoño
vuelan dirección sur, hacia África y regresan en primavera; aunque tengo un
amigo, que es pintor de profesión y monje Trinitario de vocación, que dice que
las cigüeñas ya no son como antes, que las de ahora ya ni se van en invierno.
Allí
junto a los pinares de El Nigal, contemplamos un macho de avutarda (Otis tarda) que en el cerro de Cavollas, junto al Rincón
del Diablo, se muestra en todo su esplendor. Con los modernos visores que
portamos se le pueden apreciar hasta las bigoteras. Como la distancia a la que
nos encontramos le da seguridad, se muestra orgulloso y luce su bello plumaje
sin importarle nuestra presencia, más bien al contrario.
Contemplando
toda la llanura que se extiende ante nosotros recuerdo lo que mi padre me
contaba de sus tiempos de juventud, cuando venía junto a sus hermanos a
realizar las labores propias de su oficio: acarrear, aricar, arar, segar,...; y
el campo todo, estaba lleno de gente laborando y cantando. Miles de anécdotas
tantas veces contadas sobre estos mismos parajes, que se han fijado en mi
memoria con nitidez, casi como si las hubiera vivido propiamente. Hoy solo
queda mi padre con vida y en el campo no se ven labradores que canten.
De
El Nigal nos fuimos a una zona en la que varios prados: Los Ejidos, El
Mullidar, La Torca y el de Los Tejares; forman un enorme, para estos pagos,
prado natural, con laguna y todo. Aunque en cuanto el calor apriete se secará
hasta que en invierno, si el otoño viene lluvioso, vuelva a tener agua. Un
bando de patos se eleva al llegar nosotros, mientras varias cigüeñas sestean en
la fresca y todavía alta hierba que conservan estos prados. Veo junto a ellos
las tierras que fueron de mis tíos, ahora concentradas. Gaudioso, Neuterio,
Heraclio, Carlos y Adrián. Parajes y paisajes, que como podéis comprobar me
resultan muy familiares, pero que descubro ahora lo poco que sabía sobre lo que
atesoraban.
Regresamos
a Arévalo para visitar el Prado de la Velasco, donde un prado ha sido
convertido en un campo rural de golf, gracias al trabajo y esfuerzo de César, The
President, que nos recibe y nos muestra a todos los visitantes lo que han
conseguido. Amojonado por centenares de árboles que lo delimitan, las junqueras
naturales y una hierba fresca y verde, nos proporciona un placentero paseo al
atardecer, mientras tratamos de golpear a una bola de golf con palos de nombres
desconocidos. Todo un privilegio para la comarca disponer de un lugar así,
siempre que no se aparten de esta línea que me parece acertada.
Nos
llaman desde el pinar cercano, la frugal merienda nos espera. Pero por el buen
hacer y la calidad humana de Julio y de David entre otros, allí aparece la
pantagruélica cena de una suerte de Ogro. Paella y todo un muestrario de
pecados en forma de viandas pasadas por la parrilla, y no la de san Lorenzo
precisamente. Desde morcillas a panceta, entrañas y secretos, chorizos y tierno
pan. Decido que sea lo que mi dios quiera y... peco. Pruebo de todo, sin
abusar, sé que la penitencia será dura, pero una cena en buena compañía y su
posterior sobremesa bien merecen ser purgadas más adelante.
A
nuestro Presidente, ¡oh Capitán, mi Capitán!, hemos tenido que echarle
de comer aparte, como consecuencia de sus reticencias y reparos culinarios. Mal
camino lleva ahora que se acerca la Asamblea.
Comentarios
Segundo... un poco blandengue le veo a Ud. amigo Sancho, con estos piltrafillas que faltan a estas correrias. En lo que tienes razón, es que se les echa en falta; pero además... hay que ponersela, y nuevamente tendrán que justificarla debidamente.
Y tercero... lo del frugal almuerzo; aquí, tengo que perdonarte, por que ni
un "berebere" de estos radicales, podría haber evitado el pecado.
Y cuarto, gracias por dejarnos enseñaros el prado. A partir de ahora, ya sabeis donde está y que sereis debidamente tratados todos.
Sirva como justificante que hasta el lunes no me enteré de nada. Ya sabéis que los fines de semana los paso en el pueblo y a veces me queda poco tiempo para conectarme.
De todas formas se agradecen estos reportajes de Fabio donde se le ven sus raices más profundas.
Ángel Ramón
Un saludo