Un nuevo Arévalo

Bienaventurados los pobres de memoria porque de ellos será el infinito reino de los ignorantes.
Es ese un reino vacío de historia, sin sensibilidad, sin inteligencia ni gusto y donde las personas,
felices, tropiezan tantas veces como quieren con la misma… ¿piedra?.
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Para convertir Arévalo en una moderna ciudad bastaría con multiplicar la avenida de Emilio Romero unas cuantas veces a lo largo y ancho de su casco urbano, añadiendo una gran circunvalación paralela a los ríos Adaja y Arevalillo. Como tengo oído que el ayuntamiento ha empleado en la construcción de la plaza de toros los ingresos de los futuros años -¿legislaturas, decenios?-, expongo a continuación un lucrativo medio para conseguir tal fin.
Trazar amplias y cómodas avenidas por toda la ciudad supone empezar por desmantelar la parte antigua, eficaz manera de remediar el estado de penosa ruina en el que está desde hace muchos años. En lugar de dejar que se caigan los monumentos sin más, como ocurre ahora, y sin beneficio alguno, el punto fuerte de mi plan reside en desmantelarlos a conciencia, con delicadeza y rigor científico para poder así venderlos y obtener unos ingresos cuantiosos. Por extraño que parezca, hay compradores para semejantes ruinas. La única condición es que se puedan reconstruir allí donde las lleven. Hay necios que ponen precio de oro a esas centenarias piedras. No importa por qué o para qué lo hagan, si para montar museos como “The Cloisters” en Nueva York (donde, por cierto, atesoran monumentos de segovianos y sorianos que se nos han adelantado), para sede de instituciones públicas o para domicilios privados. Que se las lleven, que hagan lo que quieran con esta polvorienta herencia que tanto estorba e incomoda. El incomparable beneficio que dejará esta venta permitirá seguir adorando al todo poderoso hormigón, que será, sin duda, el dios del siglo XXI. Ya veréis como dentro de otros 500 años aún vienen de América o de donde sea a comprar lo que aquí ya no queremos.
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Puro cinismo. Siempre me ha dado una profunda pena pasear por ese museo de Nueva York o por el de Cluny de París o por tantos otros donde guardan parte de nuestra Historia y nuestro Arte. Está allí, la mayoría de las veces porque no supimos apreciarla. Esa actitud también nos identifica, mejor, nos califica. Por eso Arévalo se refleja tanto en la nueva plaza de toros (que espero sea al menos funcional) como en el estado del casco antiguo y las veredas de los ríos. El corazón monumental de la ciudad está en ruinas y su entorno natural privilegiado es un vertedero. ¿Hasta cuándo tanta desidia? ¿Cómo puede colocarse una sola “piedra” nueva mientras no se hace nada para evitar que las antiguas terminen por derrumbarse? ¿Por qué no se usan las mismas ideas en pro de la “fiesta de los toros” para argumentar la recuperación del patrimonio histórico? ¿Pero hace falta de verdad justificarla? ¿Hay manera de encarar el futuro sin asumir el pasado? El nuevo Arévalo sólo podrá ser nuevo si se asume como ciudad monumental y centenaria, cuando devuelva sus ríos a los ciudadanos propios y ajenos, cuando en vez de oír a paseantes interminables lamentos sobre el estado de la ciudad, oigamos alabanzas sinfín por el placer que les supone recorrer sus calles y veredas. Cuando Arévalo se reconozca, al fin, en el orgullo de ser arevalense, con todas sus piedras en el camino.
Marta López Beriso

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