Ya en los albores del siglo XVII, dando frente a la desembocadura de lo que en tiempos lejanos se llamó la « Peña Talaverana », se acurrucaba mezquino y avergonzado en la margen izquierda del cochambroso Arevalillo un raquítico molino, cuyo rodezno, de las trece horas que funcionaba diariamente al servicio del público, doce pertenecían a don Francisco Tapia, y la otra a don Luís de Hermosa, tomando el molino el nombre de « Valencia » ―según la tradición― por descender el cuitado y divertido molinero de la fecunda y risueña ciudad del Turia. El molino, pobre y medio derruido, vivió muchos años, hasta que por iniciativa de su propietario, don Guillermo Perinat , se le derribó por completo, construyendo en su solar, el año 1868, un edificio digno de Arévalo y de la industria molinera de aquella época. Los diseños y la construcción corrieron a cargo del competente y consagrado ingeniero francés don Santiago Bergogñé , que, dicho sea de paso, gozaba de excelente reputación...