La calle de San José al Teso
Colección Emilio García Vara |
Aunque en el último plano de
nuestra ciudad, magníficamente trazado por don Antonio González Arnao, el año
1921, con motivo de las obras de alcantarillado y abastecimiento de aguas,
aparece con el nombre de San José a San Martín, yo, tanto por carecer de
espacio, como por ser poco amigo del rebautizador de calles, la dividiré en dos
partes y la seguiré llamando de San José al Teso, como se la denominó
primeramente, dejando para el número próximo el trozo restante, o sea hasta la
acicalada iglesia de San Martín. El nombre de la calle que estas líneas
encabeza, se debe la ermita de San José,
que como es sabido, en tiempos muy remotos se levantaba al norte de la casa que
habita en la actualidad doña Florentina Benito (a) La Pinilla, y que algunos
equivocados han venido creyendo que fue morada del famoso Alcalde Ronquillo,
cuando la verdad histórica y la narración escueta de mi querido amigo Eduardo
Ruíz Ayucar nos demuestra que el criticado personaje arevalense vivió varios
años en la plaza del Real, y mayormente al lado opuesto de la villa, o sea
hacia el río Arevalillo, en la plazuela
del Chocolate, por debajo de la
hostería de Sergio, apodado también «Chocolate».
Frente por frente de la
acreditada chacinería de «La
Pinilla», el 1946, don José
Luis San José Martí instaló una fábrica de hielo con su correspondiente cámara
frigorífica para guardar las barras sobrantes de las cincuenta y tantas que en
verano consumíamos diariamente los arevalenses.
El hielo viene a costar a unos
treinta y cinco céntimos el kilo, y es natural que el mayor consumo lo hagan la
industria y el comercio.
A mediados del siglo XV, pasando
las «Las Almenillas» y la
desaparecida puerta de San José , titulada anteriormente de San Martín, había a
la izquierda de la encuestada calle unos solares propiedad de la noble familia
de los Tapias, que se extendían hasta la plaza del Teso, en cuyos terrenos, don
Antonio de Tapia construyó su casa solariega, convertida más tarde en Estafeta
de Correos y Servicio de Postas.
Cronistas e historiadores nos dicen que el correo, en su primera
época, fue de la Corona, y que las gentes que no podían pagar un «veredero»,
equivalente hoy a un peatón, se valían para enviar sus cartas de los correos
reales, de los mensajeros que despachaban los mercaderes o de las personas
amigan cuando viajaban.
Después, Isabel la Católica
estableció en Castilla el período de arrendamiento, y como en el inmueble que
estamos describiendo se siguieron haciendo los servicios necesarios, es por lo
que algunos despistados han creído y continúan creyendo que el mencionado
caserón fue residencia de la reina Isabel. Nada más lejos de la verdad, pues a
juzgar por los minuciosos estudios que han hecho los más doctos y eminentes
historiadores de la vida de tan augusta señora, ésta se crió en el palacio de
su padre, don Juan II, en la plaza del
Real, posterior convento de las monjas Bernardas, y cuando ya mayorcita recitaba versos o celebraba
fiestas, lo solía hacer en el remozado castillo.
Allá por el año 1762, siendo corregidor de la villa don Francisco de
Lozano, se estableció en correos el sistema de buzón, el cual, para mayor
comodidad del vecindario, fue trasladado hace unos noventa años a la calle
Santa María, mismamente en el sitio que ocupa el colegio de Nuestra Señora de
las Angustias, acertadamente dirigido por don Manuel Goyenechea.
El desalquilado edificio fue tomado en arriendo por el expósito Matías
San Cristóbal, de oficio botero. La botería iba de mal en peor y el
inconsciente menestral, impulsado por sus malos instintos, incendió la casa,
con la mujer dentro, en septiembre de 1912, marchándose tranquilamente de viaje
en busca del «seguro». La mujer, empujada por las llamas, pudo ser salvada en
medio de una atmósfera abrasadora.
El fuego sólo respetó la portada, que era de piedra sillería y de
estilo castellano, siendo adquiridas las piezas del zócalo y del dintel por el
ilustre general don Vicente Ríos, depositándolas este señor en el patio del
palacio que habitaba en la plazuela de San Pedro, construyéndose en el lugar
del siniestro las casas señaladas con los números 9 y 11.
A la derecha corría la ronda del Adaja, formada por la orilla interior
de la muralla y una tapia paralela del mayorazgo de Velázquez, levantándose
sobre los ciclópeos y venerados muros un destartalado caserón, en el que don
Valentín Castaño, luego de convertir en teatro la planta baja, instaló el «Cine
Cervantes».
A medio decorar se inauguró este modestísimo local, el domingo 27 de
marzo de 1927, proyectándose la formidable película española «A fuerza de
arrastrarse», basada en la comedia del mismo nombre del insigne Echegaray,
reforzando el programa la orquesta «Voluntad» compuesta por los redactores de
«La Llanura».
La Llanura. Septiembre de 1928. Fragmento. |
De prisa y corriendo se hicieron las demás obras de arreglo y el
viernes de feria del mismo año celebramos los chicos de tan popular semanario
el baile de la Prensa, no superado hasta hoy por ninguna institución ni
sociedad. Guirnaldas, ramaje, flores, telas orientales, tocador de señoras,
limpiabotas, mujeres, muchas y muy bonitas. ¿Recuerdas Escobar? Chocolate a las
cuatro de la madrugada y terminación a las seis menos cuarto, «sin la menor
estridencia y la más exquisita corrección», como decía nuestro llorado
jurisconsulto Manuel Zancajo.
Por espacio de cuatro años el señor Castaño proyectó en su salón
variados e interesantes programas mudos, pero como la lectura no estaba al
alcance de todas las inteligencias, y menos a las de los niños, vióse obligado
a instalar la sincronización de películas con discos, que la mayoría de las
veces, estos rayados y aquellas cortadas, no se ponían de acuerdo, por lo que
el público ante tamaña imperfección silbaba y pateaba en los asientos.
Terminada la guerra del 36, «Garbancito» y «Pepinillo», empresarios de buena
voluntad, pero con poco dinero, nos dieron a conocer el cine sonoro, muy
mejorado por el señor Fraile, quien no pudiendo sostener una absurda
competencia se ausentó de Arévalo, encargándose de la explotación de la sala
don Félix García, propietario de cines en Segovia, Nava del rey y otras
capitales.
Un contrato convencional con don Enrique Esteban, dueño del Ideal
Cinema, dio el cerrojazo hace tres años al Cine Cervantes, permaneciendo
cerrado hasta que lo manden las circunstancias o algún fervoroso simpatizante
del Séptimo Arte.
Marolo Perotas
Octubre de 1954
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