El sepulcro de don Quijote
Me preguntas, mi buen amigo, si sé la manera de desencadenar un
delirio, un vértigo, una locura cualquiera sobre estas pobres
muchedumbres ordenadas y tranquilas que nacen, comen, duermen, se
reproducen y mueren. ¿No habrá un medio, me dices, de reproducir la
epidemia de los flagelantes o la de los convulsionarios? Y me hablas del
milenario.
Como tú siento yo con frecuencia la nostalgia de la Edad Media; como
tú quisiera vivir entre los espasmos del milenario. Si consiguiéramos
hacer creer que un día dado, sea el 2 de mayo de 1908, el centenario del
grito de la independencia, se acababa para siempre España; que en este
día nos repartían como a borregos, creo que el día 3 de mayo de 1908
sería el más grande de nuestra historia, el amanecer de una nueva vida.
Esto es una miseria, una completa miseria. A nadie le importa nada
de nada. Y cuando alguno trata de agitar aisladamente este o aquel
problema, una u otra cuestión, se lo atribuyen o a negocio o a afán de
notoriedad y ansia de singularizarse.
No se comprende aquí ya ni la locura. Hasta del loco creen y dicen
que lo será por tenerle su cuenta y razón. Lo de la razón de la sinrazón
es ya un hecho para todos estos miserables. Si nuestro señor don
Quijote resucitara y volviese a esta su España, andarían buscándole una
segunda intención a sus nobles desvaríos. Si uno denuncia un abuso,
persigue la injusticia, fustiga la ramplonería, se preguntan los
esclavos: ¿qué irá buscando en eso? ¿A qué aspira? Unas veces creen y
dicen que lo hace para que le tapen la boca con oro; otras que es por
ruines sentimientos y bajas pasiones de vengativo o envidioso; otras que
lo hace no más sino por meter ruido y que de él se hable, por
vanagloria; otras que lo hace por divertirse y pasar el tiempo, por
deporte. ¡Lástima grande que a tan pocos les dé por deportes semejantes!
Miguel de Unamuno
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