La novena etapa

Era domingo. El primer domingo del mes de junio. Tan solo unos días antes Luisjo nos había emplazado para realizar la novena etapa, la última. Quedaban aún otras por hacer, pero por razones que nos había explicado de forma conveniente, habíamos saltado aquellas para hacer ésta que era la última de todas. El recorrido era desde el puerto de Villatoro hasta el pueblo mismo, buscando las fuentes del río y bajando por él.

De buena mañana salimos de Arévalo en tres coches. Faltaban algunos de los habituales. Distintas coincidencias hacían que no pudieran hoy acompañarnos. 

Viaje ameno y fructífero. Se nos hizo corto.

Llegamos al puerto de Villatoro. Allí la mañana se mostraba fresca, hasta el punto de que Chispa y Juanje pidieron si alguien les dejaba algo con que protegerse. Venían a cuerpo gentil, que diría una buena amiga mía.

Llegaron de inmediato el grupo de amigos de Valladolid y también Carlos y Teresa desde Ávila. En total sumamos algo menos del centenar que diría el bueno de Fabio.

Iniciamos el recorrido a través de una pista que asciende suavemente. Se adentra enseguida en un bosque de robles. Carlos y Luisjo no pierden un momento, comienzan sus amenas explicaciones. A cada paso se paran nos señalan algún árbol, arbusto o matorral; nos enseñan el nombre vulgar y el científico y relatan algunas de las más importantes características que permiten distinguirlos. Algunas de las flores que se nos muestran son verdaderamente hermosas. Peonías, centaureas, gamones, ranúnculos, jacintos, crocus, narcisos, geranios, toronjiles, aguileñas, orquídeas, santolinas, exhiben su extensa variedad de colores y formas a ambos lados del camino. Y qué decir de las diversas variedades de piornos, retamas, genistas…

Después del ameno paseo ascendente llegamos a un espacio en el que aparece el incipiente valle. Vemos una fuente artificial. Es aquí. Estamos en el lugar que ocupó el Río de Hielo, el primitivo glaciar en el que nacía el Agual, nuestro Adaja.

Llegados a la fuente procede hacerse algunas fotografías de grupo. Había que inmortalizar el momento. Y luego seguimos adelante. Buscábamos seguir el curso del arroyo evitando en lo posible acercarnos en exceso a las numerosas vacas y terneros que nos rodean. No queremos tener discusiones con los cornúpetas.

Aún no hemos andado cien metros cuando nuestro buen amigo Juan Jesús, presidente electo de la PDCA (Plataforma para la Defensa de la Cultura con Almuerzo), nos indica que ya va siendo hora de tomarnos el bocadillo. Nos señala unas cercanas piedras que no duda en calificar como bucólicas e insiste, con potentes argumentos, en establecer que las citadas rocas graníticas son un excepcional marco para tomar nuestras frugales viandas. Pese a la sugerencia de Carlos Tomás de avanzar algo más adelante y alejarnos de la manada vacuna decidimos por amplia mayoría de los miembros asociados al PDCA que no, que no, que paramos en las bucólicas rocas a almorzar.

Seguimos, luego de comer, el curso del arroyo. Nos adentramos poco a poco en el Valle de las flores de Alivés. Al poco el aprendiz de río se interna en el bosquete de robles. El camino se nos hace más dificultoso. Hay que sortear trampales y vericuetos. Procuramos no perder de vista el río. Sobre la marcha siguen las prácticas lecciones de botánica alternándose a ratos con explicaciones sobre algún pájaro, no siempre negro, que vuela raudo asustado por nuestra presencia. Vemos incluso algunos lagartos que se solazan vigilantes sobre las piedras que conforman los vallados.
El curso del río sigue adelante. La arboleda empieza a alternar diversas especies. Algunos chopos, sauces, prunos, pópulus…

Atravesamos el río, cerca ya de Villatoro. A poco llegamos al pueblo.

Una larga calle, o al menos a mi así me pareció, nos lleva hasta la iglesia. Es esta una potente construcción que aúna sillares graníticos y mampostería de bloques deformes del mismo material. Una torre de tres cuerpos y una nave que dispone de una entrada a los pies y dos situadas a cada uno de los lados. En la placita que se abre a los pies de la iglesia contemplamos tres verracos vettones.

Luisjo marcha con el resto de conductores en busca de los coches que han quedado a la mañana arriba del puerto.

Al rato llegan todos e iniciamos cada uno nuestro regreso a casa.

Una mañana estupenda, con una gente estupenda. 

Algunos, yo entre ellos, hemos cumplido un sueño largamente acariciado. En este primer domingo del mes de junio hemos visto por fin las fuentes del Adaja.

(Posdata: No estaría de más que otros de los participantes comentaran sus vivencias en la entrada y así entre todos daríamos una visión más amena de la excursión. ¡Venga, ánimo!)

Juan C. López

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