La piedra roja de Excalibur
El pasado
domingo día 27 de octubre un selecto grupo de afortunados, que no llegaba al
centenar de miembros, tuvo el placer de recorrer junto al autor de la novela “Por la senda de Tumut”, Luis José Martín García-Sancho, el tramo del río Adaja
comprendido entre Tiñosillos y Arévalo con un recorrido de 18 km. Lo que en la
citada novela se corresponde al tramo que las tribus protagonistas
recorrían hace miles de años entre Pino
Tiñal (Tiñosillos) y Pino Vaceal
(Arévalo) siguiendo el cauce del río
Agual (Adaja).
No es un paisaje nuevo para muchos
de nosotros, pues ya lo hemos recorrido en otras ocasiones, y ya vamos
distinguiendo con dificultad aunque sin la maestría de Luisjo los animales y
plantas que nos vamos encontrando. Nuestro viejos amigos los chopos, (populus nigra, populus canadensis o populus
alba) mostraban su abanico de colores propio del otoño. Todo el campo se
mostraba como dijera un amigo de mi padre: “...en un portentoso despliegue de rojos y dorados en casi infinitos
matices: el magenta, el sepia, el color tabaco, el rojo burdeos, la púrpura, la
llama; propio del otoño...”; caminando lentamente, disfrutando de lo que
allí se nos ofrece, desde tiempos más antiguos que los hombres. Nos quedamos
con ganas de haber llevado un ejemplar de la novela. Para la próxima salida no
falta seguro. Y leer párrafos allí, junto al espino comiendo majueletas,
mientras la vista se pierde viendo el planeo de las águilas y los milanos que
los había y muchos, por encima de los altos pinos piñoneros que se ven a más de
treinta metros sobre nosotros, en esa laderas y cortados prodigio de la
naturaleza, que los ha ido conformando con el paso lento del tiempo, lluvia a
lluvia, invierno a invierno. Junto al pino de dos copas.
La mañana espléndida que nos
contrató Luisjo fue de agradecer. Un sol luminoso con una temperatura más que
agradable, llegando a calentar casi a eso del mediodía, nos acompañó durante
todo el trayecto, donde las conversaciones variaban de un tema a otro sin
solución de continuidad, como bien saben los que nos han acompañado en algunas
ocasiones. Faltaba mister Chisp, pero
sus obligaciones con la Cultura se lo impidieron, se debe a su público. Me
consta que sufrió de lo lindo, de hecho cuando tuve oportunidad de saludarle a
nuestro regreso, saludo presuroso, apenas un gesto con la mano alzada, noté
envidia en su mirada. Habrá que tratar de remediarlo de alguna manera.
Pasamos junto a los restos de
Bodoncillo y cuando llegamos más o menos a la altura de lo que fue La Segobuela
llegó la hora del almuerzo. Almuerzo que hubo que exigir a nuestro organizador,
más que nada porque uno de los asistentes, en un ejemplo claro de exceso de
educación, no se atrevía a preguntar a qué hora se almorzaba en esos parajes. Y
así fuimos dando cuenta de las viandas mientras nuestra vista se perdía en el
otro lado del río, mirando hacia Montejuelo, indicando a los que no lo sabían
dónde estaba situada las Ilejas y dónde La Tejada.
Si la curiosidad a alguno le aprieta
sobre los animalitos que se pueden ver sin demasiado esfuerzo, les diré que
Luisjo mandó una nota que aparece en la página web: Lallanura.es, tiene
publicado un libro y las huellas de jabalíes, zorros y otros mamíferos son
visibles incluso para los neófitos de este grupo de “pirados” que forman y gustan de llamarse “Los de La Alhóndiga”. Existen además infinidad de fotos que “los piltrafillas”
se encargan de hacer y compartir; por cierto, el domingo contamos con la
presencia de uno de ellos que tal vez sea el mejor de todos, cuyo nombre no
diremos para no herir susceptibilidades, y aunque él se apresure a negar que
sea el mejor, he de afirmar con rotundidad que el domingo lo era sin ninguna
duda.
En apenas un suspiro nos plantamos
en el Soto, lugar mítico, familiar, cercano para todos los de Arévalo y pueblos
limítrofes. ¿Quién no ha celebrado alguna de las otrora significativas fiestas
de verano en dicho paraje? Las paellas y meriendas de familias enteras, pandas
de jóvenes y de chicos en dicho paraje están en el recuerdo de casi todos.
Recorrimos las fuentes que, como por arte de magia, manan entre una feraz
vegetación. El agua que la ingente masa arenosa sobre la que se asienta el
pinar recoge y filtra. Después mediante fuentecillas, donde tradicionalmente se
ha ido a recoger agua tan salutífera, mana y corre aportando ese murmullo de
agua limpia y cristalina al trino y canto de todo tipo de avecillas, que puede
sonaros cursi pero es lo que allí sucede. Hoy, ese agua corre ahora libre hasta
la presa natural a una cincuentena de metros del río. Allí remansada y por
medio de conductos subterráneos naturales se incorpora al curso del Adaja, al
que nutre de agua limpia. Y digo ahora, porque hubo un tiempo en el que un
molino, todavía testigo mudo de un pasado más glorioso para muchos, retenía en
su presa el agua manante de las fuentes del Soto, agua que movía la muela. El
molino allí permanece y los restos de la muela también. Quedan según algunos,
pues no pudimos escucharlos, los ecos de canciones que hablan de una molinera y
de un mozo que solía visitarla sin que lo supiera el titular del negocio, esto
es, el molinero; aunque no queda claro si se refieren al molino de abajo o al
de arriba, en cualquiera de los casos, el mozo dormía con la molinera y no le
cobraba la maquila. Desconocemos las razones de tan aparentemente mal negocio.
Y alguno puede que se pregunte que a
qué viene el título de esta crónica, que qué tiene que ver lo relatado con la
piedra roja de Excalibur. He de deciros que para algunos, la piedra en la que
se encontraba clavada la famosa espada del rey Arturo era un piedra de color
rojo (cuarcita roja). Para otros, se trata de una magnífica piedra tallada,
usada como hacha de mano, conocida en términos técnicos como industria lítica o bifaz. Este bifaz fue tallado hace 400.000 años por el
homo heilderbergensis quien la
utilizó como hacha de mano, siendo la única pieza de industria lítica
encontrada hasta este momento en el yacimiento de Atapuerca, en el que se han
exhumado más de 5.000 fósiles humanos. Los paleontólogos la bautizaron inmediatamente con el nombre de Excalibur.
Está tallada en cuarcita roja, un material poco frecuente en esos parajes
lo que la confiere un cierto halo de misterio.
Según las fuentes, las del Soto, en
ellas pudimos recoger unos fragmentos de cuarcita roja, diminutos pero que
destacaban sobre el resto de las piedras que descansan en el lecho de dichas
fuentecillas. De las conjeturas se encarga otro departamento. Pero puede
tratarse del argumento de la próxima novela de Luisjo, que en un descuido dejó
restos de lo que estaba pensando cuando preparó la visita. Se rumorea que la
vieja Gara sigue manteniendo relaciones frecuentes con el tal Luisjo y que lo
de la molinera es un bulo que propalan las lenguas de doble filo, las mismas de
las que hablara Rafael de León en tan afamado poema. De todas formas según
dicen: “Todos los años, en la primera
luna nueva del verano, se celebraba la noche de Jara, la gran fiesta del clan
de los Lobos” y dicen que se sigue celebrando este tipo de reuniones, pues
solsticios y equinoccios siguen sucediéndose. Claro que también puede ser que
el agua del Soto no sea tan salutífera como dicen y emane ciertos efluvios y
que no estemos más que adormecidos en dulces evocaciones. Aunque las
piedrecillas rojas las tengo en mi poder, de eso no hay duda.
Fabio López
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