Ascendimos al pico
Era aún de noche cuando
el estúpido despertador salto de la mesilla anunciando la hora de levantarse.
Las 6,30 de la mañana del domingo. Habíamos quedado a las 7,15 horas en la
plaza del Arrabal de Arévalo. Era una buena hora para disponer de margen suficiente
para estar a tiempo. La excursión era esta vez al pico Zapatero, cerca de
Sotalvo.
Después de desperezarnos,
lavarnos un poco, recoger las cosas, salimos de casa pasadas las 7 a reunirnos
con el resto de aventureros. Aguerridos, despiertos, algunos ya esperaban
impacientes la partida.
Pasada la hora y luego de
llamarles, comprobamos con cierto desasosiego que ni Fabio, el que hace las crónicas, ni míster Chips, nuestro eterno optimista, habituales y de los más aplicados de los alumnos, iban hoy a acompañarnos. Dimos por hecho que les había asustado la aventura o
bien que, como tiernos infantes, estaban amilanados y, lloriqueando, se habían
quedado en la cama en este nuestro primer día de clase del nuevo curso.
Contábamos sin embargo con la compañía de Fernando, que siendo un hábil y
experimentado escalador se incorporaba a nuestras mensuales aventuras
campestres.
Llegados a la entrada del
pueblo, después de un animado viaje en coche, comprobamos con cierto alivio,
que ni Carlos Tomás, ni sus acompañantes habían aún llegado, con lo que al fin
y a la postre sí habíamos sido puntuales.
Llegaron los de Ávila casi
enseguida y, una vez despachados los saludos y presentaciones de rigor, iniciamos
nuestro “paseo” hacia la cumbre del Zapatero.
Primero, en coche,
marchamos por una empinada pista hasta la fuente de Aguas Frías, un precioso
espacio de descanso y asueto en el que, una vez recogidas nuestras mochilas, dejamos nuestros coches.
Seguimos a pie un buen
trecho. A poniente veíamos en detalle la cara suroeste del promontorio en el
que se asienta el Castro de Ulaca.
Un poco más adelante nos
adentramos ya en la zona de piornos y enebros. Debemos seguir el camino marcado
por todos los que nos han precedido. Es importante seguir los hitos, piedras
apiladas que han ido colocando avezados aventureros que han pasado un día y
otro día por aquí.
La compañía sigue
adelante. El pico se nos muestra allá a lo lejos, recortando junto a la Peña
Negrilla o el Risco del Sol. Unos caballos nos observan curiosos, preguntándose
quizá adónde dirigimos nuestros pasos en esta luminosa mañana de domingo.
Paramos a menudo.
Nuestros guías, Carlos Tomás o Luisjo, toman la palabra y nos explican donde
estamos, lo que vemos a nuestro alrededor, nos señalan que plantas nos rodean y
nos hablan de ellas. Seguimos sus explicaciones. Algunos como buenamente
podemos. Escuchar y hacer fotografías no es del todo compatible; si te
entretienes a enfocar y disparar la cámara te quedas rezagado y ya pierdes la
explicación.
La ascensión nos deja disfrutar, cada vez más, con el imponente panorama que queda a nuestros pies. En la inmensa llanura vislumbramos, entre la bruma lejana, incluso las
torres de nuestra harinera. El Guggenhein de Arévalo, dicen entre bromas.
Poco a poco vamos
acercándonos a la cumbre. Algunos más adelantados llegan hasta el pico y
esperan, después de abrigarse un poco. Allí arriba el viento es frío. Un poco
después llega el resto.
La vista es de impresión.
Podemos contemplar el valle del Adaja, las Parameras, Gredos, la sierra de
Béjar, las estribaciones segovianas. Carlos Tomás nos lleva con sus
explicaciones a cada uno de estos sitios. Nos detalla los pueblos que salpican
el mapa de imponente paisaje.
Al recuerdo nos vienen
las páginas y las ilustraciones de La senda de Tumut: Las montañas del Oso, la llanura de
los Rinocerontes, el valle de las flores de Alivés, las montañas del Sol, el
río Agual, las grandes rocas de Amila.
Un ligero descanso y a
reponer fuerzas. Unos, más avezados en esto de subir a las montañas, comen
ligero: frutos secos, barritas o bebidas energéticas; otros damos buena cuenta
de nuestro bocadillo de filete o tortilla con pimientos. Picamos en las
repletas fiambreras algún torrezno o rodaja de chorizo, blanco o rojo, y a
ratos apuramos algún que otro suspiro de la bota que ha subido Fernando.
La pequeña Violeta nos
ofrece por tres veces ración de pistachos.
Acabada la pitanza
iniciamos el regreso. Aprovechamos, los que no habíamos subido por ella, a
bajar por una empinada cueva que forman los enormes bloques de granito. Aquí
las bromas típicas dado que el paso entre las piedras nos hace tomar posturas
poco adecuadas a la dignidad habitual que mantenemos.
Seguimos, casi siempre,
el sendero marcado por otros. A veces te pierdes entre los piornos y tienes que
reconducirte, tienes que buscar los hitos que marcan el camino.
Llegamos abajo, al prado,
y paramos un momento para recuperar un poco las fuerzas. Algún móvil suena. Preguntan
por la excursión, ¿todo bien? Las caras de satisfacción dejan entrever el orgullo
que sentimos los novatos por haber podido llegar, casi al límite de nuestras
fuerzas, hasta la cumbre del Zapatero.
Un poco más abajo
llegamos a una pequeña balsa que recoge agua de manantial. Agua pura y fresca
que, aunque carece de sales minerales, bebemos con deleite.
Por fin llegamos a los
coches. Las últimas explicaciones, un último vistazo a la fuente de Aguas Frías y una cálida despedida para terminar esta
preciosa excursión no sin antes haber dejado casi apalabrada nuestra próxima
salida. Si no surgen inconvenientes de última hora, en octubre tendremos una
visita guiada al Castro de Ulaca, seguramente el mayor oppidum celta de toda la península ibérica.
Juan C. López
Comentarios
Gracias por estos paseos narrados.