Crónica de Peña Mingubela (II)

No son gigantes, mi señor Don Quijote, sino molinos de viento

Aunque no llegamos al centenar, esta vez nos acercamos un poco más gracias a los fichajes que, desde Ávila, nos proporcionó Carlos Tomás, un viejo amigo desde que ascendimos a los infiernos. A pesar de todo se sintió  la falta de Fabio, nuestro cronista oficial, por sus celebradas ocurrencias, dimes y diretes y también, y no menos importante, porque al que suscribe le toca hacer las veces de cronista sustituto.
La mañana amaneció clara y fresca, lo que prometía un buen día. Como así lo fue, con una temperatura agradable en todo momento, hasta el punto de preferir el sol en el obligado y reparador almuerzo. A las ocho en punto salimos de Arévalo hacia la localidad abulense de Ojos albos, donde llegamos a las 8:45 horas, punto de partida para subir a Peña Mingubela en busca de las pinturas rupestres.
Carlos Tomás hizo las veces de guía y, ¡qué guía! Todo lo que se extendía ante nuestra vista merecía una explicación concienzuda por su parte. El paisaje de la Sierra de Ojos Albos y lo que se abría ante nosotros, todo tenía un nombre: Sierra de la Paramera, con su punto culminante en el pico Zapatero, el puerto de Menga, la más lejana Sierra de Gredos, el montañón de la Serrota, tras del cual se encuentra la sierra de Villafarnaca, el puerto de Villatoro, la Sierra de Ávila, el polígono de Vicolozano, Ávila capital, la planta de tratamiento de residuos de Urraca Miguel y el alto tranquilo y despejado valle de Campo Azálvaro por donde se abre paso el Voltoya para dirigirse hacia el norte en busca de las aguas del Eresma primero y del Adaja después.
Las Jaras, en su variedad Cistus laurifolius, nos recibieron con miles de flores abiertas. Tomillos, cantueso, dedalera, peonía, rosales, majuelos… salpicaban aquí y allá las laderas coloreándolas y ofreciéndonos sus fragancias.
Por la espalda los gigantes del Quijote, convertidos en aerogeneradores vigilaban nuestros pasos con sus aspas inmóviles. Alguien no había apretado el botón de ON. El camino, tras varias subidas y bajadas suaves, nos condujo hasta el arroyo de Valdeáguila, sobre el que se alza la Peña Mingubela, nuestro objetivo. En la parte baja de este cortado rocoso, se encuentra un abrigo natural donde existe buena colección de pinturas rupestres. Arte primitivo realizado por nuestros antepasados, antiguos moradores de las tierras altas abulenses.
Pronto todos echamos mano a nuestra imaginación para ver que podría representar aquello que hace tres mil años alguien pintó allí. De forma esquemática empezaron a aparecer, guerreros con espada por doquier y animales que podrían ser cangrejo, perro o caballito de mar. Sin darnos cuenta, al interpretar las pinturas, estábamos formando parte de la historia, de una historia que alguien hace miles de años quiso contarnos y que nosotros intentábamos comprender pese al tiempo pasado. El arte y esta forma de escritura arcaica, tienen la particularidad de hacernos viajar al pasado sin necesidad de usar ninguna máquina del tiempo. Durante unos minutos compartimos la visión de las pinturas con gentes que pisaron estas tierras hace casi treinta siglos. En cierta manera, nos unimos a ellos. Es lo que tiene el arte o la escritura, hace prácticamente inmortales a sus creadores.
Por otro lado animales, pero esta vez vivos, se mostraban ante nosotros. Aves marchosas, seguidoras de AC/DC, Deep Purple o Rosendo Mercado incluso, conocidas como aviones roqueros, evolucionaban sobre nuestras cabezas. Sus pollos les esperaban en los nidos construidos con bolitas de barro, pegadas a las rocas, una a una, con su propia saliva.

Pudimos localizar varios de estos nidos en forma de peana en las rocas y repisas situadas por encima del abrigo, por los que decidimos dar cuenta del almuerzo un poco retirados para evitarles molestias.
Pronto también, los buitres negros y leonados se dejaron ver sobre nuestras cabezas. Planeando sin aparente esfuerzo, con las alas abiertas e inmóviles, buscando las corrientes térmicas que les izan hasta lo alto para luego recorrer decenas de kilómetros en descenso sin dar ni un solo aletazo. Estos dos buitres, especialmente el negro, son las aves europeas con mayor envergadura alar, llegan a medir tres metros de punta a punta del ala. Escrutan el paisaje en busca de movimientos de córvidos y otras rapaces que les puedan indicar la posible localización de un cadáver. En el momento en que ven movida de pájaros, sólo tienen que encoger ligeramente las alas y dejarse caer hasta la posible carroña.
Rastros como las huellas de corzo, los excrementos de garduña o la egagrópila de mochuelo, nos enseñaban que no estábamos tan solos en este entorno y que hay mucho más de lo que vemos o intuimos.

Tras la pausa del almuerzo regresamos hasta Ojos Albos. Esta vez los aerogeneradores estaban frente a nosotros y giraban sus aspas amenazantes mientras varios ejemplares de buitres les sobrevolaban hacia el norte. Alguien comentó que casi siempre se ponen estos colosos en los lugares más bellos y se debatieron los pros y contras de esta energía limpia bajo el punto de vista que no genera residuos pero que sí contamina algo tan buscado y querido como paisajes limpios y naturales.
Carlos Tomás, incansable en sus atenciones, nos explicó lo que son los esquistos, como pizarras pero más gruesos y menos laminados, el material con el que están construidas la mayoría de las casas de Ojos Albos y otros pueblos de estas serranías. También que la planta conocida como gordolobo es utilizada por los furtivos para arrojarla a algún remanso de rió o arroyo, lo que provoca que los peces suban atontados o muertos a la superficie ya que roba el oxígeno del agua. Fueron muchas las explicaciones con las que tan gran guía nos regaló, pero sirvan las ya dichas como muestra. Luego propuso desplazarnos hasta el cercano pueblo de Bernuy-Salinero para visitar el dolmen allí existente, resto megalítico funerario testigo de la ocupación de estas tierras altas por el hombre desde hace miles de años. Aquí encontramos otros restos animales calificados por nuestro guía como deposiciones de cánido, es decir mierda de perro de toda la vida.
Ya desde la distancia, los aerogeneradores, gigantes con los brazos abiertos al aire no parecían tan grandes. De todas maneras estábamos tranquilos pues contábamos entre nuestras filas con tres Davides y es de sobra conocido por todos la facilidad que tienen para tumbar gigantes con una simple piedra, cosa que por allí abunda.
Alguien recordó entonces el pasaje del Quijote: “No son gigantes, mi señor Don Quijote, sino molinos de viento”. Pero algunos de los que acudimos a Peña Mingubela vimos en realidad gigantes que amenazaban con su presencia valiosos y tranquilos parajes naturales. Nos sentimos por una vez Quijotes y, en nuestra imaginación, arremetimos contra ellos a lomos de Rocinante.

En Arévalo, a 21 de junio de 2011.
Por: Luis José Martín García-Sancho
Fotografías: David Pascual, David Martín Fernández
y Julio Pascual

Comentarios

chispa ha dicho que…
Gracias, Tanto a Luisjo como a Juan Carlos. Ya veo que no tengo que preocuparme tanto, pero una vez aceptado el" pulpo como animal de compañia", y una vez confirmado por Luisjo, que parece ser que la Justicia en España, existe.... una falta es una falta, y solo se justificaria con un aprobado en la oposición.... ¡Ya veremos!
Anónimo ha dicho que…
Nos vinimos con buenas sensaciones plasmadas con maestría en la llanura, con buenísimas fotos traídas por nuestros compañeros e impresionantes fotógrafos y con unas muy buenas sensaciones de plenitud tras un magnífico día de sol y de buena manduca...y qué decir de Carlos y Luisjo, gracias a ellos hicimos un viaje a través del campo y del tiempo en la mejor compañía...Una gran experiencia para repetir.
David Martín Fernández ha dicho que…
Perfecta narración de lo vivido. Yo mas de un a vez me siento Quijote jejeje. Y la proxima ¿cuándo y dónde?

Un saludo
Sancho Panza ha dicho que…
Estos rincones nos muestran lo pequeños que somos y lo efímero de nuestro paso en un planeta inmenso y tan complejo. Un placer compartir con vosotros ese precioso día.

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