Maximiliano Clavo "Corinto y Oro"
EN RECUERDO AL AREVALENSE MAXIMILIANO CLAVO
La noticia del fallecimiento de nuestro admirado e ilustre paisano Maximiliano Clavo, ''Corintio y Oro", nos produjo al conocerla, tardíamente, hondo y sincero pesar. Fue un arevalense muy destacado en varios e importantes sentidos para que su óbito pase envuelto en la vulgaridad y la turbamulta de los hechos humanos.
Recordemos, con exclusividad, a Maximiliano Clavo arevalense, en primer término; después, autor destacadísimo en una labor periodística especializada en la crítica taurina.
Era un hijo de Arévalo excepcional. Nuestra ciudad constituía para él uno de sus amores apasionados. Quería a su pueblo con frenesí desbordante.Ornaba sus piedras, sus plazas, sus calles, sus ríos, sus alamedas, sus costumbres, sus características, el aire y el sol que envuelven a la ciudad, el ámbito entero y sin limitaciones, y también a las gentes nacidas en este lugar, no sin eludir, con elegancia, distingos de categorías sociales o de otros encasillados específicos.
Cuando una vez me entrevisté en Ronda con el que fue muy popular matador de toros Cayetano Ordóñez, “El Niño de la Palma”, inmediatamente después del saludo, el rondeño me elijo encendido en la remembranza:
—Usted es de Arévalo, ¿verdad? Conocerá, por supuesto, a "Corinto y Oro”.
—Mucho—respondí.
—No he visto —agregó Cayetano— un hombre tan amante de su pueblo; para él, Arévalo es lo mejor del mundo.
Esto bastó para reafirmar la creencia que ya tenía yo, por supuesto, del profundo y ardoroso arevalensismo de Maximiliano Clavo. Y no sólo lucía este amor a la tierra nativa en su voz tan aderezada siempre de atractiva elocuencia, singular euforia y contagiosa simpatía, sino por imperio de su pluma, en cuanto la menor ocasión le era propicia. Es más, a pesar de larga ausencia del lugar nativo, conservaba los giros, frases y modismos de la conversación, dichos y palabras de peculiaridad arevalense, y en cuanto advertía ciertos desfallecimientos hacía una escapada a Arévalo, porque, él decía, y no sin razón, que nada sienta mejor al cuerpo y al espíritu decaídos que el aire natal —al decir "aire" no sólo se refería al fluido elástico que respiramos, y sí también al ambiente en general, gentes y cosas dotadas de exclusivas particularidades—. Esta fidelidad natural y sentida le salva de esa deslealtad de otros hombres, que en cuanto el menor viento propicio les eleva sobre la masa multíciple de los mortales pierden la vista, en las alturas, hasta de lo que fue razón y principio de su existencia.
Maximiliano Clavo, en su dualidad de nombre y seudónimo, "Corinto y Oro", fue, a su debido tiempo, el revistero taurino de mayor solvencia y popularidad. Esto de ser cima preponderante en una profesión tan ardua y trabajosa cual es la periodística, demostrando brío victorioso, inteligencia extraordinaria, luz y personalidad propias, es un mérito que no está al alcance de todas las personas y para cuyo ensalzamiento personal son necesarias muchas dotes que no es preciso especificar. Lo cierto es que nuestro paisano fue un verdadero maestro en la, crítica taurina y en el periodismo español en general. Ello basta.
Arévalo, tan sensible siempre a sus propios y aun extraños aconteceres, sabe que perdió un hijo dilecto. Y que otro nombre, entre los que fueron arevalenses destacadísimos, pasa a ocupar su puesto en la eternidad de la Historia.
Descanse en paz nuestro querido paisano. A él —y a nosotros— le hubiese cumplido más el reposo perpetuo bajo la tierra amorosa del campo santo de Arévalo, frente a la antigua y monumental proa de la ciudad adorada, con la vigilancia, en armas de verdores esperanzados, de los firmes cipreses perfilados por el fino y claro ambiente de la meseta castellana en libertad absoluta de inmensidades.
Recordemos, con exclusividad, a Maximiliano Clavo arevalense, en primer término; después, autor destacadísimo en una labor periodística especializada en la crítica taurina.
Era un hijo de Arévalo excepcional. Nuestra ciudad constituía para él uno de sus amores apasionados. Quería a su pueblo con frenesí desbordante.Ornaba sus piedras, sus plazas, sus calles, sus ríos, sus alamedas, sus costumbres, sus características, el aire y el sol que envuelven a la ciudad, el ámbito entero y sin limitaciones, y también a las gentes nacidas en este lugar, no sin eludir, con elegancia, distingos de categorías sociales o de otros encasillados específicos.
Cuando una vez me entrevisté en Ronda con el que fue muy popular matador de toros Cayetano Ordóñez, “El Niño de la Palma”, inmediatamente después del saludo, el rondeño me elijo encendido en la remembranza:
—Usted es de Arévalo, ¿verdad? Conocerá, por supuesto, a "Corinto y Oro”.
—Mucho—respondí.
—No he visto —agregó Cayetano— un hombre tan amante de su pueblo; para él, Arévalo es lo mejor del mundo.
Esto bastó para reafirmar la creencia que ya tenía yo, por supuesto, del profundo y ardoroso arevalensismo de Maximiliano Clavo. Y no sólo lucía este amor a la tierra nativa en su voz tan aderezada siempre de atractiva elocuencia, singular euforia y contagiosa simpatía, sino por imperio de su pluma, en cuanto la menor ocasión le era propicia. Es más, a pesar de larga ausencia del lugar nativo, conservaba los giros, frases y modismos de la conversación, dichos y palabras de peculiaridad arevalense, y en cuanto advertía ciertos desfallecimientos hacía una escapada a Arévalo, porque, él decía, y no sin razón, que nada sienta mejor al cuerpo y al espíritu decaídos que el aire natal —al decir "aire" no sólo se refería al fluido elástico que respiramos, y sí también al ambiente en general, gentes y cosas dotadas de exclusivas particularidades—. Esta fidelidad natural y sentida le salva de esa deslealtad de otros hombres, que en cuanto el menor viento propicio les eleva sobre la masa multíciple de los mortales pierden la vista, en las alturas, hasta de lo que fue razón y principio de su existencia.
Maximiliano Clavo, en su dualidad de nombre y seudónimo, "Corinto y Oro", fue, a su debido tiempo, el revistero taurino de mayor solvencia y popularidad. Esto de ser cima preponderante en una profesión tan ardua y trabajosa cual es la periodística, demostrando brío victorioso, inteligencia extraordinaria, luz y personalidad propias, es un mérito que no está al alcance de todas las personas y para cuyo ensalzamiento personal son necesarias muchas dotes que no es preciso especificar. Lo cierto es que nuestro paisano fue un verdadero maestro en la, crítica taurina y en el periodismo español en general. Ello basta.
Arévalo, tan sensible siempre a sus propios y aun extraños aconteceres, sabe que perdió un hijo dilecto. Y que otro nombre, entre los que fueron arevalenses destacadísimos, pasa a ocupar su puesto en la eternidad de la Historia.
Descanse en paz nuestro querido paisano. A él —y a nosotros— le hubiese cumplido más el reposo perpetuo bajo la tierra amorosa del campo santo de Arévalo, frente a la antigua y monumental proa de la ciudad adorada, con la vigilancia, en armas de verdores esperanzados, de los firmes cipreses perfilados por el fino y claro ambiente de la meseta castellana en libertad absoluta de inmensidades.
Julio Escobar
Diciembre de 1955
Diciembre de 1955
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