ENTRE VETONES Y VACCEOS
La mañana se presentó fría, clara y despejada. Perfecta para ir de excursión. No haber madrugado como suele ser costumbre se agradeció al principio, pero al final resultó un inconveniente para algunos, que como yo, ya no llegamos a comprar la prensa y tomarnos un cafetito en “El Impacto”. La próxima vez que quedemos a estas horas tan intempestivas como son las diez de la mañana, tendré que comprar la prensa y tomar el café antes.
Como cuando empiezo a contar y llego a doce me aburro, no puedo precisar el número de asistentes a la cita. Según unas fuentes, muchos; según otras, el día que más; y por fin según los más pesimistas, entre treinta y cuarenta. En cualquier caso y como siempre: el número perfecto; pese a que sigo extrañando algunas ausencias, qué le voy a hacer, soy un sentimental. Lo cierto es que la comitiva salió rumbo a nuestro destino, una larga fila de vehículos, que por cierto cada vez son de mejor calidad y prestancia, cosa que nos hará revisar el tema de las cuotas anuales; cierto desconcierto en principio, pues no estar acostumbrados a ser tantos genera cierta confusión, y como si de infantes colegiales se tratase, hemos de explicar con claridad y sencillez cómo se forma una fila india.
Solventado el aprendizaje, llegamos a Martín Muñoz de las Posadas sin incidencias reseñables y comenzamos la visita. Nos esperaba nuestro cicerone en la plaza Mayor y junto a ella se encuentra el Palacio de don Diego de Espinosa Arévalo, nacido en la villa y gran benefactor de la misma. Parte del palacio lo ocupan desde hace varias decenas de años las escuelas de la localidad, donde según nos cuenta, en los años sesenta del pasado siglo XX, estudiaban 260 alumnos, hoy en el año 2011 solamente quedan 12. Esto según unos, es síntoma evidente del despoblamiento que aqueja a todos los pueblos del entorno y al que no resulta ajeno Martín Muñoz de las Posadas. Pero según los modernos responsables de la Enseñanza Pública, en algunas comunidades autónomas, significa que 248 alumnos han terminado con éxito sus estudios. Nuestra enhorabuena para ellos, y nuestro más sentido pésame para los ciudadanos que sufren a estos dirigentes.
Diego de Espinosa Arévalo, murió siendo Obispo de Sigüenza, Presidente del Consejo de Castilla e Inquisidor General de España, pero por encima de todos sus cargos y en palabras del propio rey Felipe II, al que sirvió durante toda su vida, “... el mejor de mis Ministros.”
Aceptó la construcción del palacio, que hoy hemos visitado, por expreso mandato de su rey, Felipe II. Obtuvo, eso sí a petición propia, la concesión de un mercado un día a la semana, los lunes, y la celebración de una feria de una semana, en septiembre, para su localidad natal, Martín Muñoz de las Posadas. Si levantara la cabeza y viera el estado de abandono al que las autoridades, todas, tienen sometido su palacio, no hace falta imaginar lo que haría un estadista que demostró tal rectitud y calidad al frente de la Administración, tal vez, más grande que hayan conocido los tiempos.
Claro que si más de cuatro supieran, de esos que ocupan cargos hoy en día, la biografía al menos de don Diego de Espinosa Arévalo, que no ya de la preparación que tenía para ocupar los cargos anteriormente mencionados, se avergonzarían de ser colegas de figura tan impresionante. Del palacio y de todos los bienes de tan recto prócer, disfrutaron sus sobrinos, pues murió el mismo año de finalizar las obras y no tenía hijos. Por lo que se ve, viene de antiguo, y no sin fundamento, el refrán ese: “Al que Dios no da hijos, el diablo da sobrinos”.
A continuación visitamos la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, si bien, antes de entrar en el templo, nos hicimos la foto de grupo y a punto estuvimos de ocultar el volumen de la iglesia, de tantos y tan grandes, que éramos.
Crucero magnífico del Barroco, además del bajo coro y bastantes detalles más. Obra inacabada y a punto de desgraciar las sucesivas y no siempre afortunadas restauraciones. Que siempre que veo alguna de ellas, de esas que no se han hecho sino que se han perpetrado, sigo pensando en el nombre que resultaría más adecuado para definirlas. Acepto sugerencias, a partir de crimen o aberración, pues estos términos en algunos casos se quedan cortos.
Pero volviendo a la iglesia, es recomendable su visita. Las dificultades de poder hacerlo, las de siempre. Contactar con el párroco que es el que tiene las llaves, o preguntar a alguna vecina, o a alguien de la asociación que hay en el pueblo, o..., lo dicho, lo de tantos otros sitios. Lo gracioso, si es que tiene alguna gracia, es que los templos están por lo general vacíos de feligreses, según manifestaciones de los curas de cada pueblo, y los que quieren ver las iglesias por dentro y conocerlas, se las ven y se las desean para conseguirlo. ¿Paradoja? ¿Desinterés? Espero que en el Más Allá, cuando los buenos vayamos a la Gloria, no encontremos tantas dificultades para encontrar las llaves que gestiona san Pedro, si es que no ha habido elecciones y han cambiado de jefe. De lo contrario, me veo haciendo una asociación allí también y mientras nos dan los permisos, nos tenemos que bajar al Infierno para entretenernos mientras esperamos.
No se puede dejar de visitar porque, además, allí está el cuadro de El Greco. No todos los pueblos tienen uno y no todos los días podemos ver una obra de esa calidad. Podemos ver un monumento que aunque no es único, es de gran mérito. Supera a las mejores historietas de Pepe Gotera y Otilio. Un órgano que se encontraba en perfecto estado de funcionamiento, que lumbreras de alguna administración pagan a otras lumbreras, de la empresa privada, nunca suficientemente ponderada, y que lo han desmontado y ahora... o no saben o no han querido volver a montarlo. Tal cual. Ahora tienen los tubos o flautas almacenados en un lugar que ha tenido que buscar el párroco, y el resto de las piezas, allí esparcidas en el coro de la iglesia. No se puede montar porque ahora estamos en crisis y no hay “dineros” para pagar a alguien capacitado para volver a dejarle como estaba. El crimen cuenta con el agravante de que la obra a realizar y por lo que desmontaron el órgano, era arreglar y pintar una pared. Me río yo de las “repúblicas bananeras”. Como podréis comprobar con vuestros propios sentidos, no hace falta ir al Caribe, ahí al lado del Voltoya, lo tenéis.
Breve pausa, café a un precio que no parece adecuado, a mi juicio, para atraer el turismo, y al campo. Paraje magnífico. Camino del río Voltoya está la zona de las Casillas. Donde los huertos que han dado fama y sustento a Martín Muñoz de las Posadas se hallan. Las cosas que se pueden hacer allí son inimaginables. Bueno esto último es mentira. Hay personas que sí las imaginamos, pero otros muchos no nos creen; tal vez, dentro de no mucho tiempo, se vuelvan a ocupar por obligación, y regresemos a esa economía de subsistencia y autoabastecimiento; o tal vez, si las cosas mejoran, pasarán treinta o más años para que vean lo que hoy algunos vemos posible.
Como Luisjo no estaba con nosotros, todos los pájaros me parecían pájaros negros; todas las plantas, hierbajos; salvo un magnífico ejemplar de espino albar, que junto al molino, en el cauce degradado del río Voltoya, sobrevive a pesar del maltrato que sufren los dos, el espino y el molino. ¿Soluciones? Las mismas que tantas veces hemos apuntado para otros ríos vecinos del Voltoya: el Arevalillo, el Adaja, el Trabancos o el Zapardiel. No sirve repetir hay que actuar.
Una tortilla de patatas y vino para los creyentes. Mi religión no me lo permite y me solazo con unos rollitos de fiambre de pavo y lechuga, regados con agua mineral -yo que me reía de mister Chisp- únicamente al alcance de los que profesamos la fe verdadera.
De regreso y mientras mantenemos una charla distendida con nuestro cicerone, que por cierto nunca llegará a presidente de ninguna Diputación Provincial ni cargo similar en tanto no cambie de forma de pensar, le vaticino escaso porvenir en la política si es que alguna vez lo intenta. Salen a relucir los mismos problemas, defectos, carencias, preocupaciones, etc.; allí igual que aquí. Ya tenemos un elemento más en común con ellos. Soluciones parecidas o las mismas. Mayor implicación de la sociedad civil, pues militar no tenemos, más movimiento asociativo, cooperación entre las diferentes asociaciones existentes, intercambio de experiencias y mucha convivencia entre todas ellas. Se aprueba por unanimidad la celebración de comidas, cada vez en un municipio distinto, donde juntarnos a comentar cómo nos va.
Mi propuesta, el interasociacionismo de todos los que se encuentran, entre el territorio Vetón y el territorio Vacceo, las llanuras entre ríos al sur del Duero; esto es, entre los ríos: Trabancos, Zapardiel, Arevalillo, Adaja, Voltoya y el río Eresma. Son tantas las cosas que tenemos en común que tenemos que comer juntos más a menudo.
Fabio López
Comentarios
Una duda que me surge, ¿ por qué a estas correrias no va ningún politico, aunque solo sea para verlo "in situ" y escuchar lo que opina la gente que lo ve?...
Con lo del café, totalmente de acuerdo... el proximo día, llevaremos termo.
http://www.flickr.com/photos/adaja/sets/72157627967851863/
y a lo mejor actuaban ...
... y no solo los políticos, sino los 600 que reciben el correo.
De todas formas, los que vamos -cuando podemos - no dejamos de agradeceros vuestro trabajo.
La crónica de Fabio, de 10, vamos, en su línea.