Durante un buen rato los secundarios nos convertimos en los auténticos protagonistas. Juan nos enseñó la forma de hacerlo. Su exquisito talento, su buen humor y su fina ironía nos llevaron por los recovecos de su novela, mezclando personajes ficticios con esos otros que, aquí mismo, en su Arévalo y en el nuestro, todos hemos conocido en este y en otros tiempos. Entrañables hombres y mujeres y sus historias, que, no por haber sido a menudo repetidas, nos resultan menos simpáticas y graciosas. Personas todas que han llegado, con el paso de los años, a formar parte indeleble de nuestra memoria colectiva. Y allí estábamos, en la sala, riendo a veces, escuchando atentamente otras, mientras Juan nos hablaba de las causas, los orígenes, las formas, algunos de los diálogos e incluso las motivaciones de esos secundarios que nos muestra en su novela. Un poco antes, Luis, su hermano, nos había prestado pequeños retazos de la vida y de la obra de Juan; sus aventuras infantiles, sus correrías ...