Quod natura non dat…
Madrugoncillo. A las
8,30 en el Mila a coger el autobús. Ante la duda de que vayamos más excursionistas
que plazas tiene el vehículo, decidimos seguir a éste en el nuestro hasta la
vecina Madrigal.
Llegamos a la parada
en Casa Lucio. Nadie de Madrigal espera.
Se nos hace raro que,
de los doce o más que iban a ir a la excursión, ninguno haya comparecido.
Pasadas las nueve llamamos a Rai.
― ¡Oye Rai, que
aquí en Madrigal no hay nadie! ¿A qué hora habíais quedado?
― A las nueve menos diez.
― Pues no hay nadie. ¿Tú dónde estás?
― En Peñaranda. Aquí os espero junto a mi coche.
― Para allá vamos.
Luego de algunos
kilómetros suena el móvil. Es Rai de nuevo.
― ¿Dónde estabais esperando?
― Junto al bar de Lucio.
― ¡No! ¡No!. Ellos esperaban al autobús en el
parque del Descubrimiento, junto a la puerta de Arévalo.
Llegados casi a Rágama
nos toca dar la vuelta y regresar a Madrigal a recoger a los allí se nos han
quedado.
Pasados unos minutos
paramos junto a ellos. En efecto, estaban junto al arco de Arévalo, en el
parque del Descubrimiento.
Bromeamos todos.
― ¿Qué ha pasado? ¿Os habíais dormido? Pero bueno
¿queríais despistarnos? ¿No habrá sido que no queríais que fuéramos con
vosotros?
Unos kilómetros más
adelante, en un camino, junto a la carretera y antes de llegar a Peñaranda nos
espera Rai, nuestro profesor, nuestro guía. Hace alguna broma culpándose del
equívoco en cuanto al lugar de recogida de los madrigaleños.
― Espero ―dice― que esto no sirva para revivir viejos
enconos entre las dos villas.
Todos reímos la broma.
Nos entrega unos
folios en los que hace una breve introducción a la historia de la arquitectura
y el arte de Salamanca.
Llegamos al destino y
una vez bajamos del autocar nos acercamos a San Esteban. Rai comienza sus
explicaciones ante la magnífica portada plateresca que da acceso al convento de
dominicos.
Cuenta la tradición que Cristóbal Colón se alojó en este convento cuando tuvo que defender ante los
geógrafos de la Universidad
de Salamanca la posibilidad de llegar a las Indias navegando hacia
Occidente.
Pasamos al claustro,
contemplamos la Escalera de Soto, subimos al coro, entramos en la Sacristía, y
en la misma iglesia podemos admirar con deleite el exquisito retablo mayor,
obra de José de Churriguera.
Arriba en el coro unas
risas calladas. Mientras nuestro profesor particular nos explica los pormenores
del Triunfo de la Iglesia de Antonio Palomino, algunas voces musicales ensayan:
― Mi, mi, mi, me, me, mi, mi.
― Di, di, di, de, de, di, di.
― Ti, ti, ti, te, te, ti, ti.
― Si, si, si, se, se, si, si.
Salimos a la calle y,
frente al atrio de San Esteban, Raimundo nos señala nuestro siguiente destino,
el Convento de las Dueñas. Un sobrio edificio que nos depara, en su interior,
un sorprendente claustro de planta pentagonal irregular. Algunas explicaciones
y posamos todos junto a una preciosa puerta mudéjar. Toca fotografía de grupo.
En la planta alta del
claustro admiramos la inagotable inspiración del anónimo autor que fue capaz de
imaginar la más ingente variedad de gestos, poses, caras y cuerpos raros que
jamás podríais llegar a pensar.
Un paseo desde aquí
hasta la Plaza Mayor nos permite ver, aunque sea de forma somera, otros
elementos del patrimonio histórico salmantino.
Una vez escuchadas las
preceptivas explicaciones sobre la plaza, a la sazón ocupada en gran parte por la
Feria del Libro Antiguo y de Ocasión, que hubiera hecho las delicias de algunos
de nosotros en otro momento, aprovechamos para tomar un refrigerio que nos dé
fuerzas para continuar nuestro periplo cultural.
Una vez reconfortados
salimos con más fuerza. Paseamos lo que nos quedaba de la Plaza Mayor y bajamos
hasta el palacio de Monterrey. Explicaciones. Accedemos durante unos momentos a
la iglesia de la Purísima para admirar el retablo mayor en el que tenemos un cuadro de la Inmaculada Concepción, de José de
Ribera.
Subimos ya hasta la Biblioteca que alberga la Casa de las
Conchas. Entramos al patio y al salir algunos se quedan, gamberros ellos,
preguntándose a gritos por la ubicación de la archifamosa rana. Dado que, a menudo, las risas vienen con llantos,
los chistosos, alargando la broma, terminan por despistarse y se pierden. El
grupo sigue adelante. Suben a la torre de la Catedral Vieja y allí siguen las
explicaciones de nuestro guía y profesor Raimundo Moreno.
Los despistados se acercan a la portada de la Universidad y
allí, siguiendo con la broma, aunque ahora con algo más de preocupación que risas,
preguntan a voces por la imagen del astronauta, al tiempo que un vendedor
ambulante hace anuncio de sus ranitas,
remedo comercial de la que luce, minúscula, en una de las calaveras de la
fachada de la Universidad.
Al final, mediante llamadas de móviles conseguimos que los
gamberretes se reincorporen al grupo y sigue, de forma más o menos normal, la
visita a las catedrales, con espectaculares vistas desde las cubiertas y
pasadizos.
Una hora después, terminada la comida, regresamos, cansados
pero alegres a nuestras tierras de origen.
Al llegar a Peñaranda Raimundo se baja y, luego de comprobar
que su coche está en perfectas condiciones y que, al parecer, ningún amigo de lo ajeno ha tenido a bien
desmontar y llevarse las ruedas o los paragolpes y que el auto arranca
perfectamente, seguimos, ya más tranquilos, camino.
Parada técnica en Madrigal. Ahora sí, en Casa Lucio, tomamos
unos cafés.
Llegan las despedidas de rigor y marchamos a Arévalo donde
termina la excursión.
Un estupendo día repleto de experiencias y conocimientos en
la vieja Salamanca que, de hacer caso a
aquel llamado Tomás Rodaja, “enhechiza
la voluntad de volver a ella a todos los que la apacibilidad de su vivienda han
gustado.”
Juan C. López
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