La canción del Castillo

Querido viajero, reproduzco aquí una historia que me contaron y que, en un principio no juzgué cierta, hasta que yo misma la comprobé. Hay en la ciudad de Arévalo un castillo, que fue casa palaciega, prisión, cementerio y silo. No tiene pérdida, si viajas por la carretera hacia Coruña, la silueta de la primera fortaleza castellana que encontrarás en la ruta se dibujará a tu izquierda. Si te detienes a visitarlo observarás, al pie de sus muros, su reflejo en piedra.
Al atardecer se levanta una suave brisa que mueve las hojas de los álamos en la junta de los ríos, Adaja y Arevalillo, en la parte trasera del castillo. Si escuchas con atención ese suave murmullo, querido viajero, oirás una voz suave que repite entre sollozos un estribillo. La canción, en un idioma que es el nuestro y no lo es, suena, más o menos así:
¿Qué fareyo o qué serad de mibi?/ ¡Habibi,/ no te tuelgas de mibi¡ (¿Qué haré yo, qué será de mí? ¡Amigo, no te apartes de mí!)
Hay quien dice que la voz corresponde a la prisionera más famosa del Castillo de Arévalo, Blanca de Borbón, a quien la política casó con Pedro I de Castilla, para unos “El Cruel” y para otros “El Justiciero”, que rezaban los antiguos libros de Historia. Aunque en el caso de la hija del duque de Borbón, bien merecía el primer apelativo. La joven llegó a Castilla, casó con el rey un lunes en Valladolid y el miércoles el monarca la abandonó para estar con María de Padilla, con quien ya tenía un hijo. Y aquí comenzó el periplo de la reina doña Blanca por las fortalezas castellanas, primero en Medina del Campo, luego en Arévalo, donde “El Cruel” especificó que la mandaba como presa. El Castillo de Arévalo fue su primera cárcel, a la que seguirían otras como Toledo, Sigüenza, Jerez de la Frontera o Medina Sidonia, donde el rey ordenó que la envenenaran.
Triste es la historia de doña Blanca de Borbón pero no es ella, querido viajero, a quien escucharás cantar con tristeza, al atardecer, entre las hojas de los álamos que rodean al Castillo de Arévalo, aunque la historia de la desdichada reina esté, en cierta forma, relacionada con la canción. La voz, que mezcla el castellano con el árabe, es de la joven Aisha, una bella mora de cabellos largos oscuros y rizados y ojos profundos como una noche sin estrellas. Aisha era la hija pequeña de Yusuf, el pastor de ovejas, y su alegría cada tarde, cuando se acercaba al puente de Medina a esperar a su padre y saludaba la llegada del rebaño agitando su mano.
Pero un día que Aisha estaba esperando a su padre a la entrada del puente vio llegar entre el polvo, no al rebaño, sino a una comitiva de hombres a caballo, carros y una carroza de ventanas cerradas en la que pudo entrever una figura pálida y menuda de mujer. Era doña Blanca, que iniciaba en Arévalo su triste peregrinar de reina presa. Al frente de la comitiva viajaba Alonso, un apuesto y ambicioso joven deseoso de hacerse valer ante el rey por sus servicios. Alonso miró a Aisha y fue como si un rayo les traspasara a los dos. Casi sin respiración pasó a su lado muy erguido en el caballo pero sin dejar de pensar en volver a verla. Lo mismo sintió Aisha que, desde ese día, esperaba ansiosa al rebaño de su padre, más por si alcanzaba a ver al joven cristiano del caballo que al viejo pastor.
Y como no hay barrera que el amor y la juventud no traspasen, el bravo Alonso y la dulce Aisha consiguieron encontrarse a solas gracias a los túneles y bodegas que comunicaban el castillo con algunas casas de Arévalo. Y a escondidas, en la humedad, el frío y la penumbra, se fue forjando su amor. Y los ojos de Aisha, negros como una noche sin estrellas, brillaban con una luz de luna llena.
Pero un día, Alonso recibió el premio que esperaba a sus abnegados servicios al rey. Se le encomendó el traslado de la reina a otra fortaleza para después unirse al ejército del monarca en una de sus campañas en el sur. Era la ocasión perfecta para demostrar su valor. Aisha sintió una puñalada en el corazón ahogando los sollozos entre las bóvedas de ladrillo mientras musitaba: “¿Qué será de mí?, Habibi, amigo, no te apartes de mí”.
La bella Aisha, con los ojos y el corazón prendidos en la silueta del castillo vio partir otra comitiva, esta vez por la puente llana que dicen de Valladolid, con su amor, el joven Alonso al frente, muy erguido en el caballo sin levantar la vista del horizonte. Y así se unieron las vidas de estos tres desdichados. La reina doña Blanca, presa de su linaje, don Alonso preso de su ambición, y Aisha presa de la pasión. Los tres perdieron a la vez su libertad y su corazón.
Querido viajero, puedes o no creer la historia, pero si alguna vez pasas por el castillo de Arévalo cuando el sol enrojece el horizonte, detente. Podrás escuchar la brisa entre los árboles que todavía murmura la pena de Aisha cuyos ojos, negros como una noche sin estrellas no volvieron a sonreír.

María Monjas Eleta
La Llanura nº 41

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