“SER MÁS NO SIEMPRE ES MEJOR”

Hoy no puedo hacer una crónica de la visita a los cortados rojos del Adaja, también llamado vaho de Pajares. Aunque éramos más que otros días pero diferentes. Mañana con niebla persistente, esa que conocéis, esa que impide ver. Hoy si supiera tendría que hacer una elegía. Un canto de lamento por lo que he sentido.
La tierra roja, de terrones endurecidos por el hielo, blanqueados por la escarcha. Después el calor del resplandeciente sol los derrite, y si los coges con tus manos, al apretar se desmenuzan y te manchan de un barro colorado y tierno, así es esta tierra. Cocida en hornos pare ladrillos con los que construyeron casas, iglesias y palacios. Mojados esos barros, pisados y mezclados con paja dan vida al adobe. Humilde material de construcción. Pobre en la composición, duradero si no vuelve a mojarse. Las paredes de adobe palpitan. Si pones tu mano en ellas sientes las pisadas de los hombres que mezclaron tierra y paja, sientes su sudor y el calor acumulado durante años por esos pobres adobes.
Son el barro y la cal, y los cantos en los cimientos, los materiales sencillos, naturales, que han utilizado durante siglos en las construcciones. La labor humana en su disposición, creando alturas, volúmenes, aprovechando la luz y las sombras, creación imaginativa del alarife. Es lo que aún hoy nos admira. Pero incluso en la más simple y práctica construcción, tal vez un pajar tal vez una cuadra, nos maravilla la elegante disposición de estos materiales autóctonos. Acompañados de la madera, de mayor o menor nobleza, pero siempre firme y viva, cálida expresión de los bosques y pinares que nos rodean. Toscamente trabajada en su mayoría: hacha, sierra y azuela. Vigas algo más rectas, quinzales con retorcimientos imposibles. Al levantar la vista hacia la techumbre mil y una formas nos sorprenden gratamente. Encima de los palos, retama o piorno o caña o paja, y por encima, nuevamente barro. Barro rojo, cocido en horno de leña, con elegante y suave forma curva, teja árabe. ¡Qué ejemplo de aprovechamiento de los recursos! ¡Qué inteligente utilización de los materiales que la naturaleza ofrece!
Pueblos humildes, de aspecto pobre a la vista del profano pero ricos en sabiduría. Ejemplo vivo de equilibrio medioambiental, respeto por el entorno y gestión eficiente de los recursos. Todo esto me evocaban los elevados cortados, labrados por el tiempo y el agua. Rodeados, en nuestra matinal excursión, de una explosión de color, luz y naturaleza viva. Varios ecosistemas en un espacio tan reducido, en apenas un centenar de metros a lo largo y unas decenas a lo alto.
Y de repente: “...un hachazo invisible y homicida...” que ya dijera el poeta de Orihuela. Ante nosotros anchas calles de grava, hormigón y adoquines. 15 kilómetros de viales y otras actuaciones. Aberración humana en detrimento de la naturaleza más pura e indefensa. Me dejó helado, apenas podía reaccionar. Proyecto de crecimiento me contaban, miles de viviendas, varios campos de divertimento, lujosos hoteles, riqueza para los pueblos vecinos. Me dijeron que vieron en ese instante a los duendes del bosque, yo apenas acerté a divisar la silueta de un corzo que huía ante nuestra presencia. Una lágrima en el alma no me dejaba ver nada más. En ese momento el sol radiante que nos había acompañado desapareció, pues parece que no se lleva bien con la persistente niebla, debieron de tener algo entre ellos hace tiempo. Estupefacto ante la visión de tan faraónicos viales, ante la tala indiscriminada, contemplando el daño cometido, asisto a explicaciones más o menos legales. Lo que han realizado no es legal me dicen, pero está hecho. Dicen que hay sentencias condenatorias y que han de devolver todo a su estado anterior. Y en ese justo momento, entre la niebla cada vez más cerrada, dos enormes manchas negras ante nosotros. Paisaje semejante al visto tantas veces en las más negativas películas futuristas. Una enorme balsa ante nosotros, con el suelo de plástico negro y una enorme pendiente. Me dicen que es una balsa artificial, no cuesta imaginar el destino de cualquier ser vivo que caiga allí. No saldrá con vida probablemente. Morirá en un vano intento por salir de ese invento humano. Mi indignación crece hasta el infinito y es cuando me señalan una balsa artificial aun mayor, cinco o seis veces mayor. Insisten en que han de devolver todo a su estado anterior, original. Cómo será la tierra con la que rellenen esos enormes socavones, será acaso tan limpia como la que allí había, me pregunto. La tierra original es el filtro natural que alimenta el acuífero que nos proporciona el agua del que vivimos.
Abandonamos desolados esos cientos de hectáreas arrasadas irremediablemente por la estúpida acción humana. Dónde estábamos cuando sucedió todo pregunto sin saber a quién. La amargura me llena, no me permite siquiera disfrutar de la naturaleza que aun pervive allí abajo en la alameda. Descendiendo por las paredes menos verticales de los cortados, desde el pinar hasta el río, río Adaja. Pisando la tierra roja y a nuestro alrededor formas caprichosas creación de la naturaleza. Alturas de cuarenta metros por lo menos, tan bellas como catedrales. ¡Lo que tiene que ser eso al atardecer! Y allí entre la hierba alta, virgen y salvaje no sé por cuanto tiempo, entre los arbustos, siguiendo las huellas que ha dejado el jabalí y en un bancal del río unas huellas acaso de gato montés y en las laderas descubrimos las de algún zorro, más numerosos en la zona, y multitud de señales de la vida de los conejos. Pero a pesar de tanto bueno que queda, la pena de lo perdido no me abandona. No tenemos los recursos para evitar nuevos desmanes me temo. No tenemos conciencia del daño irreparable que realizamos, por acción o por omisión. Nuestro silencio es culpable también. No exigir responsabilidades también lo es, por mucho que un papel diga: “...desmantelamiento de las instalaciones y obras realizadas...”, o “...que la zona deberá ser devuelta al estado preexistente al inicio de los trabajos que se han realizado". Hoy me gustaría saber cantar un quejío, porque no me consuela “...la nulidad de todos los actos...”; porque esto mismo puede que esté ocurriendo en otros muchos lugares y no me esté enterando y nos estemos callando y nos sigan engañando. Porque ya no sé qué prefiero, porque no sé qué es mejor si un pueblo de 150 habitantes o uno con 7.500 viviendas más. Porque me gustan el barro, la cal, la piedra, la paja y la madera, y los pinares, los bosques y la hierba alta, y observar a los animales salvajes y respetar su vida. Hoy también a mí, como dijera Miguel Hernández: “...tanto dolor se agrupa en mi costado, que por dolerme me duele hasta el aliento.
Fabio López

Comentarios

Juan C. ha dicho que…
Esto sabemos: la tierra no pertenece al hombre, el hombre pertenece a la tierra. Todo va enlazado, como la sangre que une a una familia. Todo lo que le ocurra a la tierra le ocurrirá a los hijos de la tierra. El hombre no teje la red de la vida, no es más que un hilo de ella. Todo lo que hacemos a esta red, nos lo hacemos a nosotros mismos.
Luis ha dicho que…
Gracias Fabio por no hacer una crónica y, al mismo tiempo, hacerla tan bien y con tanto sentimiento. Que no sensiblería.
Anónimo ha dicho que…
La verdad es que es impresionante.. no es lo mismo verlo en directo, que te lo cuenten.Todos deberiamos verlo antes de emitir opiniones. Gracias Fabio
David Martín Fernández ha dicho que…
Has reflejado lo qu vimos y sentimos todos los allí presentes.

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