EL GUERRERO CON PÁJAROS EN LA CABEZA

Una vez que el castillo hubo quedado desierto, el capitán Búho, como cada noche, ordenó hacer la ronda a sus seis guerreros metálicos. Debían proteger la fortaleza a toda costa. Nadie podía robar los girasoles de hierro instalados estratégicamente a la entrada de la torre del homenaje.
El guerrero de la Foz se negó a moverse. Temía que se malograra la puesta de colirrojo tizón que tenía en la cabeza. La noche anterior uno de los pollos se había caído mientras caminaba a paso férreo por el patio de armas del castillo.

- Mi capitán –gritó el guerrero de la Foz-, no podré hacer la ronda hasta que los pájaros abandonen mi cabeza.
- El alcaide  de este castillo nos ha encargado la defensa de la fortaleza. Somos soldados rudos y experimentados –repuso el capitán levantando sus enormes tijeras-. No podemos incumplir nuestro deber por tener cuatro pájaros en la cabeza. Tira al resto de los pollos al suelo para que no vuelvan a molestarte. Yo mismo les remataré.
- No mi capitán, no me ha entendido, no me moveré ni esta noche ni ninguna otra hasta que los pollos puedan volar y abandonen el nido por sí mismos. Se lo prometí a sus padres cuando les dejé que se instalaran dentro de mi cabeza. Soy tan rudo como el que más, nunca he flaqueado en la lucha, todos me conocéis. Pero mi honor me impide incumplir la palabra que he dado a los colirrojos. Sólo le pido dos semanas. Puedo vigilar perfectamente los girasoles de hierro sin moverme de mi puesto.
- Entonces no me dejas otra alternativa –contestó el capitán Búho furioso alzando la voz-. ¡No puedo consentir este desacato! ¡Guerreros del castillo! Reducid a vuestro compañero, sacadle los pájaros de la cabeza y metedle en las mazmorras.

Los guerreros, con el capitán Búho a la cabeza, comenzaron a moverse hacia el guerrero de la Foz. Pronto le rodearon. Parecía que nada podía hacer excepto rendirse. Sin embargo decidió hacer frente a sus compañeros. Levantó la hoz que portaba en su mano derecha y se cubrió con su escudo esperando el ataque.
Cuando las chispas de los golpes metálicos de la lucha iluminaban el patio del castillo, comenzó a oírse el armonioso sonido de una flauta. Todos los guerreros se giraron hacia el fondo del patio desde donde provenía la música. Jamás habían escuchado una melodía tan hermosa como la que Paula, la flautista de hojalata, había empezado a ejecutar.
Aquella música despertó a dos cisnes construidos con viejos arados que hasta ahora no habían intervenido.  Levantaron de pronto su pesado vuelo haciendo chirriar sus alas en cada aleteo. Pronto se unieron a los cisnes metálicos, búhos, lechuzas, cárabos, mochuelos, autillos, chotacabras, murciélagos y otras criaturas de la noche. Pero aquella música también despertó a un buen número de aves diurnas que se sumaron a la bandada. Aquella enorme turba evolucionaba en el aire al compás marcado por la flauta.
Los guerreros se quedaron paralizados, no sabían qué hacer. Si avanzaban, aves y murciélagos se les echaban encima, si retrocedían el capitán ordenaba de nuevo el ataque haciendo sonar sus enormes tijeras.
****
A la mañana siguiente, cuando las dos guías del castillo llegaron a la puerta del patio de armas, Juanje las estaba esperando. Hoy era día de visita y quería poner un cordel delante del guerrero de la Foz para que nadie se acercara. Una pareja de colirrojo tizón había construido su nido dentro del foco que hacía las veces de cabeza de la escultura, realizada uniendo, con gran imaginación, viejos hierros. Como todas y cada una de las treinta esculturas que componían la exposición del castillo de Arévalo. El día anterior había sorprendido a una niña dando palazos en la cabeza de la estatua. Al recriminar su actitud a la niña, le contestó que había visto meterse un pájaro en la cabeza del guerrero y sólo quería que saliera. Así que, había decidido acordonar la estatua para que nadie más se acercase.
Cuando entraron al patio de armas su sorpresa fue mayúscula. Algunas de sus esculturas estaban cambiadas de sitio, aunque no parecía que faltase ninguna. Todos los guerreros y el capitán Búho, estaban en la esquina donde debería estar el guerrero de la Foz. Pero éste, en cambio, se encontraba en centro del patio de armas custodiado por los dos cisnes construidos con viejos arados.
No podía entenderlo, se asomó a la cabeza del guerrero, se oía piar a los pollos de colirrojo reclamando insistentemente las cebas de sus padres. No comprendía nada, todas las esculturas parecían estar en perfecto estado ¿Quién se habría colado en el castillo para descolocarlas y por qué?
Mientras se agachaba a mover uno de aquellos cisnes creyó oír el sonido de una flauta. Miró hacia el fondo del patio y, por un instante, le pareció que una leve brisa ondulaba la melena metálica de la flautista.

 Texto y fotos de: 
Luis José Martín García-Sancho.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Enhorabuena a "La Lanura" por ofrecernoss de nuevo esta página de gran calidad literaria: combinación de elementos plásticos, literarios y hasta musicales. Enhorabuena también tanto al artista plástico que da pie al relato, como al artista literario que lo da forma poética.
Luis ha dicho que…
Este pequeño relato está basado en hechos reales, sucedidos durante la primavera de 2011, cuando mi amigo Juan Jesús, que exponía sus esculturas en el castillo de Arévalo, me comentó que un pájaro estaba criando en la cabeza de uno de sus guerreros de hierro y que había decidido acordonar la estatua porque había sorprendido a una niña dando palazos a la cabeza del guerrero "para que saliera un pajaro que se había metido". Hasta aquí la realidad.
Anónimo ha dicho que…
EXELENTE HISTORIA!

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