Algunos molinos en el cauce del río Adaja

En un pequeño librito publicado por Piedra Caballera, cuyo título es Rutas Mágicas por los Pueblos del Adaja y cuyo autor es Jesús M. J. Sanchidrián Gallego, encontramos una detalladísima descripción de algunos de los molinos harineros más interesantes que podemos encontrar en el cauce de nuestro río Adaja, en el tramo que va entre la misma presa de las Cogotas hasta el límite con la llanura cerealista de Campo de Pajares, Tierra de Arévalo y Moraña.
Esta guía, en la parte dedicada a estas construcciones propias del patrimonio histórico industrial, hace mención de los existentes en los términos municipales de Cardeñosa, Mingorría y su anejo Zorita de los Molinos. El paisaje que configura el río Adaja a su paso por estos pueblos se ve engrandecido por la presencia de multitud de molinos harineros, característicos de una incipiente actividad industrial de transformación de los productos cerealistas que se ha venido desarrollando en la zona desde el siglo XIII.

Los molinos construidos en esta zona destacan porque la piedra se convierte en el material constructivo y se emplazan fuera de las poblaciones.
Para el aprovechamiento energético del río se construyeron pequeñas presas o azudes que cortan el cauce, creándose una importante masa de agua denominada pesquera. Desde aquí el agua se conduce hasta el propio molino a través de un canal, cacera, o «chorro» formado de gruesas paredes de piedra o excavado sobre el propio terreno, en algunos casos el agua se recoge después en una balsa.
Cuando el agua llega al molino pasa a través de una o varias aberturas practicadas en la pared, bien a un depósito o cubo, de ahí la denominación de algunos molinos como «El Cubo» o «Cubillo», o bien descendiendo por un bocín o saetín hasta golpear el rodezno o rueda hidráulica horizontal, situada debajo del piso del edificio, la cual hace girar, moviendo directamente por un eje vertical, las ruedas de moler situadas en el piso superior. El agua sale después por el cárcavo y por un canal de evacuación o «socaz» se dirige de nuevo al río.

Los molinos de la zona responden al esquema básico de funcionamiento descrito, aunque hay que lamentar el alto número de ellos que se encuentran totalmente arruinados. A pesar de todo todavía hoy puede verse moler grano como hace cientos de años en el molino de «Hernán Pérez», en Zorita.
Normalmente el pleno rendimiento del molino solía durar ocho meses al año, desde los Santos (1 de noviembre) hasta San Juan (24 de junio), dependiendo después del agua que dejaba el estiaje. Su funcionamiento solía ser de doce a catorce horas al día, si bien en la descripción de Ensenada se dice que algunos molinos molían día y noche.
El oficio de molinero ha sido siempre un oficio noble y de tradición familiar que pasaba de padres a hijos. A veces el oficio de molinero solía compatibilizarse con otros oficios o trabajos.
El molinero, quien en muchos casos vivía en el molino, tenía que realizar el duro trabajo, subiendo y bajando pesados sacos de trigo y harina. También debía cuidar los elementos mecánicos del molino, controlar la regular entrada del agua, picar las muelas de piedra rehaciendo las estrías, debía revisar y reparar frecuentemente los mecanismos del molino que eran de madera, además de reforzar la pesquera ante los destrozos de la crecida y limpiar el caz y los desagües.


Los molinos de Revuelta y Galleguete son los únicos que se conservan en la margen izquierda del Adaja en el tramo que va desde la presa de las Cogotas hasta los «Callejones de Chascarra», dentro del término de Cardeñosa, si bien se aprecian restos interesantes de otros tres molinos más.
Es el molino de «Revuelta», un edificio de una planta y buena mampostería que se conserva en buen estado, aunque las cuadras anejas estén hundidas.
Desde el molino de «Revuelta» podemos seguir por un camino ascendente que nos lleva al molino de «Galleguete» o de Peñalén. Este es un edificio de una planta de mampostería que fue sobreelevado con una planta más de adobe y que todavía se mantiene en pié, a pesar de su abandono y progresiva ruina.

El molino Trevejo aún conserva toda su techumbre a cuatro aguas, mientras que las cuadras anejas están arruinadas. Las obras de ingeniería realizadas para moler el grano son asombrosas: ahí están la pesquera, el caz, la balsa, los cárcavos y el propio molino de buena piedra de mampostería.
Del de Las Monjas, que así se llama porque fueron sus propietarias las monjas de la Encarnación de Ávila, sólo se conservan restos de las paredes y de alguna rueda, suficiente para darnos una idea del esfuerzo que debió suponer su construcción y su puesta en marcha.

Sobre el molino Nuevo o de Joselito se levanta una pared rocosa imponente, entre cuyas grietas se asoma alguna encina. Este molino sólo conserva las paredes, además de las obras de ingeniería de conducción de agua.
El molino del Grillo acogía a la familia del molinero, el «Tío Cañete», y ahora se le está hundiendo la techumbre, como a las construcciones anejas destinadas a cuadra y pajar. Al otro lado del río, donde se revuelve en bruscos giros, se divisan los restos de los molinos de Barbas de Oro y el Castillo.

El de Las Juntas es un edificio de una planta con la cubierta semihundida a dos aguas. El río se ensancha interrumpido por el azud que forma la pesquera entre abundantes fresnos, de donde sale el canal o «caz» que conduce el agua para moler.
Cerca de este nos encontramos con las ruinas del molino Negrillo.
El de «Ituero» que sólo conserva las paredes, era de una planta con cubierta a dos aguas, y su entrada se hizo cortando la roca.
En el llamado de Hernán Pérez, muelen y viven los hermanos San Segundo: Valeriano, Tomás, David y Manuel, quienes lo conservan en perfecto estado y gustosamente lo enseñan a los visitantes. Es una buena muestra del ingenio de los constructores de molinos y de los artífices de su funcionamiento. Una gran pesquera o presa embalsa el agua, que se canaliza hasta el molino entre abundante arbolado de fresnos. El agua, después de mover las ruedas hidráulicas, servía a otro molino conocido como El Molinillo, volviendo después al río.
También está el molino Nuevo o de Los Policas, el cual debe su nombre por haber sustituido a otro que se llevó el agua, cuyos restos todavía se aprecian. Este molino se conserva en perfecto estado por su propietario y es un buen ejemplo de arquitectura popular.
Más adelante, aguas arriba, se halla el edificio majestuoso de lo que fue el batán El Caleño o molino El Francés, utilizado en el tratamiento de paños y pieles, antes de reconvertirse en molino harinero. Sólo se conservan las paredes de mampostería de una construcción de dos plantas, además de la infraestructura que posibilitaba su funcionamiento.
Cercanos a éste había otros dos batanes más, de los que sólo quedan algunas piedras de sus paredes tapadas por la vegetación.

En Zorita de los Molinos, localidad anexionada a Mingorría en 1833, quedan restos del antiguo molino Piar y del molino del Vego. Este molino es de dos plantas, conservándose el edificio en buen estado, y que sigue recibiendo el agua por la cacera que sale del río junto a la desembocadura del arroyo de la «Chavata».
También el del Cubo, del que sólo se conservan restos de sus paredes, o los molinos Viejo y de Canongía.

Molinos harineros, en los términos de Cardeñosa, Mingorría y Zorita de los Molinos. Restos de una industria que fue prospera en otros tiempos. Construcciones que hoy se funden en bellos paisajes regados por las calmas aguas de nuestro río Adaja.
14 de septiembre de 2011

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