ALGO ESTÁ CAMBIANDO
El día comenzó con dos ausencias, la de nuestro presidente y la de la persistente niebla. Era la primera vez en todas nuestras excursiones naturalistas en la que ambos faltaban. Pero que nadie quiera ver en ello una relación de causa y efecto, pierde el tiempo. Lo cierto es que nos encontramos una mañana luminosa, tan despejada y clara que fuimos incapaces de ver una sola nube. Un cielo azul en lo alto y en la llanura la primavera estallando por doquier.
Al equipo habitual, compuesto de fotógrafos, naturalistas, curiosos, escultores, botánicos, albañiles y demás caterva, se incorporó un querubín que resultó saber latín, pese a todo seguimos sin llegar al centenar, lo cual queda dicho para los amantes de las estadísticas.
Salimos desconociendo nuestro destino exacto. Luisjo se reservaba como siempre el momento de descubrirnos dónde nos dirigíamos esa mañana, tan solo sabíamos que íbamos a un lugar entre Arévalo y Tiñosillos. Por la carretera llamada AV-804 iniciamos la marcha, con las cunetas repletas de amapolas y gamarza, y un poco después de pasar el kilómetro 34 la dejamos para coger un camino de tierra que discurría recto entre millares de pinos negrales, tal vez millones, y solamente las manchas amarillas de la retama y el púrpura del cantueso ponían una nota de color diferente al verde de los pinos. Llegamos al límite con el río Adaja, ante nosotros una frondosa alameda allá abajo, enmarcando el discurrir del río, que traza curvas sugerentes y sinuosas entre las enormes cárcavas erosionadas en las margas arcillosas y las arenas de los márgenes.
Nada mas descender de los vehículos un águila imperial sobrevoló por encima de nosotros, lo que hizo pensar a Luisjo que el nido pudiera estar cerca, por lo que cambiamos los vehículos de sitio para perturbar lo menos posible a este majestuoso animal. Acabábamos de descubrir que era un día bastante afortunado para nosotros aunque las ausencias, además de las del presidente y de la niebla, se notasen.
El águila se posó en un pequeño pino albar que crece en el cortado, al otro lado del río, lo que permitió que el equipo de observación se pudiera instalar. Durante varios minutos pudimos observar cada uno de los detalles, mientras atendíamos a las explicaciones que Luisjo nos proporcionaba sobre el porqué se les llama “damero”, todo relacionado con la tonalidad de su plumaje y su edad, al tiempo que recordaba el proverbio chino que Chema me mandó en una de sus últimas cartas: “Los maestros pueden abrir las puertas, pero solo tú puedes entrar”. Resulta curioso cómo incluso los que no están en estas excursiones influyen en ellas.
Comenzamos a bajar hacia el río, salvar un desnivel de varias decenas de metros, entre un paisaje y otro, el pinar y el río, tan diferentes y sin embargo complementarios. Por eso me sonrío cuando alguien me dice que el paisaje de la llanura de la comarca de Arévalo resulta monótono. Me limito siempre que puedo a invitarle a acompañarnos en nuestras correrías, porque puede que su impresión venga de no saber lo suficiente de esta tierra sorprendente y tan desconocida. El canto de la oropéndola y del ruiseñor sonaban nítidos y los que más saben nos indicaban uno y otro y nos enseñaban a diferenciarlos, algún mirlo se dejaba sentir y un grupo de zorzales nos deleitaba con sus evoluciones. De pronto el cuco entre la espesura de la alameda nos mandó su señal y si nos fijábamos bien podíamos ver al alcaudón en una zarza o en un espino. Verdecillos y jilgueros cantaban de fondo mientras el milano, elegante y negro, volaba trazando círculos entre el pinar y la alameda.
Saúcos, enebros, fresnos, chopos y espinos en una muestra de feracidad sin límite, mientras nuestro caminar discurría por entre la vegetación frondosa y fresca o alternando por praderas de hierba alta y cargada todavía del rocío de la noche que en algunos momentos empapaba nuestras botas.
Si bien los magníficos fotógrafos captaban sin cesar los instantes que vivíamos esa mañana, desde ángulos y perspectivas que en el momento se escapan a los comunes mortales y que en días sucesivos nos permitirán ver el recorrido de una forma diferente; incluso puede que también, los que algo escribimos contando cómo nos ha ido, dejemos leve muestra de lo vivido. Pero de los aromas no tenemos a nadie que los capture y dé traslado hasta vuestras pituitarias, y es una verdadera lástima. Porque el olor del espino albar, la hierba húmeda y si me apuráis hasta la brisa es difícil de describir, y a medida que avanza la mañana el olor vivificante del tomillo todo lo llena y más arriba el olor a resina. Por suerte siempre estáis a tiempo de acercaros y comprobar por vosotros mismos lo que os cuento.
Y de repente una noria. De inmediato todos en un retorno hasta casi la infancia comenzamos a hacer de burros. Tiovivo donde la música la pone el agua que gotea de los viejos y roñosos cangilones y luego discurre por un regato abandonado y olvidado, que en otro tiempo llevaba el agua a los canteros fértiles, que allí mismo se muestran, ya abandonados para el cultivo pero cubiertos de una hierba jugosa y fresca. Fotos y más fotos de todos y cada uno de los detalles. Engranajes, coronas y ejes; agua y reflejos y multitud de comentarios sobre las norias conocidas por los más mayores y sale a colación el cigoñal, otro antiguo y casi olvidado artilugio para sacar agua de los pozos y entre risas continuamos la marcha, añorando alguno de nosotros la rutinaria vida de los burros de antaño dando vueltas alrededor de la noria, con sus ojos tapados para que no se parasen, escuchando el ruido del agua y el canto de los pájaros, sin más afán.
Alguien señala un acogedora sombra de unos enormes chopos, populus nigra, nos apuntan los que saben y surge la curiosa coincidencia, populus significa tanto pueblo como chopo y que la plaza del pueblo, Piazza del Popolo, también podría ser la plaza de los chopos por los muchos que tenían por costumbre los romanos plantar en los lugares de reunión. Y uno pregunta o señala una planta y mister Chisp, que sabe de ello, nos da su nombre científico; y si lo señalado es un pájaro será Luisjo quien nos instruya, aunque también a veces surjan diferencias en cualquier momento; pequeñas diferencias que originan conversaciones curiosas que pueden terminar hablando del rapto de las sabinas y la endogamia y de una estatua que hay en Florencia y así dando saltos de un tema a otro vamos avanzando y el tiempo se hace tan corto que nos parece poco. Claro que también a veces rompemos todas las previsiones de tiempo elaboradas por Luisjo con tanto esmero y dedicación, y lo que debería durar una hora nos lleva dos.
Y a la hora de almorzar, el querubín aporta un vinillo de la tierra de su propia cosecha, fresco en la frescura de la alameda, y añoramos una tortilla de patata y pan candeal. Hay dos cosas que debemos hacer con urgencia, comprar en el Cordelero una bota nueva para el vino blanco de la tierra de Orbita y abandonar la dieta casi vegetariana de mister Chisp. No podemos confiar en unas gentes que solamente comen verduras, no cabe esperar de ellas nada alegre.
Cuando estábamos próximos a finalizar nuestra correría matinal y el sol ya calentaba, nos proponen llegarnos hasta el Bohodoncillo. Allí estaban los restos. Cantos rodados, cal y trozos de teja en medio del pinar, en una superficie como de una cuarta, cubierta de pinos albares mucho más jóvenes que los negrales que les rodeaban. Sin duda restos de unas edificaciones que en otro tiempo formaran un núcleo de población y allí en una pequeña elevación, que debió ser la ermita o iglesia, nos hicimos una foto, la penúltima, porque todavía quedaba fotografiar la cópula de dos mariposillas blancas y una lagartija rara y un lagarto verde. Todo el grupo sobre lo que fueron las ruinas de uno de los Pueblos del Pinar. Pero esa es otra historia que ya os contará el que sabe latín cuando llegue el momento adecuado.
Fabio López
Fotografías Mario Gonzalo, Julio Pascual y Luis José Martín
Fotografías Mario Gonzalo, Julio Pascual y Luis José Martín
Comentarios
pienso darle una paliza enorme a la camara.