Crónica de Peña Mingubela (IV)
Una Crónica vía satélite
A veces la Vida nos sorprende con situaciones que siquiera habíamos soñado. Allí estaba paseando por la Judería cordobesa, pisando unas calles que me resultaban extrañamente familiares, yo que nunca estuve en Córdoba, mientras a 525 kilómetros de distancia Juan presentaba su novela. Recorría las calles que me recordaban calles de Arévalo, la del Mortero, la del Candil, Pasadizo al Paraíso, Plaza de Don Justo y otras muchas desaparecidas ya. Calles estrechas y frescas, encaladas y donde no la cal el ladrillo, ladrillos familiares a mis ojos. La sencillez de la Sinagoga , la exuberancia de la Mezquita , el avasallamiento del Obispado y del Seminario Conciliar san Pelagio y sobre el Guadalquivir el puente romano.
Recorro unas calles que parecen haberse detenido en el tiempo, suena una música de guitarra y al volver una redondeada esquina, una casa y en su interior un patio, oasis de frescura, altas paredes que le separan del bullicio de la calle. Es hoy un mercado municipal de artesanos, antaño casa de judíos. Agua, plantas y en el centro del patio un pozo. Eso lo he visto en alguna casa de la calle Larga de Arévalo. Judíos en Arévalo y en Córdoba o en cualquier otra parte del mundo.
Mientras intento asimilar lo sentido en ese instante que parece no haber existido, a medida que la calleja se estrecha, aparece la capilla de san Bartolomé, una iglesia cristiana diminuta, pequeña joya del arte mudéjar, con la combinación decorativa de yesos, ladrillos y azulejos; recuerda una suerte de pequeño joyero de madera con vivos colores: azules, verdes y dorados, todo brillante. Decoraciones vegetales, geométricas, heráldicas y epigráficas y en una de sus fajas decorativas puede leerse, según señala un ilustrador cartel informativo:”La eternidad para Allah, la gloria para Allah”. De vez en cuando
A esas horas en Arévalo está teniendo lugar un emotivo acto. Lo sé porque he podido verlo. No teman vuesas mercedes que no soy ningún remedo del Gran Hermano que imaginara Orwell, es solo que tengo la enorme fortuna de tener amigos que, ante una leve insinuación por mi parte, me entregan cuanto tienen, incluso su tiempo. Gracias a Julio y las nuevas tecnologías puedo escuchar y sentir todo al completo. Es la misma tecnología que permite que esto llegue hasta vosotros, por el aire mediante ondas, que me parece que lanzo mi voz al viento. Observo el amor de hermanos y que Juan conserva su sorna y enjundia. Salen nombres que tenía apartados en mi memoria. Carlos Hebrero, Pedro Martín… y el propio Juan, con quienes tanto hablé hace ya tantos años, treinta creo recordar que han pasado. Eran brillantes, que como sabéis es un grado muy superior al de inteligentes, y excelentes conversadores. Juan lo sigue siendo. Espero ansioso a devorar su novela y cuando la haya digerido poder mantener una charla con él, como tantas otras que hace tiempo tuvimos. Quiero además manifestarle mi firme intención de abandonar mi trinchera, al tiempo que invito a todos a abandonar la propia y salir a campo abierto sin temor a las balas.
Y el ojo de Mario, que ve lo que nadie divisa, me trae todas las flores y el rostro del Hombre, ese que allí está desde
Me cuentan también, tal vez por la proximidad de los modernos molinos de viento, que mister Chisp parecía más bien el caballero de la triste figura. Y es por eso, que a vos me dirijo mi señor don Chisp, nada turbe ni espante a vuesa merced, que procuraré en adelante no faltar a ninguna de estas correrías que tanto nos agradan; que no deseo ser gobernador de ninguna ínsula, que tan solo aspiro a ser vuestro escudero, pues mi peso y el tamaño de mi cabeza creo que son razones suficientes para ocupar dicho cargo o empleo. Quiero recorrer junto a vos el mundo, deshaciendo entuertos y luchando contra las injusticias; pues como bien sabe mi señor don Chisp, son muchos los Juan de Haldudo, avasalladores y crueles, que moran en este mundo y aún más los Andresillos a los que hay que proteger de sus abusos. Siempre quise montar una burra de lomo gris y albarda castellana, cubrir mi cabeza con fresco sombrero de paja y escuchar de su boca las muchas enseñanzas con las que de cotidiano me colma. Debe saber además vuesa merced, que en cuanto a las viandas, no es mi boca demasiado exquisita, que se aviene a todo, por lo que entre lo que Dios nuestro señor provea y lo que mi señor don Chisp aporte, tendremos buenos almuerzos, pues el lugar lo sabremos bien elegir a nuestro agrado.
Fabio López
Fotografías :Fernando Gómez
y David Martín Fernández
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Dante Alighieri