Carpe diem: a propósito de Horacio
Vemos escrito el famoso lema en sudaderas, camisetas y calzoncillos, se emplea profusamente como reclamo comercial, es el nombre de buena parte de los bares, peñas, discotecas y tugurios de toda laya esparcidos por el ancho mundo, y se esgrime constantemente en las conversaciones cuando el interlocutor quiere zanjar de un suave plumazo las torvas preocupaciones del amigo: Carpe diem, disfruta del presente. El pueblo llano formula el mismo principio con populares adagios como “más vale pájaro en mano que ciento volando” o “el muerto al hoyo y el vivo al bollo”. Es el leit motiv de la película “El club de los poetas muertos”. Sirve de título a una novela de Saul Below... Podríamos seguir desgranando ejemplos, pero ¿quién era realmente Horacio?
Horacio nació en Venusia, en el año 65 a. C., al sudoeste de Italia. En Atenas convivió con la juventud aristocrática romana, partidaria en su mayoría de la restauración republicana y contraria a las ideas monárquicas de Julio César. Amigo de Virgilio y Vario, Horacio recuerda especialmente el día en que los dos poetas mencionados le presentaron a Mecenas, quien acabó siendo no sólo su protector, sino un verdadero amigo. Dicen que el emperador Augusto se dirigía a Horacio llamándole purissimum penem o homuncionem lepidissimum (pene inmaculado o ingeniosísimo hombrecillo). No se puede negar que los tiempos han cambiado una barbaridad. Hoy sería inconcebible por ejemplo que el presidente Zapatero se dirigiera a cualquiera de sus consejeros áulicos llamándole pusisimum penem. Ni siquiera a Pepiño Blanco.
Suetonio, que escribió una estupenda biografía sobre Horacio, relata que murió en el año 8 a.C. tal y como había deseado, de una forma tan rápida que ni siquiera le dio tiempo de redactar su testamento. Suetonio cuenta que era gordo y bajito y que procuró gozar de la vida y de los placeres sencillos tanto como le fue posible: un buen vino, un paisaje familiar y hermoso y –naturalmente- las mujeres. Añade Suetonio que gustaba de ir con prostitutas y que se rodeaba de espejos mientras se ejercitaba en los más variados lances amorosos, pero hay quien duda de que tal rasgo se corresponda con un carácter austero como el suyo (la verdad es que uno no encuentra la contradicción por ninguna parte).
El glosado Carpe diem se encuentra en la Oda a Leuconoe, personaje inventado, quien pretende prever el futuro a través de la astrología (“ni quieras tantear el estrellado / cielo, y medir el número imposible cual babilonio”). El poeta le aconseja olvidarse de preocupaciones y gozar del presente. Mientras hablan se escapa el tiempo y tal vez no haya otro día:
No busques ¡oh Leuconoe! con cuidado
curioso, que saberlo no es posible,
el fin que a ti y a mí predestinado
tiene el supremo Dios incomprensible,
ni quieras tantear el estrellado
cielo, y medir el número imposible,
cual babilonio; mas el pecho fuerte
opón discretamente a cualquier suerte.
Ora el señor del cielo poderoso
que vivas otros mil inviernos quiera,
ora en este postrero riguroso
se cierre de tu vida la carrera,
y en este mar Tirreno y espumoso
que agora brava tempestad y fiera
quebranta en una y otra roca dura
juntas te dé la muerte y sepultura.
Quita el cuidado que tu vida acorta
con un maduro seso y fuerte pecho,
no quieras acabar en vida corta
de la esperanza larga largo trecho;
el tiempo huye: lo que más te importa
es no poner en duda tu provecho:
coge la flor que hoy nace alegre, ufana;
¿quién sabe si otra nacerá mañana?.
En puridad se trata de un precepto que procede de la filosofía epicúrea (él mismo no tiene ningún empacho en autodenominarse “cerdo de la piara de Epicuro”). Por otro lado, El poema de Gilgamés, los líricos griegos o el Eclesiastés, participaban de la misma idea, que es formulada por Horacio en numerosas obras y de diversas formas:
“Y haz, ¡oh Delio! Tu vida deliciosa,/mientras que lo permiten/ tus muchos bienes y tus
dulces días,/y las Parcas omiten/cortar el hilo de tu vida”.
“Contento el pecho en lo presente, olvide/lo venidero, y con tranquila risa/temple lo amargo”
“En los momentos difíciles, muéstrate animoso y fuerte, mas también aprende a replegar las velas hinchadas por un viento demasiado favorable”.
“Vive bien con poca cosa aquel en cuya sobria mesa brilla el salero de sus padres y el temor o la innoble ambición no interrumpen sus sueños ligeros”.
Jaime Siles sostiene que la influencia de Horacio ha sido tan amplia, tan diversa y tan profunda que afecta prácticamente a toda la poesía occidental, y no solo a ella sino a las artes plásticas y a la formación de la teoría literaria moderna. Sin embargo no me negarán hay algo en su genio que lo hace tan cercano y entrañable como ese amigo que, harto de escuchar tus lamentos, apura su copa justo antes de prescribirte un tratamiento infalible:
- ¡Comamos y bebamos, hermano, que mañana moriremos!
José Félix Sobrino
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