El largo viaje de Branta
A pesar del gran número de viajeros que me acompañan, me siento sola, desplazada. Ninguno de mis compañeros es como yo. Incluso uno de ellos ha llegado a agredirme, lo que me ha provocado una ligera cojera, que se incrementa cuando las heladas son más fuertes.
Me llamo Branta y no sé lo que hago aquí. En realidad este es mi tercer viaje hacia el cálido sur y todo me resulta nuevo y desconocido. Desde que me perdí, no he vuelto a ver a ninguno de los míos. Al menos parece que el viaje ha terminado, el agua está asegurada, hay comida por doquier y mis compañeros de viaje parecen satisfechos.
El invierno ya está cerca, por lo tanto hay que reponer fuerzas y coger calorías para el viaje de regreso, así que me paso casi todo el día pastando con mi bandada adoptiva compuesta por más de 1500 gansos. Supongo que acudiremos a la laguna, al menos una vez al día, para calmar la sed.
Cae la tarde. De pronto la bandada levanta el vuelo, les sigo. Se produce un gran alboroto por los miles de aflautados reclamos emitidos por mis compañeros. En la laguna nos juntamos con miles de patos de muy variadas especies y procedencias, los más numerosos y también ruidosos son los azulones. Pero hay muchas más especies, las pequeñas cercetas se pierden entre la vegetación. Los cucharas son incansables, filtrando el agua con su ancho pico. También hay un grupo de nerviosos silbones que levantan el vuelo ante el menor peligro, aunque este sea inexistente. Me llama la atención un reducido grupo de elegantes y presumidos rabudos que me recuerdan a los cisnes de otras latitudes más norteñas.
Pero no solamente hay patos, en la laguna también coincido con los activos limícolas, unos introduciendo sus largos picos dentro del agua, otros picoteando en los prados circundantes, agachadizas, avocetas, cigüeñuelas, avefrías, chorlitos, chorlitejos, archibebes, agujas, zarapitos… Tantas especies que pierdo la cuenta.
Ya llevo un buen rato bebiendo y nadando por la laguna. Comienzo a oír un estrépito lejano. El clamor crece, se acerca. Con las últimas luces de la tarde, llegan cientos de grullas emitiendo agudos gritos de júbilo. Contentas, acuden también a saciar su sed. Es un momento social, algunos individuos parecen reconocerse, incluso da la impresión de que hablan entre ellos. Veo también grupos familiares formados por dos adultos con sus pollos. Algunos parecen también discutir y hay pequeñas escaramuzas entre dos o tres grullas pero sólo se quedan en lo gestual, sin llegar a “las manos”. Pero lo que me da más envidia, son los emparejamientos que se están produciendo aquí mismo. Veo como un macho y una hembra enfrentados, dan grandes saltos con las alas entreabiertas, lanzando pequeños trozos de vegetación con sus picos por lo alto. Sé que estos emparejamientos que se producen durante la invernada duran toda la vida.
Atardece, el sol se hunde por el oeste proyectando miles de colores matizados y reflejados por los grupos de nubes dispersas por la cúpula celeste. No es la aurora boreal que tantas veces he presenciado en mi lugar de origen en las islas Svalbard, sobre el círculo polar ártico, pero esta puesta de sol no tiene nada que envidiarla.
En realidad yo misma pensaba encontrar este año un macho aparente durante mis vacaciones por el cálido sur. De hecho ya me había fijado en Brotal al pasar por la isla de Selandia en el estrecho de Kattegat. Pero aquella maldita tormenta, me hizo perder a mi grupo de barnaclas cariblancas y desde entonces no he vuelto a ver a ninguna de mi especie. Bueno al menos estoy viva. Esta laguna no es demasiado grande, pero es un auténtico hervidero de vida. Quien sabe, tal vez Brotal, aquel macho de largo y robusto cuello y algo patizambo, aparezca por aquí un día de estos con otro grupo de ánsares.
Me llamo Branta y no sé lo que hago aquí. En realidad este es mi tercer viaje hacia el cálido sur y todo me resulta nuevo y desconocido. Desde que me perdí, no he vuelto a ver a ninguno de los míos. Al menos parece que el viaje ha terminado, el agua está asegurada, hay comida por doquier y mis compañeros de viaje parecen satisfechos.
El invierno ya está cerca, por lo tanto hay que reponer fuerzas y coger calorías para el viaje de regreso, así que me paso casi todo el día pastando con mi bandada adoptiva compuesta por más de 1500 gansos. Supongo que acudiremos a la laguna, al menos una vez al día, para calmar la sed.
Cae la tarde. De pronto la bandada levanta el vuelo, les sigo. Se produce un gran alboroto por los miles de aflautados reclamos emitidos por mis compañeros. En la laguna nos juntamos con miles de patos de muy variadas especies y procedencias, los más numerosos y también ruidosos son los azulones. Pero hay muchas más especies, las pequeñas cercetas se pierden entre la vegetación. Los cucharas son incansables, filtrando el agua con su ancho pico. También hay un grupo de nerviosos silbones que levantan el vuelo ante el menor peligro, aunque este sea inexistente. Me llama la atención un reducido grupo de elegantes y presumidos rabudos que me recuerdan a los cisnes de otras latitudes más norteñas.
Pero no solamente hay patos, en la laguna también coincido con los activos limícolas, unos introduciendo sus largos picos dentro del agua, otros picoteando en los prados circundantes, agachadizas, avocetas, cigüeñuelas, avefrías, chorlitos, chorlitejos, archibebes, agujas, zarapitos… Tantas especies que pierdo la cuenta.
Ya llevo un buen rato bebiendo y nadando por la laguna. Comienzo a oír un estrépito lejano. El clamor crece, se acerca. Con las últimas luces de la tarde, llegan cientos de grullas emitiendo agudos gritos de júbilo. Contentas, acuden también a saciar su sed. Es un momento social, algunos individuos parecen reconocerse, incluso da la impresión de que hablan entre ellos. Veo también grupos familiares formados por dos adultos con sus pollos. Algunos parecen también discutir y hay pequeñas escaramuzas entre dos o tres grullas pero sólo se quedan en lo gestual, sin llegar a “las manos”. Pero lo que me da más envidia, son los emparejamientos que se están produciendo aquí mismo. Veo como un macho y una hembra enfrentados, dan grandes saltos con las alas entreabiertas, lanzando pequeños trozos de vegetación con sus picos por lo alto. Sé que estos emparejamientos que se producen durante la invernada duran toda la vida.
Atardece, el sol se hunde por el oeste proyectando miles de colores matizados y reflejados por los grupos de nubes dispersas por la cúpula celeste. No es la aurora boreal que tantas veces he presenciado en mi lugar de origen en las islas Svalbard, sobre el círculo polar ártico, pero esta puesta de sol no tiene nada que envidiarla.
En realidad yo misma pensaba encontrar este año un macho aparente durante mis vacaciones por el cálido sur. De hecho ya me había fijado en Brotal al pasar por la isla de Selandia en el estrecho de Kattegat. Pero aquella maldita tormenta, me hizo perder a mi grupo de barnaclas cariblancas y desde entonces no he vuelto a ver a ninguna de mi especie. Bueno al menos estoy viva. Esta laguna no es demasiado grande, pero es un auténtico hervidero de vida. Quien sabe, tal vez Brotal, aquel macho de largo y robusto cuello y algo patizambo, aparezca por aquí un día de estos con otro grupo de ánsares.
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Suena el despertador, las siete y media. Luis lo apaga para no molestar a Ana. Se viste sobre el pijama y se asoma por las rendijas de la ventana a la plaza, hay densa niebla. “Bueno empezaremos por El Oso que allí levanta antes” piensa mientras se prepara el desayuno. Al salir a la calle, ni siquiera se divisa la torre de Santo Domingo y el arco del Alcocer parece la boca de una cueva. Pasa a buscar a su hermano Caco al Paseo de la Alameda y continúan por la carretera de Tiñosillos. Atraviesan los pinares con su coche. La niebla se ha convertido en escarcha y esta cencellada ha cubierto de hielo todos los pinos.
Al llegar a El Oso comienza a salir el sol disipando la niebla. El campo parece nevado y la laguna está helada parcialmente. El termómetro marca tres grados bajo cero. Detiene el vehículo en la chopera, se calzan guantes, pasamontañas, prismáticos y montan el telescopio sobre el trípode. Comienzan a censar las aves acuáticas.
Cuentan primero las grullas que se comienzan a marchar para alimentarse en los campos de cereal, 652. Luego hacen lo propio con los ánsares. “Vaya pedazo bandada”. Cuando llevan contados 1326 gansos, uno llama su atención.
“¡Coño! una barnacla cariblanca ¿Qué hará aquí sola?” Anotan este dato en su libreta de campo, se entretienen un rato contemplando esta rareza y siguen censando. Después de contar 2202 ánsares comunes en tres grupos, siguen con los patos que nadan o andan por la laguna: 1820 azulones, 350 cucharas, 112 cercetas comunes, 65 silbones, 13 rabudos, tres frisos y además 83 fochas comunes y 52 cigüeñas. Luego hacen lo propio con las aves limícolas que logran ver desde su observatorio. De vez en cuando tienen que dar botes para no quedarse helados. Por fin acaban el recuento, 5973 aves de 19 especies. Luis apunta junto a estos datos: “Esto merece ser declarado ZEPA”.
Antes de irse hacia la laguna Redonda para continuar el censo, deciden buscar nuevamente a la barnacla cariblanca. Enfocan el telescopio hacia el bando más numeroso de gansos y al cabo de tres o cuatro minutos la encuentran de nuevo, descansa apaciblemente echada sobre su vientre y aseándose con su pico las plumas del dorso.
Cuando están a punto de marcharse, se oye a otro grupo de ruidosos gansos. Son unos 300 individuos que se acercan volando desde el norte y se posan muy cerca. “Los gansos parecen torpes pero son auténticos todo terreno, se desenvuelven perfectamente en aire, tierra y agua” comenta Caco. De pronto la barnacla se levanta y empieza a caminar hacia la nueva bandada. Camina deprisa, sin detenerse, parece que cojea. En el campo visual de su telescopio, empieza a aparecer esta nueva bandada y Luis contempla que uno de los gansos se acerca a la barnacla. Lo enfoca, es otra barnacla cariblanca. “Bueno ya no estás sola pequeña”. En menos de treinta segundos se han juntado ambas. Uno de los individuos, parece mayor, de largo y robusto cuello y algo patizambo, quizás sea un macho. Tras un breve reconocimiento en el que ambas estiran el cuello, caminan juntas y comienzan a pastar brotes y granos del centeno.
Al llegar a El Oso comienza a salir el sol disipando la niebla. El campo parece nevado y la laguna está helada parcialmente. El termómetro marca tres grados bajo cero. Detiene el vehículo en la chopera, se calzan guantes, pasamontañas, prismáticos y montan el telescopio sobre el trípode. Comienzan a censar las aves acuáticas.
Cuentan primero las grullas que se comienzan a marchar para alimentarse en los campos de cereal, 652. Luego hacen lo propio con los ánsares. “Vaya pedazo bandada”. Cuando llevan contados 1326 gansos, uno llama su atención.
“¡Coño! una barnacla cariblanca ¿Qué hará aquí sola?” Anotan este dato en su libreta de campo, se entretienen un rato contemplando esta rareza y siguen censando. Después de contar 2202 ánsares comunes en tres grupos, siguen con los patos que nadan o andan por la laguna: 1820 azulones, 350 cucharas, 112 cercetas comunes, 65 silbones, 13 rabudos, tres frisos y además 83 fochas comunes y 52 cigüeñas. Luego hacen lo propio con las aves limícolas que logran ver desde su observatorio. De vez en cuando tienen que dar botes para no quedarse helados. Por fin acaban el recuento, 5973 aves de 19 especies. Luis apunta junto a estos datos: “Esto merece ser declarado ZEPA”.
Antes de irse hacia la laguna Redonda para continuar el censo, deciden buscar nuevamente a la barnacla cariblanca. Enfocan el telescopio hacia el bando más numeroso de gansos y al cabo de tres o cuatro minutos la encuentran de nuevo, descansa apaciblemente echada sobre su vientre y aseándose con su pico las plumas del dorso.
Cuando están a punto de marcharse, se oye a otro grupo de ruidosos gansos. Son unos 300 individuos que se acercan volando desde el norte y se posan muy cerca. “Los gansos parecen torpes pero son auténticos todo terreno, se desenvuelven perfectamente en aire, tierra y agua” comenta Caco. De pronto la barnacla se levanta y empieza a caminar hacia la nueva bandada. Camina deprisa, sin detenerse, parece que cojea. En el campo visual de su telescopio, empieza a aparecer esta nueva bandada y Luis contempla que uno de los gansos se acerca a la barnacla. Lo enfoca, es otra barnacla cariblanca. “Bueno ya no estás sola pequeña”. En menos de treinta segundos se han juntado ambas. Uno de los individuos, parece mayor, de largo y robusto cuello y algo patizambo, quizás sea un macho. Tras un breve reconocimiento en el que ambas estiran el cuello, caminan juntas y comienzan a pastar brotes y granos del centeno.
En Arévalo a 21 de octubre de 2009.
Luis José MARTÍN GARCÍA-SANCHO
Luis José MARTÍN GARCÍA-SANCHO
Comentarios
Qué gran frase!! Gracias a relatos como estos uno se da cuenta de que la esperanza nunca hay que perderla. Y hay que luchar por todo aquello que queramos.