Crónica de una presentación
La verdad es que no sé si soy la más apropiada para escribir una crónica sobre la presentación de el Silencio de Casandra porque, sinceramente, la noche del viernes yo iba flotando. De todas formas, intentaré agitar la caja de los recuerdos a ver qué pasa: no hay nada como ponerse a escribir para que salga algo.
La noche anterior, mi hija mayor y yo acudimos al bar Angie para ultimar todos los detalles. Llevamos dos cajas de libros para dejarlas allí y estuvimos probando el vídeo y distribuyendo los espacios y la iluminación. Tengo que agradecerle a Julio, el marido de mi prima Alicia y dueño del bar, todos sus desvelos para que el acto saliera perfecto. También a mi prima, el precioso póster que preparó y que lucía en la puerta de entrada del local para dar la bienvenida a los asistentes.
Al día siguiente, llegué un poco antes de la hora P (de “presentación”). Entre Julio, mi hija y yo colocamos estratégicamente los libros y las bandejas de canapés.
El primero en aparecer fue el copresentador: Chema, mi profesor de escritura. Fue estupendo tenerlo cerca desde tan pronto porque su tranquilidad me resultó muy contagiosa. Mientras llegaban los asistentes, probamos la megafonía, las luces, los taburetes y puesto que estábamos en un bar, también una copa.
Mi marido fue el siguiente en aparecer. Lo normal habría sido que me hubiera puesto nerviosa: “¿le gustará el local? ¿Qué le parecerá Chema?...” Pero no, ese día había decidido presentarme al mundo en pelotas: éste es el resultado de mi esfuerzo, así soy yo y me gusto, ¡qué coño!
A partir de ese momento, no dejaron de llegar personas, todas conocidas y queridas: compañeros de trabajo,
amigos de mis años universitarios, amigas del colegio, mi amiga Elena -que lo es desde los 7 años y que vino desde Logroño-, amigos de mis anteriores trabajos -algunos, como Emilio, al que hacía muchos años que no veía aunque sigue teniendo un hueco en mi corazón-, blogueros amigos como Miguel y Teresa, que me encantan; compañeros del taller de escritura, primas, hermano, cuñados, mi hijo mayor y su novia, primos de mi marido…
Cómo habréis observado, aunque no se haya hecho eco ni en la prensa nacional ni en la internacional, con semejante elenco mi presentación eclipsó las recepciones que le organizaron al Príncipe de Gales y señora en su reciente visita a España.
Iba recibiendo a la gente casi en la puerta muy tranquila y concentrada, pero de repente mi estado zen se vio súbitamente interrumpido. Se me puso el corazón a cien por hora, cuando aparecieron por la puerta Antonio y Mª José, unos amigos de la infancia que viven en Murcia y con los que no contaba esa noche. Suelo mantener el tipo en público, pero esta vez la emoción me traicionó y no pude evitar que se me saltaran las lágrimas. Toda mi familia estaba compinchada y no me dijeron nada para que fuera una sorpresa (y supongo que para que me diera un infarto y pudieran heredar mis bolsos y zapatos).
Los asistentes iban distribuyéndose por la barra y la mayoría por la acera de la calle. Es lo que tiene la ley antitabaco: yo, que me había pasado dos días colocando taburetes, probando iluminaciones, repartiendo canapés, preparando vídeos, distribuyendo libros en un local como Dios manda, y la peña que se lo monta en la calle.
Como una maestra de colegio que sale al patio del recreo para llamar a sus alumnos a clase me sentí yo cuando salí a la calle para avisar que comenzaba la presentación. Me faltó dar palmas y regañar a los más rezagados.
La verdad es que todo lo había dejado a la improvisación porque me suelo poner muy nerviosa cuando llevo el discurso preparado: ni yo sabía lo que iba a contar Chema, ni ninguno de los dos sabíamos qué iba a contar yo.
Cuando todo el mundo entró en el bar y Julio bajó la música del video de presentación, me llegó la hora de la verdad. Me temblaban las piernas, y para que mi momento de gloria pasase lo más rápidamente posible, tomé el micrófono en primer lugar y me lancé a hablar.
Fijé la mirada en la masa compacta que se apiñaba frente a mí y abrí la boca esperando que las cuerdas vocales hicieran el resto. Menos mal que acerté con el momento del día y dije “buenas noches”, porque es muy típico en mí nombrar la franja horaria en la que nos encontramos al tun-tun y meter la pata. Haber atinado por una vez en la vida me tranquilizó, así que no sé muy bien cómo, empezaron a salir más palabras por mi boc Pese a que no suele pasarme, en aquel momento mi voz me sonaba bastante agradable por la megafonía -Julio debe tener alguna aplicación informática en el equipo de sonido tipo Photo-shop pero para retocar voces de pito-. Lo cierto es que, con o sin retoque, el sonido de mi propia voz fue reconfortante, porque lo normal es que mi falsete agudo me hubiera horrorizado. Pero ya os digo, como estaba en pelotas, todo me parecía bien.
Expliqué que la publicación era humilde, primeriza, personal y urbana, y di las gracias a los asistentes por contribuir a mantener una afición con la que disfrutaba sobremanera. Como mi marido no quería que dijera cosas que no sentía, fui absolutamente sincera y le agradecí su impulso en esta aventura. Y después de unas cuantas frases más que no recuerdo, pasé el micrófono a Chema.
Él demostró sus tablas y su buena entonación. Habló sobre su trayectoria docente, sobre los talleres de escritura, sobre los defectos que solemos tener todos los alumnos que asistimos a clases de escritura porque nos dejamos inspirar por Becquer y tenemos tendencia a redactar como si escribiéramos nuestro diario íntimo. Habló también sobre el trato personal que se logra en el ambiente de un taller de escritura en comparación con los ambientes académicos al uso que él había conocido en otro tiempo. Finalmente, dio paso al tema que nos había reunido aquel día a todos los presentes y leyó varios párrafos del libro, que él mismo había escogido. Analizó algunos de los aciertos que él percibía así como el tono general de la obra. Comentó con gracia el perfil de los habitantes del norte de Madrid a propósito del relato titulado El rebaño. Acabó con una lectura sucinta de Lenguajes divergentes, uno de sus relatos favoritos porque confronta el mundo adulto con el infantil, y por último, abrió un turno de preguntas. Puesto que el público fue muy comedido, dimos por concluida la intervención con un afectuoso abrazo y muchos aplausos.
A partir de ese momento, sonó la música, el aire se llenó de risas y conversaciones, de felicitaciones. Estuve con todo el mundo y con nadie (ese es siempre el mal rollo que me dan todas las celebraciones en las que tengo que hacer de anfitriona). Firmé algunos libros. He de reconocer que llegó un momento en el que las ideas amenazaron con agotarse, que ya no me salía ni mi propia firma y que equivoqué alguna fecha que otra.
Poco a poco se fue despidiendo la gente. Nos quedamos con parte de la familia, que ese día aprovecharon que tenían canguro, y cuando el hambre nos mataba y a mí no me cabía más cerveza en el estómago, a la 1 salimos a comer unos montaditos en uno de esos típicos mesones de Malasaña que siempre me han encantado.
Los seis que resistimos hasta el final, terminamos tomando la última copa en el Angie y no cerramos el bar, pero casi.
Fue una jornada muy intensa, repleta de emociones. El ambiente era magnífico, muy animado y familiar. Yo me sentía arropada, rodeada de gente muy querida y eso fue lo más importante y lo que yo destacaría de la presentación sobre todas las cosas. Para muchos fue un esfuerzo importante venir desde tan lejos y no puedo por menos que estarles muy agradecida.
(Este es el link del vídeo de la presentación que se proyectó durante la misma: http://www.youtube.com/watch?v=7fXtfRsEfR8)
(Este es el link del album de fotos completo de la presentación:
Arancha
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Una pena que no pudierais estar...