El Castillo de Arévalo

El Castillo de Arévalo se encuentra emplazado en el extremo norte del núcleo urbano en una elevación entre las confluencias de los ríos Adaja y Arevalillo, que le proporcionan una especie de foso defensivo natural.
No tenemos constancia de la presencia de poblamiento antiguo alguno en el solar de la fortaleza, a pesar de encontrarse ubicada estratégicamente en una inmejorable zona.
Algunos autores sostienen que en época visigoda existió una mota defensiva en este lugar y un pequeño poblado en torno a la iglesia de San Pedro. "La Mota defensiva permaneció protegiendo aquella inicial repoblación. Y su antigua y rural iglesia de San Pedro se remozaría, adosándole una torre que, a la vez de protección serviría de atalaya"

Se tienen noticias de la existencia de un castillo en Arévalo desde el siglo XIV: en 1311 fue entregado a la reina Doña María de Molina y pertenecerá, salvo un corto periodo de tiempo, a las reinas de Castilla. En esta fortaleza recluirá Pedro I el Cruel a su esposa legítima, Blanca de Navarra.
En 1469 consta que era propiedad de Isabel de Portugal, esposa de Juan II. Poco después el castillo pasa a manos del entonces Duque de Plasencia, Álvaro de Zúñiga, al que el rey Enrique IV entrega Arévalo como garantía por la promesa de la donación de Trujillo a dicho noble. Cuando el monarca no puede cumplir este compromiso concede a Álvaro de Zúñiga el ducado de Arévalo y la villa.
El apoyo del duque de Arévalo a Juana la Beltraneja durante la guerra de Sucesión, trae como consecuencia que Isabel de Castilla, terminado el conflicto, ordenase la confiscación de los bienes de este, entre los que se encontraba Arévalo. En 1476 se reincorpora la villa a realengo, pero no será hasta 1480 cuando la entrega del castillo sea efectiva. En el testamento de Álvaro de Zúñiga, fechado en julio de 1480, consta que el castillo había sido construido por este y por su esposa.

Debió levantarse sin duda sobre una fortificación anterior de la que se tienen noticias por las referencias documentales de la época y por algunos restos o elementos preexistentes que aún quedan en el edificio. La parte más antigua correspondería al núcleo central de la torre del homenaje, levantado en ladrillo donde puede observarse una puerta mudéjar preexistente, que indica la existencia de una construcción anterior.
Entre 1469 y 1475, pueden fecharse una primera fase constructiva en el castillo, obras promovidas por el duque de Arévalo, y que pueden localizarse en lo que hoy es la torre del homenaje, levantada en sillería y también en una serie de fortificaciones situadas al sur del castillo.

Será, sin embargo, Fernando el Católico, quien promoverá en 1504, tras la muerte de Isabel, una serie de obras que terminarán otorgándole su configuración final. Las obras realizadas entre 1504 y 1517, costaron dos millones dos mil ciento veintiséis maravedíes y se llevaron a cabo en ocho campañas.

De la primera campaña sólo puede identificarse la reforma de la puerta del Adaja. En la campaña de 1506, debieron realizarse, consolidarse y reformarse varias partes del castillo, entre las que habría que destacar: La garita de la torre de la Duquesa, cimbras y bóveda de ladrillo de la puerta principal, torre del espolón, puente levadizo, terminación de un cubo y de otros dos en la torre de Adaja en la que se hace una chimenea, obras en la torre del Arevalillo, realización de chimeneas en otras torres y la reparación de ciertas torres y bóvedas.
Aunque se planteo una tercera campaña para el año 1507, esta no se llevo a efecto y las obras sufrieron una paralización de cerca de seis años. En 1512 se retoman de nuevo los trabajos.
Prosiguieron estos en las campañas de 1513 y 1514.
A la campaña de 1515 debe corresponder el baluarte de la fortaleza y otras reformas, siendo la más destacada la que se lleva a cabo en la torre del homenaje, que será profundamente transformada.
En estas obras la torre del homenaje fue desmochada y se le dio la forma de D que tiene actualmente.

El Castillo que vemos hoy es producto de una serie de restauraciones iniciadas hacia 1952 por el Ministerio de Agricultura. Con ellas que desaparecieron algunos elementos y se añadieron otros, como el almenado o los escudos de los Reyes Católicos y de la villa de Arévalo.

En el grabado romántico de Parcerisa, de 1865, aun pueden verse restos de otras fortificaciones que formaban parte del conjunto y cuyos restos han sido, en parte, sacados a la luz en esta última restauración.
Por su parte, las fotografías de principios del siglo XX ofrecen la imagen de una fortaleza arruinada, sobre la que destaca la enorme torre del homenaje situada en uno de sus ángulos.
A las imágenes pueden añadirse varios textos que confirman la ruina de la fortaleza. Muy esclarecedor es el de José María Quadrado publicado en 1884: «Del Castillo, que custodió tantos ilustres prisioneros, queda solo el esqueleto, es decir las paredes exteriores, convertido su recinto en campo santo. A un lado y otro de su entrada avanzan en forma semi-eliptica dos torres de piedra medio derribar, mucho mayor en tamaño la de la derecha: la de la izquierda socavada por el pie da refugio por temporadas a vagabundos mendigos. De los dos ángulos opuestos del cuadrilongo se desprenden dos torreones circulares, fabricados en ladrillo como cortinas laterales en cuyo centro sobresale una garita, formándoles gentil cornisa los matacanes enlazados por arquitos. El muro de la espalda no está trazado en línea recta sino en punta cuya esquina defendía otro cubo hoy desmoronado: el conjunto merece ya calificarse de ruina más que de edificio.»

Gómez-Moreno en su Catalogo Monumental de la provincia de Ávila, de 1903, califica a nuestro castillo como ejemplo de arquitectura mudéjar: "La primitiva forma el núcleo de su torre principal, y es de obra mudéjar, con puerta en alto, de doble arquivolta semicircular y recuadro, y ventana larga y estrecha arriba. El resto datará quizá de los Reyes Católicos y guarda mucha analogía con la Mota de Medina del Campo. Su material es piedra de sillería, mal labrada, en el tercio inferior, y el resto, de ladrillo, excepto la dicha torre, que se amplió toda con sillares, dándole forma semicilíndrica por un lado y con esquinas redondeadas por otro. La planta general es un pentágono, con torres redondeadas -excepto la susodicha- en los ángulos y garitas en medio de las cortinas; la cornisa es de modillones, cobijados por arquitos agudos, y a diversas alturas se abren anchas troneras de arco escarzano para la artillería. A la parte de la villa le precedía un baluarte en escarpa con dos pisos de bóvedas arpilleras para arcabucería y cañones."

Y, por último, destacar una bellísima descripción que hizo de nuestro Castillo Miguel de Unamuno en el año 1912:

«Y en la punta misma de esa lengua, en la altura que domina el emboque de ambos ríos y los dos puentes, álzanse las ruinas del viejo castillo.
Un macizo torreón de piedra que habla de viejos enconos y de los días de la trabajosa fragua de la nacionalidad. Y dentro de las ruinas del castillo, en el recinto de sus desgastados muros las ruinas de un cementerio en que ya no se entierra.
Parecía aquel cementerio abandonado en las ruinas de un castillo una colmena sin abejas. Los nichos abiertos nos miraban.»
Lección de historia
Radio Adaja - 2 de marzo de 2011
Fotografías: David Pascual, Chuchi Prieto y de archivos

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