Calles de Carnaval

Llegan las fechas del carnaval. El periodo de permisividad y descontrol. Son las fiestas paganas, las verdaderamente populares, las que no pudieron evitar ni religiones ni monarquías. Son las fiestas de la libertad, las del pueblo, ¡las fiestas por antonomasia!
Desde los sumerios hasta nuestros días, pasando por Egipto y su dios “Apis”, de las disolutas saturnalias Romanas, hasta las libertinas carrozas canarihnas de Río de Janeiro, en todos los continentes, en toda época, es momento de postulaciones imposibles, de horrendos disfraces, de monigotes y monstruos indescriptibles, de pelucas coloridas, de improvisadas canciones, de bailes y caóticos cortejos, de teatros en la calle, de comedias y de risas ¡porque sí!
Caos, vorágine cultural, fusión de gentes, diversión….eso es el carnaval.
En la mayoría de lugares se celebra durante los tres días anteriores al miércoles de ceniza, comienzo de la cuaresma en el calendario cristiano, y se les conoce por “Las carnestolendas”. Es la lucha de Don Carnal y Doña Cuaresma, de la carne y el alma, del pecado frente a la penitencia, de la libertad frente a la prohibición.
Los paganos, a la posada, y los devotos, a la iglesia, en la misma calle, frente por frente, unos de luto y los otros de celebración. En esto consiste la fiesta, en el contraste diferente de vivir lo frecuente, lo habitual y lo común.
Entramos en periodo de sainete, del pueblo contra el poder.
Quizá, por arraigarse principalmente en la Edad Media, el carnaval nunca gustó a Reyes; tanto es así que en 1523 Carlos I dictó una ley prohibiendo mascaradas, y no fue hasta Felipe IV, ese ambiguo moralista, que se restauró la jarana popular.
Se celebran en Venecia, en Río de Janeiro y en Canarias (más famosos que el turrón), pero hay otros inolvidables, hablo de Cádiz, donde tres días son tres semanas; la primera de bienvenida, la segunda, la oficial, y la tercera para los que nunca ven el final, el carnaval de “los jartibles”, que, como su propio nombre indica: nunca se “jartan de ná”. Recomendable.
Así, prepararse para murgas, comparsas, chirigotas, agrupaciones, carrozas y desfiles. Días de alborotos y licencias populares. Es una época creativa, un momento interesante para criticar sutilmente lo establecido que condiciona nuestras vidas. De mofa hacia gobernantes, alguaciles, presidentes, alcaldes y uniformes en general. De cantes y estrofas, de vino y pan, ¡hasta enterrar la sardina!
Tiempo de pantomima, de antifaces, risas, imitaciones, parodias y bufonadas, aunque conviene no llegar hasta el exceso para no atravesar en desmesura la línea de los demás.
El viejo profesor, otrora Alcalde de Madrid, Don Enrique Tierno Galván, veinticinco años sepultado y aún vigente, reseñaba con su prosa ingeniosa, previendo los desmanes y excesos del libertinaje en uno de sus afamados “bandos de la Villa y Corte”:
-“Pero advierte también, con amargura, el Alcalde de esta antigua y noble Villa, que con harta frecuencia acaece que en los festejos públicos que con ocasión del Carnaval se ofrecen, no faltan quienes, con más osadía que vergüenza, se dan a roces, tientos, tocamientos y sobos a los que suelen ayudar con visajes, muecas, meneos y aspavientos que van más allá de lo que es lícito y tolerable”.
De cuya enseñanza, aprendemos a divertirnos con respeto.
Son las fiestas del invierno, de cierta permisividad y descontrol. Fruición de libertad. De decorarse con alas y echar a volar. Hay que ponerse peluca, máscara y cantar. Hay que salir, recorrer la ciudad, unirse a la buena gente y disfrutar, y criticar, y olvidarse de lo malo (que ya volverá).
Reírse de nuestros Regidores, pero con sentido vecinal:
El buen Alcalde también escribía:
- “No es raro, que en estas fiestas de Carnaval, no ya el pueblo Llano, por lo común sufrido, sino currutacos, boquirrubios, lindos y pisaverdes, unidos a destrozonas, jayanes, bravos de germanía, propicios a la pelea y al destrozo, rompan sin razón bastante, que a juicio de esta Alcaldía lo justifique, enseres de uso público que el Concejo cuida, como respaldares de bancos, papeleras, esportillas y cubos de la basura, cuya finalidad propia no es, mírese como se mire, la de terminar quebrados o destrozados”.
Así pues, hay que salir a la calle, ponerse careta de presidente, o peluca de artista o de friki de televisión, y hacer lo que nunca se haría con nuestra jeta real. En Ávila, Murcia, Cádiz o Madrid, transformar la monotonía, saltar, pintar la vida, cargarse de esperanza y gritar, chillar…. eso sí, sin pasarse de decibelios, que no hay permiso. ¿Permiso, en Carnavales? ¡Andeandará !.

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