Molinos e ilusiones
Estando la otra tarde un amigo mío en el camino que va de Arévalo a Aldeaseca, junto al cerro del Lavajuelo, vio acercarse a él una pareja que venía montada sobre sendas caballerías. El más alto iba sobre un caballo al parecer bastante desmejorado. El otro, más bajo y fuerte iba sobre un burro con bastante buena pinta. En un principio, según me comentaba después, le resultaron familiares sus figuras. He de decir que mi amigo efectivamente ha leído el Quijote y me anima a hacerlo siempre que tiene ocasión. Yo le prometo una y otra vez que esta vez es la definitiva y que comenzaré su lectura de inmediato. Le recordaron a los personajes de Cervantes. Pero como quiera que no tiene los sesos líquidos de tanto leer descartó tal posibilidad. Es consciente que estamos en el siglo XXI.
Cuando se acercaron a él y después de intercambiar los saludos que la buena educación obliga, le fueron preguntando por los diversos cultivos que en las inmediaciones se contemplaban. Mi amigo, hombre de campo de toda la vida, fue contestando como buenamente pudo a todas sus dudas.
Le costó un poco más que comprendieran que la mayoría de los cultivos estaban subvencionados. Trató de hacer comprensible a esos aparentemente neófitos, que los labradores recibían una compensación económica del Estado por cultivar los productos que les recomendaban. Incluso recibían una compensación por no cultivar. Esto último causó cierta extrañeza en ellos, y el más delgado que parecía llevar la voz cantante, le preguntó que cómo era posible que tierras tan fértiles pudieran quedar abandonadas para el cultivo con el hambre que por el mundo había. Mi amigo no alcanzó a dar mayores explicaciones que las que él mismo recibe de los que entienden. Aludió a la globalización, la economía de mercado, los problemas estructurales de la economía mundial y un largo etcétera de explicaciones. En definitiva eran los tiempos que le había tocado vivir y eso hacía, vivir los tiempos como podía.
La conversación les llevó a hablar de los animales. Cuando les dijo que también estaban subvencionados y que cuando su producción deja de estar subvencionada dejan de criarse y por lo tanto desaparecen. Ya casi no quedan ovejas. El cordero asado, típico producto castellano, se hace con corderos de Francia o de Marruecos, curiosa paradoja, casi nada se puede producir entre los Pirineos y el estrecho de Gibraltar. Cada vez quedan menos granjas. A los cerdos se les leen sus derechos, aunque no puedan comprenderlos. Van a quedar como mascotas. Pollos y gallinas necesitarán tanto espacio para criarse que su precio no podrá ser pagado por las clases menos pudientes. Las vacas terminarán por desaparecer. Traeremos voluntariamente la leche de Francia como ahora nos la traen por la fuerza.
Llegados a este punto, el más bajo de los dos le preguntó de forma directa, Y ¿de qué van a vivir vuesas mercedes? Nos tendremos que dedicar a producir energía. Del sol y del viento habremos de vivir pues nada más nos quedará. Les habló de los huertos solares que iban poblando la llanura. Él mismo acababa de cerrar un acuerdo con una empresa. Les había alquilado sus tierras para instalar uno de ellos. La pareja entonces continuó su camino no sin antes despedirse como la buena educación demanda y desearle a mi amigo un futuro provechoso.
Conforme se alejaban, el que montaba en el burro le preguntó al otro: ¿Qué es aquello que brilla en la llanura, mi señor? Eso que ves brillar amigo Sancho son molinos.
Cuando todo esto me contaba mi amigo, recordé que durante un tiempo fue vendedor de biblias, y pensé que intentaba colarme algo, pero me juró que lo relatado era cierto y que no pretendía venderme nada esta vez. Sin poder darle una explicación lógica a lo que le había sucedido me despedí educadamente de él y corrí sin parar hasta mi casa. Esta vez iba a empezar a leer el Quijote y no pararía hasta terminar.
Cuando se acercaron a él y después de intercambiar los saludos que la buena educación obliga, le fueron preguntando por los diversos cultivos que en las inmediaciones se contemplaban. Mi amigo, hombre de campo de toda la vida, fue contestando como buenamente pudo a todas sus dudas.
Le costó un poco más que comprendieran que la mayoría de los cultivos estaban subvencionados. Trató de hacer comprensible a esos aparentemente neófitos, que los labradores recibían una compensación económica del Estado por cultivar los productos que les recomendaban. Incluso recibían una compensación por no cultivar. Esto último causó cierta extrañeza en ellos, y el más delgado que parecía llevar la voz cantante, le preguntó que cómo era posible que tierras tan fértiles pudieran quedar abandonadas para el cultivo con el hambre que por el mundo había. Mi amigo no alcanzó a dar mayores explicaciones que las que él mismo recibe de los que entienden. Aludió a la globalización, la economía de mercado, los problemas estructurales de la economía mundial y un largo etcétera de explicaciones. En definitiva eran los tiempos que le había tocado vivir y eso hacía, vivir los tiempos como podía.
La conversación les llevó a hablar de los animales. Cuando les dijo que también estaban subvencionados y que cuando su producción deja de estar subvencionada dejan de criarse y por lo tanto desaparecen. Ya casi no quedan ovejas. El cordero asado, típico producto castellano, se hace con corderos de Francia o de Marruecos, curiosa paradoja, casi nada se puede producir entre los Pirineos y el estrecho de Gibraltar. Cada vez quedan menos granjas. A los cerdos se les leen sus derechos, aunque no puedan comprenderlos. Van a quedar como mascotas. Pollos y gallinas necesitarán tanto espacio para criarse que su precio no podrá ser pagado por las clases menos pudientes. Las vacas terminarán por desaparecer. Traeremos voluntariamente la leche de Francia como ahora nos la traen por la fuerza.
Llegados a este punto, el más bajo de los dos le preguntó de forma directa, Y ¿de qué van a vivir vuesas mercedes? Nos tendremos que dedicar a producir energía. Del sol y del viento habremos de vivir pues nada más nos quedará. Les habló de los huertos solares que iban poblando la llanura. Él mismo acababa de cerrar un acuerdo con una empresa. Les había alquilado sus tierras para instalar uno de ellos. La pareja entonces continuó su camino no sin antes despedirse como la buena educación demanda y desearle a mi amigo un futuro provechoso.
Conforme se alejaban, el que montaba en el burro le preguntó al otro: ¿Qué es aquello que brilla en la llanura, mi señor? Eso que ves brillar amigo Sancho son molinos.
Cuando todo esto me contaba mi amigo, recordé que durante un tiempo fue vendedor de biblias, y pensé que intentaba colarme algo, pero me juró que lo relatado era cierto y que no pretendía venderme nada esta vez. Sin poder darle una explicación lógica a lo que le había sucedido me despedí educadamente de él y corrí sin parar hasta mi casa. Esta vez iba a empezar a leer el Quijote y no pararía hasta terminar.
FABIO LÓPEZ
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