Pronombre personal

En la «Lógica de Port-Royal» se razona la necesidad de los pronombres diciendo que, «como los hombres han reconocido que era con frecuencia inútil y de mal gusto nombrarse a sí mismo, introdujeron el pronombre de primera persona para ponerle en el lugar de quien habla: ego, moi, je». Y ya, monsieur Pascal había hablado de que la mención del «yo» estaba prohibida por la civilidad y por la cristiandad, al mismo tiempo. Advertencia muy sana para todo el mundo, pero seguramente mucho más para gentes políticas y de letras.
Los muchachos que se educaban en las escuelas de Port-Royal —sin duda la más alta educación que se daba en la Europa de su tiempo, y que suscitaba no pocas envidias, que luego estarían entre razones principales de las desgracias del monasterio— eran poco o nada alabados, dice también Pascal; y eso creaba en ellos una especie de indiferencia respecto a su «yo». ¿Para bien? ¿Para mal? Según las reglas y el curso de las cosas de este mundo, para muy mal. Pero, para la civilidad, resultó algo excelente; y esto mismo ocurriría hoy seguramente, cuando con las posibilidades de amplificación del «yo» que hoy hay, algunos de esos «yos» llenan los cielos y la tierra, y los simples mortales no pueden salir a la calle sin paraguas.

José Jiménez Lozano

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