Pensamientos

¿QUIÉN SOY?
¿Quién puede responder a esta cuestión? ¿Quién sabe realmente, quien es uno mismo?
Un filosofo dijo “yo soy yo y mis circunstancias”. No seré yo quien le quite la razón, sus motivos tendría para manifestarse de aquella manera y bien es cierto que son las circunstancias y la realidad cotidiana del día a día, la convivencia con la gente que nos rodea, la que puede llegar a condicionar parte de nuestros actos, pensamientos y revoluciones internas. Hay quien dice, dale a un hombre un gran poder y veras quien realmente es.
Por eso a veces yo busco en mi “escondite”, no es nada fácil llegar a él, donde sólo se escucha el silencio que me permite la soledad inquebrantable de ese momento, no hay escusas, ni obligaciones, ni palabras, ni pensamientos, no hay nada, allí no ha ido nadie, sólo yo y la nada ¡Cómo me gusta y que pocas veces tengo el privilegio de poder hacerlo! (Lo prometo, buscaré el tiempo para perderme más a menudo). Allí es donde puedes encontrarte a ti mismo, oírte, escucharte, manifestarte libremente. Hay quien lo llama conciencia, hay quien dice que es un acto de meditación, llámenlo como quieran, pero les recomiendo que un día traten de buscar su “escondite”, y disfrútenlo.
Yo desde mi “escondite” he descubierto esto a cerca de mí:
Me gustaría que la magia de la infancia no desapareciera nunca, ya que esa es la mejor etapa de la vida, cuando un simple palo se convertía en tizona fiel o en bucéfalo incansable quien sabe, según el momento.
Cuando estábamos llenos de rozaduras en las rodillas, cuando una descalabradura no era nada más que eso y no se le daba la mayor importancia, la emoción de cuando ganabas un güito o una canica o cuando perdías una chapa con la foto del ciclista del momento, cuando llevabas un bote a patadas desde tu casa a la puerta del colegio, de los partidos de futbol en cualquier parte y en cualquier momento, de los días de verano en “la isla” o en puente de la estación donde una rueda era el gran barco pirata que había que abordar, ¿Dónde quedó todo esto? ¡Cuánto lo echo de menos!
Luego de repente sobreviene el tiempo de la razón y del desarrollo del pensamiento y las dudas infinitas…
Y desde ese mismo conocimiento, que me robó mi infancia, sé, que no me gustan los caminos, porque siempre te llevan a un sitio, me gusta andar a campo a través, me gusta ir a mi aire, donde me lleve la suave brisa, porque si es el viento quien me empuja, me resisto, trato de no marcar mis huellas para que nadie me siga y ni yo pueda ver por dónde he pasado ya, así quizás, pueda volver a pasar.
Me gusta andar bajo la lluvia de la mañana, y nunca llevo paraguas.
Me gusta andar por las calles vacías y silenciosas.
Me interesa todo lo que se mueve y manifiesta a mí alrededor.
Sé escuchar pero no me gusta que me griten y me coman la cabeza.
Sé observar pero no juzgo nunca a nadie por lo que veo.
He tenido y tengo miedos todavía, pero veo que cuanto más viejo me hago, más miedos se van disipando.
Sé que tuve una tremenda locura, que sólo alivió su suave ternura.
Sé que cada vez que caía, una mano amiga se tendía siempre para ayudarme a levantarme de nuevo, y nunca me pidió explicación alguna, y por otro lado, sé que de las grandes amistades, esas del corazón, que también siempre hay un traidor.
No me gustan los horarios. Ni las imposiciones, me gusta dormir cuando tengo sueño, ya sea de noche o de día. Y siempre mejor en compañía, rodeado por unos brazos que te den a la vez calor en las noches de invierno y sosiego y paz cuando te rondan malos sueños.
Que a veces me apeteció ir deprisa cada vez más y más deprisa, pero al final comprendí que así no me daba tiempo a disfrutar del paisaje y que lo mejor era pisar el freno para que me diera tiempo a ver por dónde iba y saborear ese momento. Reconozco que el paso de los años tiene mucho que ver con pisar el freno. Con el paso de los años me he vuelto muy selectivo y no pierdo el tiempo con lo que no me interesa...quizás me equivoque pero qué se le va hacer…no quiero que se me niegue el derecho a equivocarme.
Siempre aprendí más del esfuerzo que hice para alcanzar cualquier cosa, que el éxito que eso mismo me repercutió, para mi es más importante el espíritu del sacrificio que el éxito conseguido, por eso nunca estuve con los campeones, siempre mi admiración se la llevó el incansable luchador.
Me gusta mucho más disfrutar de un amanecer que ver o pensar en el atardecer.
Quiero que la vida todavía me muestre más cosas, que me siga enseñando, que me equivoque, que me corrija después, y sobretodo que tenga paz y mi vida se llene de amor y que no me falte la amistad.
José Manuel Sanz

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