Los vinos de España

Si hay otra palabra de la lengua castellana que pueda competir con la que, en el campo de la gastronomía, del sentir popular, de la ciencia alimentaria, como es pan, hay que citar vino. Este término fue objeto no hace mucho de una controversia enconada y de un pulso entre el Ministerio de Sanidad y los productores de tan universal y apreciado extracto de la uva. La llamada “Ley del vino” ocupó durante meses la cúpula de la actualidad nacional, al tratar de considerarlo como una bebida alcohólica, a efectos de las restricciones oficiales de su consumo y divulgación y no como un elemento alimenticio beneficioso para la salud. La reacción contundente del sector y también la impopularidad de la medida proyectada, hicieron que fuera reconsiderada y, de momento, paralizada. Ahora no sigue como ministra la promotora del proyecto, que ha dado paso en Sanidad a un técnico cuyas intenciones sobre este particular desconocemos, lógicamente, dado su reciente su nombramiento.
Ahora ha surgido otro contratiempo en esto de la producción del vino porque la Unión Europea parece empeñada en su proyecto de arranque de viñas para evitar los excedentes. No podemos prever qué pasará pero, de todos modos, es triste pensar que se pretende evitar que sobre algo de comer o de beber en el llamado primer mundo mientras millones de personas carecen de ello en otros lugares; lamentable.
Pero ya que hablamos de pan y vino y antes de enfocar en su sustancia lo principal de este artículo, dada mi debilidad por los refranes, creo que voy a sucumbir a la tentación de poner aquí unos cuantos: A pan de quince días, hambre de tres semanas, A buen hambre no hay pan duro, ni falta salsa a ninguno, A pan duro, diente agudo, Con pan y cebolleta, no es menester trompeta. Pan ajeno, nunca es tierno, Pan tierno y leña verde, la casa pierden, Pan y nueces saben a amores, Al pan, pan y al vino, vino, Vino de una oreja prendado me deja, vino de dos, maldígalo Dios, Vino el cochinillo y tiró el cantarillo, Vino sobrante es para el ayudante. Puede que en otra ocasión les cuente lo de los refranes contradictorios, pero ahora, sigamos con el vino.
Su historia arranca de lejos, nada menos que de los tiempos a que se refiere la Biblia en su Antiguo Testamento cuando se cita el Arca de Noé, quien no se olvidó de cargar en la nave cántaros de vino, pero también tenemos la referencia de fenicios, griegos y otras culturas ancestrales, puesto que nos han quedado vestigios de sus transportes de vinos en sus naves, utilizando vasijas de barro y otros materiales; muestras arqueológicas que, sin ir más lejos, podemos ver en el Museo del Castillo de Dénia. Mi primera percepción de la existencia de esta bebida indisolublemente unida a las comidas domésticas, según recuerdo, fue en mi más tierna infancia cuando en mi casa se compraba a granel en una taberna vecina creo que a dos ó tres pesetas el litro; me figuro que habría ya marcas selectas de los vinos de mesa, pero las economías medias de entonces no daban para más que el tinto peleón. Luego salieron ya los tetrabriks y se olvidaron los toneles o los pellejos de donde se dispensaba más o menos a diario en esas bodegas o tabernas. Parece probada la cualidad benefactora del vino, sobre todo el tinto, a través de su tanino, (ya se sabe, hay que insistir en el consumo moderado) para prevenir problemas cardiovasculares, por sus propiedades antioxidantes. Sea o no cierto, creo que sí, prescindí del blanco o el rosado y me dedico ahora casi exclusivamente al tinto, precisamente de Cariñena, como en el Tenorio. Pero luego daremos un repaso a la infinidad de clases que tenemos en la Península.
El vino ha dado para mucho en la cultura, la gastronomía, el turismo y la literatura y otras artes como la pintura, donde tenemos excelentes expresiones como Velázquez, por ejemplo, con Los borrachos, Tiziano (El triunfo de Baco en la National Gallery) o la escultura de Miguel Ángel Baco y ebrio, de Los Uffizi, de Florencia, sin olvidar al Baco de Goya.
Y aunque la cita constituya una imperdonable trivialidad dentro del contexto, como anecdótico del caso me referiré a la existencia de una hermosa bodega privada, al pie de un castillo, llena de toneles de distintos caldos, que tenía varias galerías (parece que antiguos pasadizos del mismo, donde estuvo presa Blanca de Borbón, esposa de Pedro I el Cruel) muy curiosas: una estaba dedicada a los periódicos locales de todas las épocas, uno en cada barrica; la otra, a los borrachos más famosos de la ciudad -¿tantos habría?-, con alusiones poéticas frívolas. El propietario fue un escritor festivo que se llamaba Marolo Perotas (son correctas las consonantes en negritas) y con quien me honré en compartir algunas tareas periodísticas. No puedo omitir el nombre del lugar en cuestión, Arévalo, donde yo nací. Discúlpeseme la intimidad.
Hace muchos años, en una emisora de radio de Madrid, hice un programa en el que repasaba las músicas de las distintas regiones (ahora Comunidades autónomas), tan ricas y variadas, desde Galicia a Andalucía, sin olvidar los archipiélagos. Viene a cuento porque, como decía antes, voy a terminar con el abanico extenso y variadísimo de vinos que tenemos y que, muchos de ellos, han dado la vuelta al mundo, situando a España en tercera posición de la producción universal, con una calidad incuestionable. Haciendo el mismo recorrido sobre el mapa, empecemos por Galicia (Monterrei, Ribeiro, Albariño), País Vasco (Txacolí, Rioja alavesa), Navarra (Lumbier, Cintruénigo, Olite, Tafalla), Aragón (Somontano, Cariñena), La Rioja (el 85% son tintos y quizá los más conocidos internacionalmente junto con los de Jerez), Cataluña (Alella, Ampurdán, Penedés, Priorato), Comunidad Valenciana (Vinalopó, en Alicante, vinos de al menos 15 grados y los moscateles de Dénia, Jávea y Alfaz del Pi, Utiel-Requena, Liria y muchos más), Murcia (Yecla, Jumilla), Andalucía (Jerez, Sanlúcar, Montilla-Moriles, los dulces de Málaga, Condado de Huelva), La Mancha (las provincias de Cuenca, Ciudad Real, Toledo y Albacete y, por derecho propio, el Valdepeñas), Castilla y León (Cigales, Ribera del Duero, Rueda, Toro, Cacabelos), Canarias (prácticamente por todas las islas) y, finalmente, los sorprendentes vinos de Madrid, que empiezan a emerger y a competir con ímpetu. Un recorrido espectacular.
Jesús GONZÁLEZ FERNÁNDEZ
(Publicado en CANFALI MARINA ALTA, de Denia, el 28-07-2007

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