El vuelo de la avutarda



Las bajas de última hora nos impidieron llegar al centenar para participar en el paseo programado por la estepa cerealista. Al paisaje ondulado se sumó la brisa y así crear el efecto de olas en el mar de cereales, en aquellos que van alcanzando una cierta altura, en un año que se presenta, al menos de momento, con una magnífica cara. Pero por estas tierras, suele decirse sobre la cosecha que no has de fiarte ni cuando está en la era, que de todo se ha visto.
Las encinas (Quercus  ilex) que han sobrevivido entre tanto labrantío, parecen puestas allí por una suerte de pintor paisajista.
Desperdigadas por las suaves lomas, pequeños cerros y lejanos collados lucen entre las numerosas fincas de una gama cromática con el verde como tema principal, solo rota por los pardos barbechos o el de las tierras esperando simiente, tal vez girasol, y las manchas amarillas de colza. Destacando el renegrido verde de la encina con elegancia y transmitiendo serenidad al observador. Todo ello bajo un cielo velazqueño, inmejorable marco sobre el que vislumbrar los vuelos de una larga relación de aves. Desde el hiperactivo vuelo del cernícalo primilla (Falco naumanni) que cernido, de ahí su nombre, sobre un campo de cebada observa atentamente tal vez una posible presa, a las evoluciones del milano negro, del milano real, del aguilucho cenizo o del aguilucho lagunero. Vuelo más pausado el del águila calzada a más altura, y no lejos de allí el águila culebrera. Las cornejas evolucionan apareciendo como pequeñas manchas totalmente negras.
Mientras la vista se pierde, ayudada de prismáticos y otros aparatos de observación, el canto incesante de jilgueros, trigueros, calandrias, pardillos y gorriones acompaña nuestro paseo. Sigo escribiendo nombres de aves en la libreta: cogujada, terrera común, bisbita campestre, collalba gris, alcaraván, ánade, sisón,... Todos ellos apuntados al oído por Luisjo el de los Bichos mientras fija su mirada en alguno de ellos y con certera y maestra precisión nos ilustra. Resolviendo las posibles discrepancias, esperando a ver una cola, o una mancha en el pecho, agregando en ocasiones el sexo del individuo. ¡Así da gusto salir al campo, leches!
En el cerrete donde se encuentra el Torreón de los Piteos, con un gran número de conejeras a un lado y otro del camino decidimos almorzar. Allí en el alto y al abrigo de los últimos restos del despoblado medieval, queda apenas una argamasa de cal y canto, mampostería de la que un ya lejano día fue fortificación, degustamos el almuerzo mientras conversamos de furtivismo y mezquindad humana, pero eso será tratado en otra crónica.           

Ante nuestros ojos se extiende la llanura casi infinita, estepa cerealista con la visión cercana, por efecto de la luz en el llano, de Rasueros, Horcajo de las Torres, Mamblas más próximo, Madrigal de las Altas Torres un poco más allá, la torre de Castellanos de Zapardiel, Barromán con su imponente iglesia incluso a esa distancia, Cabezas del Pozo, Bernuy y Cisla, y el serpenteo del río Zapardiel encintando todo el paisaje, con su armoniosa línea de esbeltos chopos. A nuestra espalda San Cristóbal de Trabancos, El Ajo y Flores de Ávila.

Pasamos el arroyo del Calamón cuando ya he dejado de apuntar nombres en la libreta. No quiero distraerme de la magnífica vista que se muestra generosa y plena de belleza, sencilla sí, pero deslumbrante. Hemos perdido la cuenta de la gran cantidad de perdices que salen apeonando a nuestro paso, puede que sorprendidas al ver humanos que ni las disparan ni las persiguen. Alguna más desconfiada nos muestra su vigor lanzando un vuelo que la lleva a una ladera más alejada, dejando una prudente distancia entre nosotros y ella. Hermosos colores los de su plumaje, encendidos de rojo que destaca con la luz de una mañana tan luminosa. Intento guardar en la retina y almacenar en mi cerebro luces, sonidos, aromas, colores, sensaciones, cualquier cosa me sirve con tal de tener algo que ofrecer a Mister Chisp a nuestro regreso, pues sé que espera ansioso que le contemos la correría.
Como estas crónicas las suelen protagonizar gente poco normal, más bien rara, para qué nos vamos a engañar, y las suele escribir uno de los últimos románticos; no podían tener un orden "como Dios manda". Por eso al final de la misma contaré lo acaecido al principio de la jornada.
En la plaza del Arrabal, lugar habitual de nuestros encuentros, dispusimos las caballerías una vez contados los efectivos. Al llegar a San Cristóbal de Trabancos, después de haber ponderado la magnífica mañana, por climatología y expectativas se refiere, que ante nosotros se nos presentaba. En este pueblo nos estaba esperando El señor de los Infiernos, esta vez acompañado por su señora María Diablesa. Grandes personas, de una humanidad imposible de cuantificar. Allí junto a la iglesia mudéjar del pueblo antes llamado Cebolla, nombre que personalmente prefiero pues me recuerda no solo al bulbo que tanto bien hace a los guisos y  ensaladas y que tanto hambre ha mitigado acompañada de un "coscurro" de pan en un tiempo no tan lejano como a veces nos parece, sino que además me recuerda a las nanas que compusiera el poeta alicantino y cantara un catalán, el hijo de Josep y Ángeles; allí, digo, esperaban con dos cernícalos primilla que ya habían estado observando y que tienen su nido en la cubierta de una iglesia de bello ábside mudéjar o románico de ladrillo como le gustaba decir a un viejo amigo mío, y a la que perpetraron una reforma no hace tanto tiempo que debería figurar en los anales de las barbaridades que los técnicos más cualificados son capaces de realizar. Pese a ello, merece la pena disfrutar de la armoniosa disposición de los arcos de su cabecera, la elegante decoración de los frisos en esquinilla, disfrutar de la sencilla belleza del rojo ladrillo y la cal, de la justa proporción de los volúmenes, incluso fijándose con más detenimiento se puede apreciar el lugar exacto que ocupaba la primitiva cubierta y hacernos una más ajustada idea de las dimensiones originales del templo. Pero no es el único de la zona que merece la pena ser visitado. Es algo que podemos alternar en nuestra visita a estas tierras: Arte y Naturaleza; pues de todo ello hay.
De allí nos encaminamos hasta las proximidades de una vaquería, para sorpresa de su propietario al ver llegar a tan nutrido grupo. Intercambiados los correspondientes saludos que la cortesía y la buena educación hacen obligatorios, comenzamos a instalar los aparatos de observación. Pues en la loma más cercana, en la ladera orientada al este y calentada por los rayos primeros del día, un grupo de una treintena de avutardas caminaba por la misma, atentas las hembras a la evoluciones de dos machos, que en un alarde propio de su sexo, haciendo la rueda amatoria para exhibir su plumaje y convertirse en casi perfectas bolas de plumas, intentaban captar su atención. No muy lejos de allí un joven macho, inexperto por otra parte, intentaba en vano hacer lo propio, pero la ubicación no era la más correcta y las dos o tres hembras que estaban más cercanas a él, decidieron buscar algo más interesante. Las hembras deciden.
Y hablando de fidelidades al nido, como le sucede a la cigüeña, o de fidelidades a la pareja como ocurre con la golondrina vamos caminando de forma pausada mientras observamos en el suelo las huellas de algún zorro, de una garduña, animal de tamaño similar al gato y con un babero blanco, incluso aparecen las de un joven jabalí a juzgar por el tamaño que sus pezuñas han dejado en el suelo embarrado fruto de las recientes lluvias, todo ello por indicaciones de Luisjo el de los Bichos y de El señor de los Infiernos que se las saben todas; mientras comienzan a mostrarse las primeras perdices, que sorprendidas salen apeonando delante de nosotros y se pierden en los barbechos y sembrados. Una liebre salta de la cuneta asustando a más de uno, pues nunca sabes por dónde va a saltar este lepórido.
Y de pronto, sobrevolándonos a escasa altura una avutarda con su majestuoso vuelo, pleno de elegancia, pese a su enorme peso. Un batir de alas pausado pero enérgico, rebosante de vida. Si bello resulta ver sus evoluciones en tierra, sobre todo a los machos realizar la rueda, no lo es menos presenciar el vuelo de cualquiera de ellas a esa distancia, con ese tamaño. Ya nos podíamos volver a casa después de lo que habíamos podido ver apenas comenzado el día, pero nos quedaba toda una hermosa mañana de primavera entre el río Trabancos y el río Zapardiel para disfrutar de ella, y nosotros educados, no nos gusta despreciar lo que la Naturaleza tan generosamente nos ofrece.


Fabio López

Comentarios

Luis J. Martín ha dicho que…
El vuelo de las avutardas es tan majestuoso como el entorno que las acoje. El hombre debería saberlo ver tal y como tú lo has hecho. El día fue bueno, la compañía, mejor.
Teresa (MD) ha dicho que…
Estupenda mañana acariciados por el sol y el vientecillo primaveral formando parte de un grupo poco menos que celestial. Hasta pronto!
chispa ha dicho que…
Ya sé que no es lo mismo que estar allí, pero gracias Amigo Fabio.
Anónimo ha dicho que…
Magnifica crónica que ha evidenciado que por tanto charlar y otros motivos me perdí parte de ese estupendo recorrido, el día no podía ser mejor para recorrer esos campos de vida y color. Eche de menos a centenares de acompañantes de la banda de Don Respetable y Don Erudito, especialmente al Viajero Incansable y al Chispa Botánico pero seguro que en otras no muy lejanas nos volvemos a cruzar. Un abrazo grande para todos ellos desde Allende los Infiernos y del recién ascendido a Sr. de los Infiernos, también conocido como Hombre que Conoce el nombre de las Montañas.

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