La calle Zabala
Es una calle angosta y cortita, tiene 36 metros de longitud, empieza en la plaza del Salvador y termina en la de doña Ángela Muñoz. Comenzó a formarse en el siglo XVII, cuando Don Juan Antonio Zabala adosó su espléndida y sólida residencia a las tapias del convento de las Montalvas.
Más tarde, otros particulares construyeron sus casuchas de portal y balcón estrechísimos al otro lado, o sea, entre los muros del convento los del Hospital de Santa Catalina, sobresaliendo siempre en tan parca vía la vivienda de tan noble caballero, constantemente habitada por numerosos y distinguidos sucesores, de cuya rama proviene el nombre de la calle puesto por los vecinos para, después de la francesada, denominarse oficialmente.
Los maestros boteros don Pedro Esteban y don Francisco Muñoz, tenían en ella sus lúgubres talleres cuando los contemporáneos de nuestros abuelos curtían las corambres en las tenerías de aquí, envasaban el vino en pellejos y bebían en bota el rico y delicioso caldo. Dos oficios que han subido al cielo de la anécdota impulsados por las tonelerías mecánicas y por la construcción de depósitos de cemento armado que es donde en la actualidad se exporta y almacena el sabroso néctar.
Ya nadie infla el pellejo con la espita de caña, ni nadie le raspa afanoso y cariacontecido en el tabuco humilde y silencioso de su taller. Aquello ya se acabó y se acabó para siempre. El fantasma de la fábrica se lo ha sorbido y tragado con su monstruoso estómago de hierro.
En el almacén de coloniales y fábrica de jabón de nuestro particular amigo don Luís Prieto Martín, estuvo la cantina de Sergio "el Pájaro", hermano de Simón "el Pajarito", muy frecuentada por aquellos labradores que no les daba vergüenza llevar las alforjas al hombro, ni en la mano la cazuela de escabeche de besugo para "manducárselo" bajo el envigado techo, rodeados las más de las veces de los tomateros de Martín Muñoz, siempre eufóricos, socarrones y con el equilibrio hipotecado.
A principio de siglo, en la misma casa, estaba el bodegón de Liborio Bragado, que la gente guasona y noctívaga le bautizó irónicamente con el remoquete de "El huerto del Francés", pero que en él jamás se robó a nadie, ni se le pegó en la nuca con el "muñeco", como por aquel entonces lo hicieron Muñoz Lopera y el súbdito francés Juan Andrés Aldije en el huerto de Peñaflor, pueblecito perteneciente a la provincia de Sevilla. Crímenes aquellos repugnantes y espantosos. Leyenda terrorífica y pingüe negocio para la prensa diaria y las revistas de sucesos.
Eso sí, la tasca de Liborio se abría ya entrada la noche y se cerraba cuando el astro rey comenzaba a dorar con sus rayos las veletas de las torres y las chimeneas de las casas. Era oscura y húmeda y a ella acudían cocheros somnolientos, serenos "cansados" de cantar la hora, jugadores sempiternos, trasnochadores caprichosos y algunos pacíficos que venían a “coger” el tren de las cuatro de la mañana.
Liborio nunca pagó contribución por su insalubre establecimiento, ni obedeció las órdenes dadas por la autoridad municipal. Era lo que hemos dado en llamar ahora, un "caradura". Frente por frente del tugurio vivió Joaquín Maroto Gash. Joaquín vino al mundo el 12 de marzo de 1906. Su precocidad fue tan notable para la música, que a los seis años ya tocaba el violín, por el cual sentía verdadero entusiasmo.
Representación de la revista "Cinco minutos nada menos" |
El amor por Arévalo no lo abandonó jamás, y a los diecisiete años trajo una orquesta compuesta por dos negros y dos blancos, titulada "Los Cuatro Diablos", obteniendo un éxito clamoroso y levantando por su originalidad y simpatía verdaderas tempestades de aplausos.
Su ardiente vocación de músico y merced a una técnica habilísima, inculco a un grupo de chavales arevalenses las instrucciones de distintos instrumentos, porque Joaquín los dominaba todos y la música para él no tenía secretos.
Cuatro años después fijó su residencia en Madrid, actuando de primer violín en las orquestas de los teatros Calderón, Zarzuela, Eslava, Pavón y numerosas salas de fiestas.
Como compositor también hizo sus pinitos y escribió tangos, pasodobles, danzones, chotis y dos obras de zarzuela que pensó estrenar en el teatro de la plaza de Benavente, alentándole en tan difícil empresa nuestra eminente y prodigiosa paisana Felisa Herrero, quien se ofreció a ser su intérprete y protectora.
Clementino Camblonc |
Calle de solera artística. El número tres fue morada de Clementino Camblonc que, como saben nuestros lectores, fue redactor del "Heraldo de Arévalo" y "La Llanura". Publicó artículos y poesías en algunos periódicos de Madrid y provincias, siendo su producción poco fecunda por el mucho trabajo que tenía en la notaría de don Juan Baró y en la secretaría del Juzgado de Instrucción de don Francisco Guerra.
Sus escritos trazados con un espíritu ágil y una pluma ligera, dieron marcadas pruebas de inteligencia clara, rectitud de juicio y firmeza de carácter acarreándole serios disgustos las crónicas locales por defender en ellas con cierta sátira , siempre discreta, los problemas políticos y sociales de aquel Arévalo.
A pesar del tiempo transcurrido desde su fallecimiento, 1944, todavía conservamos vivo y reciente el recuerdo de aquel amigo inolvidable y cariñoso
Y volviendo a la casa del señor Prieto Martín, diremos que se han criado en ella sus hijos Luís y Gregorio, discípulos del malogrado Joaquín Maroto. Los dos son músicos y los dos gozan de gran simpatía y popularidad.
Luis Prieto García |
Gregorio, el menor de los dos, es hábil relojero y competente electricista; en la actualidad, podemos asegurar que es el maestro de casi todos los directores de las orquestas locales que triunfan en esta comarca y bien reciente está el estreno de ese pasodoble sinfónico interpretado por la Banda Municipal el día de Nuestra Señora de las Angustias, pasodoble que fue premiado con nutridos y calurosos aplausos. Por eso he dicho y lo vuelvo a repetir que la calle de Zabala es corta y angosta, pero que conserva artística solera de fino y exquisito paladar arevalense.
Marolo Perotas
Cosas de mi pueblo
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