Marazu

Hay días en que se conjugan los astros en una suerte de armonía que nos seduce, y, con su particular danza, dibujan el escenario exacto donde tendrá lugar el milagro.

Esta tierra nuestra, bautizada “de santos y de cantos”, debería revelar más a menudo su segundo apellido en el alcance más sonoro de su significante y también de su significado. Porque, si rebosa nombres propios por los cuatro costados, también atesora virtudes que deberían cantarse más a menudo. Poner ritmo, melodía y armonía a la palabra es glorificarla, sublimar su sentido más íntimo, llevarla en andas a este Parnaso amurallado donde el arte se hace vida.

En esta labor, son muchos los hombres y mujeres que han puesto voz a los versos místicos de fray Juan, a las moradas de la Santa, a las hazañas de Jimena Blázquez, a los labradores morañegos, a las serranas, al ronroneo del Tiétar que recoge usanzas y raigambre por el valle hasta fundirse en el Tajo, a las mañanas de tahona y a las tardes de trilla.

El nombre de Ávila ha sido escrito por Berceo, Lope de Vega, Unamuno, Santayana, Larreta, Salinas, Pemán, Alberti, Vivanco, Panero y un abundante caudal de plumas que han inmortalizado sus santos y sus cantos.

Entrado el siglo XXI son también muchos los cantores que desentrañan la esencia de los pueblos y las gentes de Ávila, y también la naturaleza de la vida, sus sinsabores y sus dichas.

Hoy, el prodigio que presagiaban los astros se llama Marazu. Abulense de raíces morañegas, “el chico de Ávila que conquistó Madrid” (Efe Eme), cantante y compositor, se mueve con maestría en áreas tan discordes como el tango, la samba o el son cubano. Todo ello ataviado con maneras tan personales que le hacen único en el enmarañado mundo de la música. Prueba de ello son su “Colección de relojes” o ”Escandinavia”.

Ha pisado las tablas con Pablo Milanés, Rozalén y Miguel Poveda; ha compuesto para Raphael, Pedro Guerra y Pasión Vega, entre otros muchos. Y también ha dejado su huella en la obra de David Trueba.

Marazu, además de este nutrido currículum, manifiesta una serie de rasgos que le hacen diferente. Quizás por estar enraizado en esta tierra áspera y fría; quizás, y más probablemente, por la labor callada de Antonio y Almudena. De ella sostiene la ternura, el modo de acariciar las canciones, el gesto sencillo y breve. Y, en un gracioso juego, su apellido como nombre artístico. De él, la pasión por la música, los caminos andados durante años a golpe de bolero, de balada o de pasodoble. Y de ambos, el desprendimiento, la empatía, la filantropía.

A los dos, padre e hijo, los vimos en 2021 en el Rock&Río de Riofrío en una labor solidaria para la reforestación y la ayuda a los damnificados por el incendio de la Sierra de la Paramera. Y estos gestos apuntan más allá de blancas y corcheas, de  armonizaciones y compases imposibles.

Aunque ha flirteado con ella en más de una ocasión, como en “La Ruta de los Colmaos”, Marazu ha venido a fusionar lo que podría parecer un imposible: un chico de Ávila cantando copla.

Y todo porque ha sido capaz de crear unas formas únicas que le permiten evolucionar, al más puro estilo darwiniano, mediante la adaptación de las obras a su técnica personal. Y así es como ha superado retos inaccesibles para otras voces y otros estilos.

Podrá haber registros más amplios, puestas en escena más sorprendentes, equilibrios más sofisticados; pero, en su virtuosismo creador, en su destreza para interpretar y en esa cadencia aparentemente desarreglada, Marazu es una excepción. Son las virtudes de quien se ha hecho a sí mismo, sin máscaras, sin aderezos.

En esta amalgama de géneros amoldados a su particular modo de hacer, Marazu, ante todo y sobre todo, siente un profundo respeto por lo que hace, siempre sumando, inventando otros mundos nuevos a los ya creados por Carlos Cano en “María la portuguesa” o “Mi carro” de Manolo Escobar. Esto es lo que identifica su música como original, mágica y cautivadora.

Esta tierra de Ávila, otrora mística y guerrera, tan fría como acogedora, tan amurallada como inabarcable, hoy más que nunca es “tierra de santos y de cantos, de canciones”. Y, añadiendo una nota de humor, con el debido respeto y tratando de restar tensión al momento, ahora que arrecian fríos arropando esta nueva etapa de Marazu, Ávila es también “tierra de coplas y manoplas”.

Y todo gracias a un chico de Ávila capaz de poner letra a lo inefable, como ya hiciera el Santo de Fontiveros; y, si fuera necesario, de poner música al mismísimo prólogo de “El Quijote”. No lo descartemos.

@Javier S. Sánchez

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