A Segundo Bragado

El Salón “Adaja” de la Posada “Los cinco Linajes” es acogedor, permite la cercanía y, con el tiempo, como los buenos vinos, va tomando la solera de los versos, relatos, anécdotas y leyendas que sus paredes recogen.
Anochece Arévalo cuando madruga la poesía de Segundo, esa poesía “niña” que se ofrece en “Gotas de lluvia” como un llanto fresco que despierta al primer poeta que fue y que nunca dejó de ser. Uno tras otro dejamos que fluya su verso limpio de nuestras entrañas, con verdadero cariño y complicidad.

“Así, poquito a poco,
al igual que el antiguo labriego
empuñaba la mancera de su arado,
y con la vista puesta en el horizonte
trazaba la besana,
así quiero yo trazar sobre tu tierra
mis primeros versos”

Poesía natural, de naturaleza, que se encumbra sobre el llano mostrando la horizontal del trigo y la vertical del místico que ha bebido la esencia de la propia tierra para convertirse en el “poeta mesetario”. En sus noches de infancia bebió en las fértiles fuentes de la poesía tan humilde como profunda: Machado, Bécquer, Juan Ramón, Tagore… Y, ¡cómo no!, Don Nicasio.
Y va a ser, precisamente en el Arroyo de la Mora, junto al Adaja, donde surjan aquellas primeras palabras necesarias del poeta adolescente, ávido de narrar, de emerger sobre sí mismo, de otorgar vuelo a su presencia. No para hacer libres sus versos, sino “para hacerlos presos”, como dice, del lector que los prende en su alma hasta que, otra vez, retomen su viaje. 
Nos recuerda Segundo “la importancia, la fuerza de la palabra”, ese verbo que tomó de sus maestros y que le acompaña en sus paseos en soledad. Y cuando vuelve a la escuela advierte el olor a tiza y a libro viejo, a tinta derramada con tal precisión que ha dejado en los cuadernos el recuerdo de su niñez, la ternura y la devoción por la palabra que hoy le sigue donde quiera que vaya. Y vienen a su memoria Manuel Sotillo y Luis López Prieto, quienes forjaron el armazón del futuro poeta.

“Con cariño palpé sus cuatro paredes,
con nostalgia, aspiré el ambiente
a tinta, libros y cuadernos de antaño”

Si “Gotas de lluvia” es la sencillez, la inocencia, “Con los pies en la tierra” se desvela como poesía firme, de madurez. Y el poeta se encuentra con el mar, que no es sino una prolongación de esta interminable meseta donde navegan numerosas aldeas con la vela desplegada de sus iglesias y la mirada hacia oriente en busca de nuevas tierras que pisar. 
El autor deja de ser poeta para ser cronista, sin escapar al romanticismo eterno. Siempre auténtico, preciso, sincero; al punto de que, al igual que ocurre con Hernández Luquero o Julio Escobar, es necesario para entender Arévalo, su paisaje y su paisanaje. Desde niño ha soñado y “sigo soñando por no despertar”. Jamás ha renunciado a su libertad, más cuando tan necesaria es la crítica social. Sabe que la verdad está en lo cotidiano, en el incesante diálogo con la naturaleza de sol a sol hasta que el alcaraván le cita con su eterna salmodia: “a dormir, a dormir…

Javier S. Sánchez.

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