Miguel Hernández
Cómo sería el día en que vino al mundo. Un día (como tantos) perdido en un pueblo de nombre cuasi musical o poético. Si hacía frío o el clima era templado, o nebuloso, de una niebla delgada y azul, al decir de Gabriel Miró.
Miguel Hernández nació en Orihuela hace tan sólo cien años. Cuando las calles se poblaban de clérigos (relata Azorín) con la sotana recogida en la espalda, frailes, monjas, mandaderos de conventos con pequeños cajones y cestas... Imbuido todo como de un aliento clerical, total y asfixiante. Un otoño de 1910. Y un pueblo de casas de cal, sumido en un penetrante olor a estiércol y tierra húmeda o encharcada de las lluvias perennes de aquellos años obscuros. Lleno de galeras y carros, tartanas y birlochos, mulas y rebaños.
Cómo sería la alcoba donde Concheta dio a luz al poeta. Aquel rostro agitanado, que luego heredaría su hijo, el de los ojos redondos y un tanto lánguidos. La que tantas veces se interpuso entre éste y el rudo y violento padre, cada vez que se iniciaba la andanada de las voces, como paso previo a los insultos y no sabemos si a las palizas descarnadas e injustas.
Serafín Sánchez González
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